Una de aquellas bestias de oscuridad le propinó un zarpazo a Adriem en el brazo izquierdo, justo antes de que éste, con un fuerte revés de brazo, la golpeara con la porra con todas sus fuerzas. El impacto fue suficiente para apartarla, pero no para herirla, si es que era posible.
En su desesperada carrera había entrado en una de las naves abandonadas del sector. La chatarra se amontonaba entre aquellos muros de ladrillo derruidos, y las goteras del destartalado techo creaban enormes charcos en el suelo de adoquines entre los que crecía algo de maleza.
Aún no se había recuperado del ataque cuando otras dos criaturas más le cerraron el camino. Su siseo recordaba a las hienas del desierto, moviendo sinuosamente de un lado a otro. Jadeaba exhausto debido a la larga carrera sin cuartel. Su garganta estaba reseca, el sudor le bañaba el cuerpo y brillaba bajo la tenue luz de la luna, que penetraba a través de las cristaleras rotas de aquella antigua nave industrial. En su desesperada huida había perdido la orientación. No sabía cuántas sombras le habían atacado y conseguido zafarse in extremis ¿Cinco, tal vez siete? ¿Y qué más daba? Había desenvainado el sable que portaba en la diestra y en la izquierda sujetaba la porra invertida para protegerse el antebrazo. Tomó aire y se preparó para un nuevo ataque de dos por cada uno de sus flancos. Pestañeó para aclarar su mente, nublada por el esfuerzo, justo a tiempo para ver que ambas criaturas se le echaban encima.
En un rápido movimiento retrocedió y extendió el brazo, estocando con el sable en lo que parecía el pecho de una de las sombras, interrumpiendo violentamente su carga. Cambió de posición y dio un giro con el cuerpo trazando un arco. El sable se dobló por la presión, partiéndose la hoja por la mitad, interceptada por un portante zarpazo de la otra sombra que le había buscado el flanco. Consiguió dar dos zancadas hacia atrás evitando la dentellada que le lanzó después mientras los trozos del sable caían sobre el suelo tintineando de adoquines a varios metros.
Su cuerpo ya estaba sin fuerzas y ese último esfuerzo lo debilitó aún más. La herida no sangraba pero se notó extrañamente aturdido. Empezaba a costarle pensar con claridad. Los oídos se le estaban taponando y sus ojos no conseguían enfocar bien mientras un involuntario temblor en una de las piernas amenazaba con derribarlo al suelo. ¿Por qué tenía que pasar por esa angustia?
Escuchó como alguien aplaudía acercándose hace él - Bravo, bravo ¡Bravo! Has sido una presa divertidísima Adriem Karid. No eres muy bueno, pero le pones pasión, lo que hace más sabrosa su carne. - la aguda voz de la arlequín resonaba en aquel vacío almacén. - Cada herida que sufras te va drenando el éter de tu cuerpo y adormeciendo poco a poco hasta que... ¿lo adivinas? - él sabía que esperaba falsamente su respuesta - ¡Exacto! Te conviertas en una cascara vacía y muerta.
Adriem levantó lentamente la cabeza, percatándose de que aquella chiquilla, o lo que fuera, estaba casi enfrente suyo, rodeada de tres criaturas más.