18 de abril de 2012

I - Los días en los que el destino se durmió


Anoche tuve un sueño:

Vi tinieblas y ceniza cerniéndose sobre un bello campo de lanzas y flores.
En medio había una niña triste y sola, que lloraba cubierta por un manto de escamas.
Desconsolada, llamaba una y otra vez por sus nombres a personas que no conocía, pero a la vez añoraba.
Un caballero de reluciente armadura pasaba por el campo montado en un alazán.
Conmovido por la escena, le ofreció la mano y llevarla con ella.
La muchacha dejó de llorar y le asió la mano, tiró de ella. El caballero no lograba zafarse. Forcejeó con la mano de la niña hasta quedar exhausto. Entonces cayó al suelo y su caballo se alejó.
La niña le soltó la mano y le dijo que se fuera, mas el noble caballero no ser marchó.
Ella le imploró que se alejara, que no quería que de hambre muriera.
- He perdido mi caballo - respondió - ya no tengo a dónde ir. Tal vez muera, pero hasta entonces no tendrás que llamar a nadie para que te acompañe en el llanto, pues me quedaré a tu lado.
Desperté entonces en sudores. Apenada, una lágrima me resbaló por la cara al pensar en aquella triste historia… y supe entonces que aquella niña era yo, y aquellos eran mis recuerdos.





Diario personal de Lady Eraide Sen Ukain
(Circa -17 Era Común.)





Año 499E.C.

Aquellos que visitaban el oráculo no podían evitar asombrarse ante la presencia de la enorme maquinaria que constituía el corazón del templo. El techo abovedado de la gran estancia circular se alzaba hasta unos diez metros de altura. En el centro, un complejo mecanismo de poleas, ruedas y aros metálicos unidos por raíles giraban sin cesar. Una llama de la altura de una persona ardía en tonos azulados, y sus ardientes lenguas se enroscaban en espiral formando una esfera casi perfecta, suspendida en el aire, en el centro de la gran maquinaria. Los enormes aros metálicos de color dorado tenían escritas complejas runas que brillaban al paso de los distintos indicadores.
El resto del lugar, en contraste con la maquinaria, era de lo más austero. La piedra gris conformaba las paredes y el techo. Doce pequeños tragaluces iluminaban según la hora del díauno de los signos zodiacales representados en el suelo, alrededor de la maquinaria.
Controlando aquel monumental artilugio, tres sacerdotisas kresaicas shaman, vigilaban atentamente los movimientos y anotaban cualquier incidencia. Por supuesto, aquel tedioso trabajo era un honor para cualquier shaman y de vital importancia, no en vano estaban observando el futuro del mundo.
Las tres shaman vestían largas túnicas grises con bordados en blanco que arrastraban por el suelo al andar, con unas grandes mangas que dejaban al descubierto parte del brazo, donde llevaban inscritas diversas runas que reaccionaban con la maquinaria. A juego, una capa blanca con capucha les cubría parte del rostro. Las tres permanecían con los ojos cerrados en profunda meditación.
Pertenecían a la etnia doalfar. La piel blanquecina, sus cabellos lacios y oscuros las identificaban así. Se les consideraba la única raza noble y digna de acercarse a tan apreciado instrumento visionario.
Todo transcurría como siempre. Los engranajes se movían lentamente y la llama oscilaba desde hacía más de cinco mil años, cuando aquel ingenio fue construido por los antiguos amos y señores de aquella tierra: los dragones. Pero algo alteró aquel proceso. La máquina se detuvo y la llama se congeló. De repente dejó de iluminar el destino.

