29 de abril de 2014

Capítulo 6: Más allá de un sentimiento

Una de aquellas bestias de oscuridad le propinó un zarpazo a Adriem en el brazo izquierdo, justo antes de que éste, con un fuerte revés de brazo, la golpeara con la porra con todas sus fuerzas. El impacto fue suficiente para apartarla, pero no para herirla, si es que era posible.

En su desesperada carrera había entrado en una de las naves abandonadas del sector. La chatarra se amontonaba entre aquellos muros de ladrillo derruidos, y las goteras del destartalado techo creaban enormes charcos en el suelo de adoquines entre los que crecía algo de maleza.

Aún no se había recuperado del ataque cuando otras dos criaturas más le cerraron el camino. Su siseo recordaba a las hienas del desierto, moviendo sinuosamente de un lado a otro. Jadeaba exhausto debido a la larga carrera sin cuartel. Su garganta estaba reseca, el sudor le bañaba el cuerpo y brillaba bajo la tenue luz de la luna, que penetraba a través de las cristaleras rotas de aquella antigua nave industrial. En su desesperada huida había perdido la orientación. No sabía cuántas sombras le habían atacado y conseguido zafarse in extremis ¿Cinco, tal vez siete? ¿Y qué más daba? Había desenvainado el sable que portaba en la diestra y en la izquierda sujetaba la porra invertida para protegerse el antebrazo. Tomó aire y se preparó para un nuevo ataque de dos por cada uno de sus flancos. Pestañeó para aclarar su mente, nublada por el esfuerzo, justo a tiempo para ver que ambas criaturas se le echaban encima.

En un rápido movimiento retrocedió y extendió el brazo, estocando con el sable en lo que parecía el pecho de una de las sombras, interrumpiendo violentamente su carga. Cambió de posición y dio un giro con el cuerpo trazando un arco. El sable se dobló por la presión, partiéndose la hoja por la mitad, interceptada por un portante zarpazo de la otra sombra que le había buscado el flanco. Consiguió dar dos zancadas hacia atrás evitando la dentellada que le lanzó después mientras los trozos del sable caían sobre el suelo tintineando de adoquines a varios metros.

Su cuerpo ya estaba sin fuerzas y ese último esfuerzo lo debilitó aún más. La herida no sangraba pero se notó extrañamente aturdido. Empezaba a costarle pensar con claridad. Los oídos se le estaban taponando y sus ojos no conseguían enfocar bien mientras un involuntario temblor en una de las piernas amenazaba con derribarlo al suelo. ¿Por qué tenía que pasar por esa angustia? 



Escuchó como alguien aplaudía acercándose hace él - Bravo, bravo ¡Bravo! Has sido una presa divertidísima Adriem Karid. No eres muy bueno, pero le pones pasión, lo que hace más sabrosa su carne. - la aguda voz de la arlequín resonaba en aquel vacío almacén. - Cada herida que sufras te va drenando el éter de tu cuerpo y adormeciendo poco a poco hasta que...  ¿lo adivinas? - él sabía que esperaba falsamente su respuesta - ¡Exacto! Te conviertas en una cascara vacía y muerta.

Adriem levantó lentamente la cabeza, percatándose de que aquella chiquilla, o lo que fuera, estaba casi enfrente suyo, rodeada de tres criaturas más.

22 de abril de 2014

Capítulo 5: Estamos bajo el mismo cielo

El sol de las primeras horas de la mañana se filtraba a través de los árboles, dibujando sombras sobre el suelo, como si de un mosaico se tratara. El sonido de las campanas anunciaba el final de la ceremonia. Del pequeño templo de piedra, construido antes de que los edificios lo rodearan, empezó a salir la gente. Se notaba que era un día de fiesta, ya que todos iban arreglados con ropas elegantes.

Adriem aguardaba sentado en la vieja escalinata que daba paso a los bonitos jardines donde se hallaba el templo. Era un remanso de paz entre el febril mundo de ahí fuera.

El joven permanecía con la mirada perdida en los árboles, oyendo el canto de los pájaros que allí anidaban, evocando estampas de su ciudad natal. Al oír las campanas se levantó y se sacudió los pantalones. Ya no llevaba el uniforme, ahora vestía unos pantalones de color verde grisáceo, con botas de cuero marrón y camiseta blanca. Recogió una cazadora de cuero negro que había dejado sobre el pedestal de la estatua de una bella mujer. La había cogido para protegerse del frescor de la mañana, pero ahora sólo le servía para colgársela del hombro.

