1 de marzo de 2016

Eraide 3x03: A veces sólo podemos esperar

Si las noches resultaban ajetreadas en la ciudad de Hazmín, las mañanas eran un hervidero de gente. Aquella urbe parecía que nunca descansaba,como si su bullicio quisiera rivalizar con el silencio del desierto que la rodeaba. Distribuidos por las islas, había varios zocos y mercados donde se apelotonaban los transeúntes entre los puestos de frutas y artesanía, salpicados por el polvo que cubría el suelo y ajusticiados por el implacable sol que teñía de oscuro la piel de los habitantes de aquel lugar.Sin duda, esto era algo que a Fearghus no le afectaba demasiado, pues, como la de cualquier delven, su tez ya era morena de por sí. Abriéndose paso entre el gentío, a veces con amabilidad, otras con la justa rudeza, avanzaba siguiendo las instrucciones que le había dado Uriel.

Dos calles más y a la izquierda, detrás de unos puestos y una tienda de alfombras, un pequeño callejón. —Repetía las palabras para sí mismo, identificando cada una de las directrices—. En la entrada, cerca, habrá un par de hombres, tal vez tres. Tendrán aspecto rudo.

Efectivamente, vio dos hombres a un lado, de complexión fuerte y luciendo varias cicatrices. Fearghus las observó en la distancia. Eran en su mayoría de cuchillo por la forma y la disposición, así que producidas probablemente en reyertas. Si con lo de rudos Uriel se refería a «fuera de la ley», aquellos tipos con túnicas largas y desgreñadas barbas encajaban en la descripción.

Se echó el pelo hacia atrás con los dedos, pues el sudor que empapaba su frente le molestaba, y con un largo suspiro se dirigió hacia el callejón. —Vamos allá.

No se había acercado a diez metros de la entrada cuando uno de los hombres le salió al paso:—¡Eh! ¡Delven! ¿Dónde crees que vas?

Fearghus, sin perder su habitual flema, echó la cabeza un poco hacia atrás tratando de evitar que el aliento a licor barato le alcanzara.

—¿No es evidente? —Señaló hacia el interior—. Voy hacia allí.

—Es una lástima, pero este paso está cerrado. 

Fearghus detectó cómo el hombre echaba una mano por debajo de su amplia manga. Seguramente estaría empuñando un cuchillo.

—Pues parece abierto... —respondió el delven—. Verás, estoy buscando a alguien y esa es la dirección que me han dado.

—Dudo que haya nadie allí que quiera verte. —Trató de acercarse por el flanco de Fearghus sacando el cuchillo, pero no le dio tiempo. Este había dado un paso atajando su movimiento y con un giro muy sutil había sujetado su muñeca girando la hoja hacia él. La gente de alrededor no apreciaba nada y seguía moviéndose, ajena. Pero el compañero que protegía la entrada hizo el ademán de acercarse.

—Yo de ti le diría a tu amigo que no hiciera ninguna tontería si no quieres un nuevo ombligo —le susurró entre dientes.