El sol, en lo alto de la cúpula azul del cielo, iluminaba el viejo claustro y sólo se veía interrumpido por algunas nubes traviesas. Las plantas del jardín lucían sus vivos colores, pese a que el final del verano era inminente. Sentada en un banco de madera, una joven doalfar, con sus características orejas puntiagudas, estaba sumida en la contemplación del cielo. La cúpula azulada que lo envolvía todo, salpicada por algunas nubes de caprichosas formas. La chica era de complexión fina aunque bien proporcionada. Lo que se dice una mujer de belleza delicada, como una bella figura de porcelana. Llevaba el pelo recogido en una gruesa trenza con raya al lado, pero un revoltoso mechón se le ensortijaba en la frente. Sus manos eran finas y suaves, ignorantes del trabajo manual. En contraste con su pelo oscuro, unos intensos ojos azul turquesa parecían imitar el cielo que observaban. Tal vez, estuviera mirando más allá...
Como todas las novicias, su vestido era blanco con bordados en azul celeste que emulaban adornos florales, ceñido gracias a un paño que hacía las veces de cinturón y colgaba por su lado derecho, sujeto por un broche que representaba una flor de tres pétalos. Era la flor de kresaar, muy abundante en aquellas tierras y símbolo tanto de los shamanes como de la nación entera.
Hacía rato que había acabado las clases y la muchacha descansaba tras los duros estudios iniciados en la madrugada. Mirando aquellas nubes, a juzgar por el ángulo del sol, aunque no se había dado cuenta llebaba tiempo esperando a una amiga.
- Buenos días, Eliel - dijo otra doalfar que, al igual que ella, vestía las ropas de novicia.
- Buenos días. ¿Cómo te han ido las clases, Alpeia?
La muchacha que acababa de llegar hizo un gesto de derrota.
- La profesora de runas elementales me tiene manía. - Y se dejó caer sobre el banco. Llevaba el oscuro cabello recogido en una coleta baja y lucía una suerte de flequillo que le caía casi hasta el hombro.
Tenía los ojos de color verde oscuro y su piel era tan clara como la de todos los doalfar.
Eliel sonrió.
- Más bien será que tú no estudias nada. La última vez que intentaste invocar una salamandra, algo de lo más básico, lo único que conseguiste fue quemarte las mangas del vestido.
- ¡Oye! ¿Cómo te atreves? No me lo recuerdes, menuda vergüenza pasé.
- Vamos, Alpeia, que soy tu compañera de habitación. Te tiras todo el día suspirando por ese alumno de último curso en vez de estudiar. Y si no apruebas lo más básico sobre la invocación no pasarás al grado medio.
Alpeia se ruborizó.
- Es cierto..., es que es tan guapo. Con esos cabellos largos...
- No te embales. Ya te he dicho que se graduará a final de año y se convertirá en un shamán, así que olvídate de él. A diferencia de nosotras, está aquí por vocación.
- Bueno, ya que nuestros padres nos han enviado aquí, habrá que pasárselo lo mejor posible, ¿no? En cuanto pasen los dos años que nos quedan de estudiar me buscaré un buen marido -dijo sonriente.
- La verdad es que a mí me gusta esto. Resulta apasionante todo lo que nos enseñan sobre las criaturas astrales. Me gustaría convertirme en una gran invocadora.
- Oyéndote pensaría que no tienes ganas de volver a tu casa.
Eliel se quedó mirando a Alpeia, pero rompió el incómodo silencio con una amplia sonrisa y le dio un eufórico abrazo a su compañera.
-¡¿Y dejar de verte?! Por Alma, cómo me aburriría.
-Y las dos empezaron a reírse a carcajadas.
Las dos sonreían todavía cuando una de las puertas del claustro se abrió. Era la que daba al patio exterior. Un humano con ropas sucias por lo que parecía haber sido un largo viaje entró con paso acelerado. La casaca azul casi parecía marrón por el polvo acumulado y, bajo su sombrero de ala ancha, su cara reflejaba el cansancio de varias jornadas cabalgando sin descanso. Se pasó un pañuelo por la cara para limpiarse un poco sus curtidas facciones y su rubia perilla.
Las novicias se quedaron petrificadas ante la visión de un humano dentro de aquellas sagradas paredes.
-¿Has visto, Eliel? Un común - dijo Alpeia con gesto de desagrado.
-¿Cómo pueden dejar entrar aquí a uno de esos asquerosos animales? Míralo, además va sucio. Bastante es que los dragones les dejen habitar sus tierras, pero que pisen suelo sagrado me parece indignante  - dijo con voz casi temblorosa. El ver a ese tipo cruzar el claustro le parecía irreal y le revolvía el estómago.
- Cuidado, parece que ese humano nos está mirando.
Alpeia se asustó ante la mirada severa de aquel hombre. Le parecía la de un animal. Un animal astuto e imprevisible, una fiera capaz de hacerle cualquier daño que una inteligencia primitiva pudiera imaginar.
En efecto. El jinete miraba de reojo a aquellas doalfar, pero no como un primate, como ellas pensaban. Estaba agotado, y que no se molestasen ni siquiera en hacer sus comentarios despectivos en voz baja era algo que le irritaba. La costumbre de llamar «común>> a todos aquellos que
no fueran doalfar no ayudaba a menguar su enfado. Sin embargo, sabía que no podía permitirse el lujo de hacer ningún comentario. Tenía que entregar un mensaje urgente y no podía correr el riesgo de que le echaran por decir cuatro cosas a esas dos remilgadas.
Un sacerdote shamán, un doalfar de mediana edad, vestido con una larga túnica gris de amplias mangas y de pelo largo y oscuro peinado hacia atrás, apareció por una de las puertas del claustro y se dirigió hacia el mensajero.
- Traigo un mensaje urgente para la directora de esta casa de estudio, señor - dijo el hombre haciendo una pronunciada reverencia.
- Urgente debe ser para que envíen a un común para entregarlo.
- No había nadie más dispuesto a recorrer seiscientos kilómetros en menos de dos semanas a través de las montañas - dijo con orgullo. «Ningún endeble doalfar habría sido capaz de hacer un viaje así en tan poco tiempo», pensó.
El shamán se quedó intrigado por la urgencia de aquel mensaje.
- ¿De dónde viene?
- De Nara.
El shamán doalfar se quedó helado. El mensaje venía del mismísimo oráculo. Sin dudarlo un momento se volvió y le ordenó al mensajero que le siguiera.
Las dos estudiantes permanecieron en el banco tras escuchar la conversación. El mensajero debía de ser muy importante pues todo un shamán se había quedado perplejo.
- Vaya, un mensaje de Nara ... - comentó Eliel.
- Por muy importante que fuera no habría utilizado nunca a un común. Además, un mensaje de Nara debe ser enviado sólo por nuestra raza.
El pequeño campanario que tenía el edificio en la fachada norte dio la hora.
- Ya es la una, tenemos que ir al comedor, rápido.
Las dos muchachas se marcharon presurosas para evitar que las riñeran por llegar tarde, e intentaron alejar de sus mentes lo que acababan de presenciar.
La estancia era bastante grande. Allí comían unos doscientos alumnos sentados en largas mesas de madera presididas por sus profesores. Todos hablaban distendidamente de cómo habían ido el día y las clases, pero casi todos habían advertido el hecho de que faltaran dos profesores y la directora. Algo muy extraño puesto que la asistencia a la comida se consideraba inexcusable para que todos pusieran en común vivencias y experiencias.
Eliel se preguntaba si aquellas ausencias tendrían que ver con la desconcertante visita de aquel común. Absorta en sus cavilaciones mientras comía la tradicional sopa de los martes junto a sus amigas, no se percató de que uno de los profesores ausentes había entrado en el comedor y se había acercado a ella.
- Van Desta, por favor, siento interrumpir su comida pero la directora me pide que la lleve a su despacho.
Eliel se llevó tal susto que se le cayó la cuchara en el plato, con tan mala suerte que se salpicó una de las mangas del uniforme.
- Cla... claro - dijo levantándose.
- ¿Has hecho algo malo? - le dijo Alpeia con un susurro.
- ¿Y yo qué sé? - le respondió mientras se volvía para seguir al profesor, que ya se había encaminado hacia la salida, mientras todos los alumnos los miraban.