Avanzó en sentido contrario al resto de la gente que descendía hacía el mundanal ruido, procedentes de orar a Alma. Se internó en el modesto templo de piedra y ladrillo de más de dos siglos de antigüedad. Dentro, sobre la superficie de la cúpula sobre la cruz de las naves del templo, aún sobrevivía algún fresco en la pared, pero la humedad los había ido consumiendo. Tratando de adivinar que representaba cada uno, dejó pasar el tiempo hasta que no quedó nadie y la puerta principal se cerró.

Al oír las bisagras y el encaje de las puertas se giró para ver al anciano y regordete párroco de avanzada edad, como denotaban las canas que poblaban lo poco que quedaba de su cabello en contraste con sus cejas densamente pobladas.

Le saludó con una breve reverencia – Padre Augusto, buenos días.

El hombre le sonrió y le dio unas palmadas en la espalda con confianza – Ven hijo, vamos a la sacristía, ahí podremos conversar con tranquilidad.

- Claro, como desee – sin nada que objetar le acompañó tras el altar y entraron en la habitación cerrando la puerta. El hombre se aseguró de que no se oía nada e invitó a Adriem a sentarse.

- Se me hace raro verte por aquí fuera de horas de servicio y dudo que hayas venido a confesarte. - se giró hacia un pequeño lavamanos – Tengo algo de té si quieres tomar algo.

- No se preocupe, estoy bien así, gracias – Ya había tomado uno en la mañana por lo que era mejor rechazarlo con amabilidad. Trató de acomodarse en la silla de madera y caña, pero era harto difícil.

El párroco abrió con una llave que llevaba bajo una manga, un pequeño armario del que sacó una tetera y un pequeño hornillo. - Si me disculpas yo si que me haré uno.

- Discúlpeme padre pero... se que le estoy interrumpiendo en su descanso, pero necesito hacerle unas preguntas. 

- Sin uniforme supongo que no es nada oficial - le comentó acertadamente mientras abría una pequeña caja con la infusión.

- Nadie como usted conoce los entresijos de este sector.

- Porque la gente confía en mí y sabe de mi juramento a Alma de silencio, así que si es una pregunta sobre alguien sabes de sobra que no voy a poder satisfacer tu curiosidad sea cual sea. Aunque sea extra oficial.

- Lo se, padre. Su reputación le precede antes incluso de su vacación tardía a la Santa Orden. Precisamente por eso le pregunto a usted, se que esta conversación no saldrá de estas paredes - dijo reclinándose sobre la silla - No quiero saber de alguien que goce de su confianza para sacar a una doalfar de la ciudad.

El sacerdote dejó de remover el te mientras se calentaba y le con extrañeza - ¿Una doalfar?

- Quiero sacarla de aquí. Está en apuros y la persiguen, es buena persona, por eso necesito a alguien que pueda sacarla de la ciudad y que sea de fiar. Pagaré lo necesario.

Se quedó pensativo volviendo a remover el te durante unos segundo cavilando. Adriem sabía que era disparar al aire y que revelar que él sabía el paradero de una doalfar tras el accidente del tren y todo el revuelo a su alrededor podría ponerles en peligro. Pero en sus años en Tiria, aquel hombre, había dado muestras de sobra como para ser de fiar.

- Hay un capitán de un pequeño dirigible mercante. No es trigo limpio, pero siempre cumple sus contratos y sabes esquivar bien las aduanas – dijo al fin el sacerdote.

- Un contrabandista, supongo.

- Supones bien.

Adriem tragó saliva y escuchó con atención los detalles sobre el dirigible, su lugar de amarre y a través de quién debía contactar. Mientras escuchaba, el sol de la mañana fue ocultándose tras las nubes y el claustro se tornó más frío y sombrío.

- Hay algo más, joven - añadió el párroco - Me has dicho que es una doalfar…


15 de abril de 2014

Capítulo 4: Un mundo no tan distinto

- Aquí tienes, cocido de la llanura - dijo Dythjui mientras le servía en un plato de barro a la hambrienta Eliel en la mesa de la cocina, ya que no podía dejar que los otros clientes la vieran - Es la especialidad de Agnes, la cocinera.

La doalfar se quedó mirando las alubias con verduras y pedazos de carne que nadaban en una espesa salsa. Se alejaba mucho de las ensaladas, sopas y pescados que comía en la escuela o en su casa y ese cocido ya se le estaba haciendo pesado antes de comerlo.

- No pongas esa cara. Es lo más típico de los alrededores. No has estado en una ciudad si no has probado su gastronomía.

- Es que no sé... parece muy... denso. - describió sin encontrar un adjetivo mejor.

- ¡Eso es energía! - dijo mientras oscilaba un dedo en señal de riña, guiñándole un ojo – ¡Aun éstas en edad de crecer!