En el sencillo pasillo de madera, Eliel esperaba junto a la puerta del despacho de la directora. Nerviosa, se frotaba la amplia manga de color blanco salpicada de sopa con la esperanza de disimular las manchas. No muy lejos, apoyado en la barandilla del pequeño balcón que se abría en el mismo pasillo, estaba el mensajero. El humano observaba de reojo los intentos de la novicia por hacer desaparecer las manchas y se reía con disimulo.
Esto no pasó inadvertido a Eliel, que le dedicó una mirada furiosa. El hombre no pudo evitar soltar una carcajada y se alejó por el pasillo, seguramente para reírse a gusto de aquella doalfar que antes lo había despreciado.
Contrariada, ella esperó en la puerta hasta que ésta se abrió. El profesor que la había conducido hasta allí le pidió con suma amabilidad que entrara.
Entró en aquel despacho que sólo había visitado una vez, cuando ingresó en la escuela acompañada de sus padres. Pero de aquello ya hacía tres años. Para su sorpresa estaba exactamente igual. Varias plantas adornaban las esquinas de la estancia, luciendo magníficas flores de distintos tonos y formas. Destacaban en la habitación una armadura muy bien cuidada y una pequeña biblioteca de consulta. Dos grandes ventanas iluminaban el escritorio, tras el cual la directora la esperaba sentada.
La doalfar poseía una mirada clara, cristalina. Cuando uno se sentía observado por aquellos ojos grises, daba la sensación de que pudiera ver a través del alma. La mujer, ataviada con una túnica azul de amplia capucha y largas mangas, con bordados en blanco de hojas y flores, hizo un ademán con la mano para que la novicia se acercara.
-Adelante.
Eliel avanzó algo vacilante hasta llegar frente al escritorio.
- ¿Qué deseáis? - preguntó.
-No me andaré por las ramas, ya que esta situación es un poco incómoda para ti, lo cual es comprensible.
- Aguardó unos momentos hasta que la novicia se hubo sentado en la silla - Necesito que hagas un viaje en mi nombre para recoger unos libros que necesito.
Eliel se quedó un poco perpleja. Ella sólo era una novicia y hacer algo en nombre de la directora de la escuela era una enorme responsabilidad. Se le hizo un nudo en el estómago y por un momento sintió angustia y la sopa que acababa de ingerir luchaba por volver a ver la luz.
-Por... por supuesto que sí, sería un grandísimo honor para mí. Pero no entiendo, si me permite la pregunta, por qué he de ser yo. Soy sólo una novicia, señora directora - dijo mientras un sudor frío perlaba su frente.
- Por tu padre.
- ¿Mi padre?
- Según tenemos en tu hoja de ingreso, tu padre es un intermediario en la ruta de la seda en su paso por Hannadiel, por lo que está acostumbrado al trato con comunes. Y por lo que aquí figura, conoces su idioma, por lo que te será fácil desenvolverte en el país vecino.
- Realmente nunca he tratado con ningún común, salvo mis sirvientes y en muy raras ocasiones. - No sabía adónde quería llegar. Su padre rara vez solía estar en casa, apenas tenía recuerdos de él, ya que sus constantes viajes le llevaban a vivir durante mucho tiempo en los puertos fronterizos. Por lo que obviamente, cuando podía pasar unos días con su familia no le apetecía hablar del trabajo. Así que sobre los comunes Eliel no sabía nada, salvo su idioma y porque la habían obligado.
- Yo no puedo desatender la escuela, y los libros que vas a buscar exigen máxima discreción, por lo que no puedo enviar a ningún sacerdote, y tú eres la única novicia en esta escuela que sabe tírico. Así que tienes que ir a Tiria, la capital para que te den unos libros un viejo colega de la Santa Orden. Es de vital importancia.
- No se si seré la persona más adecuada.
- Lo serás, Van Desta, no tienes de qué preocuparte. Enviaré a dos guardias para que te escolten. Sólo es un viaje de rutina, así que sólo deberás de pasar lo más desapercibida posible. No quiero levantar rumores infundados. – La directora le dirigió una mirada amable – Por favor, sé que es pedirte mucho pero también se que lo harás bien.
Eliel asintió y dio un largo suspiro. No se había dado cuenta, pero había estado casi todo el tiempo aguantando la respiración.


Hacía unos minutos que la novicia, cabizbaja, había salido del despacho cuando el profesor que hasta allí la había acompañado entró, dando unos pequeños golpes al marco de la puerta para pedir permiso.
- ¿Creéis qué es lo más correcto enviar a una novicia? Es un encargo de tanta responsabilidad  que deberías de ir vos en persona.
La directora admiraba una pequeña figura de cristal que emitía un fulgor azulado con atención.
– Tú lo has dicho. Si fuera yo la Santa Orden sospecharía enseguida de que algo no va bien. Es más fácil que vaya esa pequeña como si se tratara de lago rutinario. Además es una buena estudiante en todas las materias, excepto una.
-  ¿A qué se refiere?
- Todos los estudiantes que han pasado por aquí siempre hemos usado el oráculo para ver sus posibles futuros. Siempre ha sido infalible, o casi siempre. – la directora se recreó viendo la cara de sorpresa del doalfar. Este hecho muy poca gente lo sabía.
- No, no es posible. El oráculo nunca falla. – respondió con incredulidad.
- Tal vez este no sea el día más apropiado para tal afirmación, ¿no crees? Además, yo misma repetí la prueba con ella por si algo no se había hecho bien y tampoco hubo resultado. Por alguna razón que no logro comprender, Alma, nuestra diosa, no tiene un destino para esta niña. A fin de cuentas… ¿Qué sabemos de ella salvo un escueto expediente? Una chica sin destino para arreglarlo, que ironía.
- ¿Qué pasará ahora? - dijo el profesor, sobrecogido.
- Desde que era niña y empecé a estudiar el oráculo, buscando el conocimiento que nos podía dar una máquina capaz de predecir el futuro, he sentido un temor irracional a que llegase el día en que tuviera que decir esto. No lo sé. - Dejó el cristal azulado sobre la mesa- . Pero creo que esa niña puede darnos la respuesta. - Ni ella misma sabía qué estaba haciendo. Era un momento muy delicado para hacer pruebas o experimentos, pero sentía que enviar a aquella joven era lo mejor. Pero pese a su convicción, sentía miedo.
- O no - apuntó el shamán.
- Puedo equivocarme, pero sólo podemos esperar.
Quiero resistirme a creer que nuestra madre, Alma, nos haya abandonado.

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