- Ya tengo veintiocho años, no he de crecer más - dijo Eliel algo indignada. Esa común no tenía derecho a tratarla como a una cría cuando aparentaba tener poco más de la mitad de su edad.

- ¡¿Veintiocho?! ¡Válgame Alma, si creí que tendría diecisiete! - oyó a Agnes, que estaba escuchando desde la despensa.

- Los doalfar son como los delven, viven muchos años, así que crecen más lentamente - dijo Dythjui, aleccionando a su cocinera, que ya se había asomado por la puerta.

- ¡No me compares con un delven! - dijo Eliel muy enojada.

Adriem entró en la cocina vestido con ropa calle y cargando unas bolsas, algo que a la doalfar le resultó extraño, pero la camiseta los pantalones le sentaban mucho mejor que el uniforme.

- Buenos días. Espero no llegar tarde, me he dormido - Adriem miró a su alrededor y comprobó lo cargado que estaba el ambiente - ¿Se puede saber qué pasa?

- La señorita doalfar, que siente su orgullo herido - dijo Dythjui con desdén.

- Tú me has comparado con una delven. Por ese mismo hecho, en Kresaar se puede encarcelar a un común. – Eliel se cruzó de brazos levantando la barbilla en una postura muy digna.

Adriem dio un suspiro. En esa pose, la joven doalfar no podía negar su alta cuna. Pero daba igual el estatus que pudiera tener, en el Imperio se habían abolido hace más de doscientos años cualquier tipo de título nobiliario, así que, el hecho de ser noble, marqués o duque no era más que una preposición en el nombre si esto no iba acompañado de una gruesa cartera repleta de escudos. A fin de cuentas, en Tiria, tu posición social dependía de cuánto dinero tenías en el banco. La pobre no sabía cómo era vivir en esa ciudad

- Pues vas a tener que acostumbrarte – dijo Adriem mientras se servía un plato de cocido y se sentaba a la mesa – en Tíria vas a encontrarte con muchos. La provincia de Ilnoa está bien comunicada, así que es muy frecuente verles por esta ciudad para hacer negocios.

- Son traidores. Su reyezuelo decidió aliarse con los comunes en aquella desgraciada guerra civil. ¿Y todo para qué? ¿Para que su reino fuera independiente de Kresaar? ¿Para no tener nunca más señores? Fíjate ahora, sólo han conseguido ser vasallos de los humanos. Una “provincia”, como decís los imperiales. Diría que a los doalfar nos ha ido mejor siendo fieles a los dragones.

- Esa “provincia” – hizo hincapié Adriem en esa palabra – se formó por un pacto con Tiria hace muchos años y les otorga un autogobierno, leyes propias y es el único territorio del Imperio donde aún existen las antiguas castas nobles. Además, sus armeros equipan en exclusiva a todo el ejército imperial. Aquel pacto se firmó por unión de sangre entre las familias reales, así que en ningún momento Ilnoa ha perdido su identidad, sino que ha sabido encontrar su lugar dentro de este país.

- Tú no lo entiendes. Eran nuestros hermanos, gozaban de los mismos privilegios que nosotros y los dragones los tenían en alta estima. Hubo un alzamiento en el asedio de Sazel durante la guerra y fueron castigados por no mantener aquella posición, pero en vez de aceptarlo, que hubiera sido lo honorable, todo su pueblo decidió recurrir a las armas. Si aquello no hubiese ocurrido, la Guerra de las Lágrimas nunca habría empezado, hubiese sido una simple revuelta de los comunes como cualquier otra, y millones no hubieran perecido en vano.

9 de abril de 2014

Capítulo 3: Soñando por un mañana mejor

Los restos del tren estaban diseminados a lo largo de más de un kilómetro de vías cuyos carriles habían quedado retorcidos. La fría mañana había revelado con más claridad el caos de madera y hierros retorcidos que, según las primeras investigaciones, habían sido ocasionados por la rotura en uno de los bogie. La circulación había sido cortada y un par de grúas ayudaban a levantar los esqueletos desfigurados de los vagones que ya habían sido examinados minuciosamente lejos de cualquier mirada curiosa. Varios guardias rastreaban cada centímetro del vagón de primera clase en el que parecía, se había originado el fallo mecánico, para disgusto de los representantes de la compañía del ferrocarril que demandaban airadamente a dos oficiales de alto rango la celeridad en las investigaciones para la puesta en marcha de la línea lo antes posible. Pero sus quejas caían en oídos sordos pues el hecho de que en el vagón sobre el que se estaban centrando las investigaciones, algunos de los muertos presentaban extrañas heridas y cortes que no eran propias de los hierros retorcidos por el impacto al volcar. A parte de un doalfar kresáico que no venía listado en el acta de pasajeros.

Melisse, acompañada de un capitán de la Guardia Urbana, accedió al vagón con sumo cuidado de no entorpecer la labor de los agentes ni tropezar. Caminar por el pasillo inclinado era sumamente difícil. Al llegar al lugar donde yacían varios cadáveres no pudo evitar taparse la boca y la nariz con una de las mangas de su hábito para evitar el penetrante olor que venía de los cuerpos que se hallaban sobre sendos charcos de sangre. Un nudo se le hizo en el estómago al ver los múltiples cortes y desgarros que presentaban, en la mayoría de los casos, dejando sus tripas al aire.

- Comprenderá que esto es muy inusual, priora - le comentó el capitán - Procure no tocar nada, se lo ruego.

- Si, no se preocupe, Henry, se lo agradezco mucho. Sólo me tomará un momento. - apoyó la mano en el pecho - La diosa Alma los acoja.

- No quiero disgustarla con detalles, pero parece que quien fuera que hizo esto se ensañó con ellos cuando aún no se había producido el accidente. Lo extraño es que salvo el doalfar ninguna de las víctimas presenta heridas de autodefensa. Es como si estuvieran inconscientes o drogados cuando les asesinaron - A diferencia del resto, el capitán lucía bordado las iniciales G.U. en plateado y un par de líneas negras en su hombro derecho que le correspondía por rango. Era un hombre de mediana edad, con unas pronunciadas entradas y canas en los aladares. Un bigote corto perfilaba sus finos labios, enmarcados en un rostro anguloso y algo severo.

- ¿Ya tienen alguna pista? - No podía dejar de mirar aquellos cuerpos desfigurados - ¿Nadie ha visto nada?

- Me temo que poco por ahora. Los pocos supervivientes de los otros vagones que han podido testificar no oyeron nada antes del accidente - se rascó la cabeza pensativo - La única pista que tenemos fuera del tres es que localizaron al revisor al que le correspondía este trayecto, muerto en los baños de personal de la estación oeste del sector tres.

Para alivio de la priora, entre las víctimas, no estaba a la novicia kresáica, por lo que podría haber sobrevivido pero no quería preguntárselo directamente al oficial. No tardaría en presentarse por allí el Servicio Secreto Imperial a meter las narices y no quería que supieran aun de la joven - Haré cuanto esté en mi mano por ayudaros. Es sólo cuestión de tiempo que aparezca aquí algún delegado del gobierno cuestionando la capacidad de la guardia del sector o algo peor...

- Tengo a todos mis hombres trabajando en ello y ya me he ocupado de que los burócratas no metan las narices por el momento pero...  ¿qué puede hacer al respecto?

Merise sacó de un bolsillo de su hábito una pequeña caja de madera que contenía dos tizas - Le pediría que sus hombres me dejaran un poco de espacio, capitán.

1 de abril de 2014

Capítulo 2: La danza de las sombras

Adriem era incapaz de sentarse, estaba demasiado intranquilo como para quedarse quieto. Se limitaba a dar vueltas enfrente de la mesa. La chaqueta del uniforme se secaba al calor de la lumbre y había optado por dejarse los tirantes caídos y quedarse en camiseta. No sabía si sudaba por el calor de la cocina o por los nervios de haberse saltado el código de la guardia.

Centró de nuevo su atención en la muchacha que le hablaba sentada en la mesa, indudablemente más serena que él.

- Me hubiera parecido muy bien que te trajeras un ligue, tal vez un amigo, o alguna vieja conocida... Pero ¿subir a tu habitación a una desconocida? Deberías haberla llevado al cuartel, y que allí se encargaran de ella.

- No... lo siento, estaba muy asustada. No quería llevarla directamente para que la acribillasen a preguntas. Es una doalfar, probablemente de la Confederación de Kresaar, y ya sabes cómo los tratan; en su estado sería muy traumático. Es mejor dejar que se recupere y luego ya haré lo que tenga que hacer. - se sentó al fin en la silla, afligido - Lo siento, Dythjui, no es mi intención traerte problemas.

Sabía que la dueña de la posada no gustaba de imprevistos en su negocio, como era habitual, pero no sabía a quién más recurrir. 

Ella se recostó sobre la silla y suspiró - Tienes que ser más egoísta, Adriem. Este tipo de cosas te van a traer algún día muchos problemas - dijo a modo de sentencia.

Dythjui nunca le había confesado su edad, pero la chica era más joven que Adriem. Tenía el pelo negro con algunas mechas verdosas, recogido en una sencilla coleta alta. Vestía una camiseta de cuello alto bastante gruesa de color beige, combinada con unos pantalones granates y zapatos de cuero marrón. Rara vez la había visto arreglada, siempre llevaba ropa cómoda y funcional. Sus ojos grises y una complexión delgada, tal vez demasiado, remataban la curiosa estampa de la dueña de El Puente de Álsomon. Pese a que sus palabras solían estar cargadas de una madurez impropia de su juventud, según algunos era demasiada responsabilidad para ella el regentar aquella pequeña posada de apenas tres pisos, contando la buhardilla, situada a la sombra del gran puente de piedra y metal, del que tomaba el nombre, que unía los distritos tres y nueve.

Le había pedido que se reunieran con discreción, por lo que se habían sentado en una de las mesas, justo al lado de la despensa. La cocina  era grande y el salón donde se servirían en poco tiempo las comidas quedaba al otro lado, lejos de oídos indiscretos. Algunos clientes ya habían llegado y el guardia escuchaba de fondo como se entretenían con anécdotas del día regadas por buenas cervezas, a la espera de la cena. Es por ello que no tardaría en llegar Agnes, la cocinera, para empezar a preparar la comida a los parroquianos y huéspedes como él. 

La cocina poco tenía que destacar. Los fogones y la carbonera oscurecida por el uso ayudaban a que hiciera siempre calor en esa estancia y los fregaderos, así como las dos amplias mesas parar preparar los platos permanecían aun limpios. Al lado de la puerta de servicio y bajo una ventana en la que arreciaba la fina lluvia, perlado el cristal, se amontonaban cajas con verduras, patatas y todo lo necesario para el menú de aquella noche. Él bien sabía que Agnes era una maniática de la limpieza, y los azulejos blancos, inmaculados, así lo atestiguaban bajo la vigas de madera oscura que sostenían el techo.

- Bien, aquí tienes, cincuenta escudos, eso cubrirá su estancia y las molestias que te pueda ocasionar hoy - dijo Adriem deslizando unas cuantas monedas sobre la mesa -. Creo que será más que suficiente por esta noche.

- Adoro tu generosidad, pero no hace falta. Eres cliente desde hace mucho, me conformo con que sigas siendo puntual en el pago de la habitación. - le empujó las monedas de vuelta hacia Adriem.

- De acuerdo, de acuerdo. - Sonrió agradecido, y se levantó de la silla. Su sueldo de guardia no le permitía hacer muchos desembolsos ni  lujos, así que pese a no ser cortés, no insistió -. Tengo que irme, Makien me está cubriendo el puesto, y ya le debo un favor. Más vale que vuelva a patrullar.

- Vale, pero ¿qué haré si despierta?

- Mmmm ¿sabes hablar doalí?

- ¿Acaso sabes?

Adriem se giró y le dedicó una sonrisa para luego salir de la estancia. Se medio tropezó con Agnes, que entraba en ese momento. Le dirigió una breve disculpa y siguió su camino. 

- Si todo tiene que estar atado a un plan ¿qué significa esto? - dijo Dythjui sin percatarse de la entrada de la cocinera.

- ¿El qué, Dythjui? -preguntó la recién llegada mientras sacudía el paraguas. Agnes era una mujer de unos cincuenta años, aunque ella nunca había dicho su edad. Tenía el pelo cobrizo, ondulado y no muy largo. Unos pequeños ojos oscuros, enmarcados por las arrugas propias de una persona acostumbrada a sonreír, miraban tras unas pequeñas gafas redondas de montura dorada.

- Nada, Agnes - dijo mientras se levantaba de la silla - Como siempre, Adriem y su manía de dejarlas frases a mitad.

- Ese muchacho siempre va con prisas. Aún me acuerdo de cuando tuvo que volver corriendo del trabajo porque le sentó mal el guiso que preparé. ¡Y no fue porque estuviera malo! - dijo con orgullo - Sino porque se lo comió en apenas cinco minutos.

Dythjui no pudo evitar reírse al recordar el aspecto tan pálido que tenía Adriem aquella vez. No pudo comer nada en dos días. Lo tuvo a base de sopas.

- Tienes razón. Tuve que cuidarle porque no quería ir a ver al doctor. Es como un niño.

- Lo que pasa es que trabaja demasiado. Debería dedicarse un poco de tiempo. -Agnes se enfundó el delantal que tenía guardado detrás de la barra-. Esta noche creo que voy a preparar unas buenas tortillas.

- Eso suena muy bien.

"La Torre del Reloj" (Tiria) - 2012