La doalfar se quedó mirando las alubias con verduras y pedazos de carne que nadaban en una espesa salsa. Se alejaba mucho de las ensaladas, sopas y pescados que comía en la escuela o en su casa y ese cocido ya se le estaba haciendo pesado antes de comerlo.
- No pongas esa cara. Es lo más típico de los alrededores. No has estado en una ciudad si no has probado su gastronomía.
- Es que no sé... parece muy... denso. - describió sin encontrar un adjetivo mejor.
- ¡Eso es energía! - dijo mientras oscilaba un dedo en señal de riña, guiñándole un ojo – ¡Aun éstas en edad de crecer!
- Ya tengo veintiocho años, no he de crecer más - dijo Eliel algo indignada. Esa común no tenía derecho a tratarla como a una cría cuando aparentaba tener poco más de la mitad de su edad.
- ¡¿Veintiocho?! ¡Válgame Alma, si creí que tendría diecisiete! - oyó a Agnes, que estaba escuchando desde la despensa.
- Los doalfar son como los delven, viven muchos años, así que crecen más lentamente - dijo Dythjui, aleccionando a su cocinera, que ya se había asomado por la puerta.
- ¡No me compares con un delven! - dijo Eliel muy enojada.
Adriem entró en la cocina vestido con ropa calle y cargando unas bolsas, algo que a la doalfar le resultó extraño, pero la camiseta los pantalones le sentaban mucho mejor que el uniforme.
- Buenos días. Espero no llegar tarde, me he dormido - Adriem miró a su alrededor y comprobó lo cargado que estaba el ambiente - ¿Se puede saber qué pasa?
- La señorita doalfar, que siente su orgullo herido - dijo Dythjui con desdén.
- Tú me has comparado con una delven. Por ese mismo hecho, en Kresaar se puede encarcelar a un común. – Eliel se cruzó de brazos levantando la barbilla en una postura muy digna.
Adriem dio un suspiro. En esa pose, la joven doalfar no podía negar su alta cuna. Pero daba igual el estatus que pudiera tener, en el Imperio se habían abolido hace más de doscientos años cualquier tipo de título nobiliario, así que, el hecho de ser noble, marqués o duque no era más que una preposición en el nombre si esto no iba acompañado de una gruesa cartera repleta de escudos. A fin de cuentas, en Tiria, tu posición social dependía de cuánto dinero tenías en el banco. La pobre no sabía cómo era vivir en esa ciudad
- Pues vas a tener que acostumbrarte – dijo Adriem mientras se servía un plato de cocido y se sentaba a la mesa – en Tíria vas a encontrarte con muchos. La provincia de Ilnoa está bien comunicada, así que es muy frecuente verles por esta ciudad para hacer negocios.
- Son traidores. Su reyezuelo decidió aliarse con los comunes en aquella desgraciada guerra civil. ¿Y todo para qué? ¿Para que su reino fuera independiente de Kresaar? ¿Para no tener nunca más señores? Fíjate ahora, sólo han conseguido ser vasallos de los humanos. Una “provincia”, como decís los imperiales. Diría que a los doalfar nos ha ido mejor siendo fieles a los dragones.
- Esa “provincia” – hizo hincapié Adriem en esa palabra – se formó por un pacto con Tiria hace muchos años y les otorga un autogobierno, leyes propias y es el único territorio del Imperio donde aún existen las antiguas castas nobles. Además, sus armeros equipan en exclusiva a todo el ejército imperial. Aquel pacto se firmó por unión de sangre entre las familias reales, así que en ningún momento Ilnoa ha perdido su identidad, sino que ha sabido encontrar su lugar dentro de este país.
- Tú no lo entiendes. Eran nuestros hermanos, gozaban de los mismos privilegios que nosotros y los dragones los tenían en alta estima. Hubo un alzamiento en el asedio de Sazel durante la guerra y fueron castigados por no mantener aquella posición, pero en vez de aceptarlo, que hubiera sido lo honorable, todo su pueblo decidió recurrir a las armas. Si aquello no hubiese ocurrido, la Guerra de las Lágrimas nunca habría empezado, hubiese sido una simple revuelta de los comunes como cualquier otra, y millones no hubieran perecido en vano.
Adriem suspiró. Había sido un día demasiado duro para que esa chiquilla viniera a amargarle la comida con soflamas políticas.
- Entre estas paredes puedes opinar lo que quieras, Eliel, pero en la calle no encontrarás gente tan comprensiva y puede que les moleste que consideres banal la guerra por la que sus antepasados derramaron sangre, así que mejor será que te guardes semejantes opiniones. Se dice que Tiria es una ciudad abierta, pero sigue sin ser la Ciudad de la Tolerancia. Además, que yo recuerde, aquello ocurrió hace casi quinientos años. ¿No crees que es suficiente tiempo para que una doalfar haga la vista gorda durante unos días? Sólo os diferenciáis en el color de la piel, cosa que nos va a venir muy bien.
- ¡¿A qué te refieres con eso?! - la pregunta tuvo una pronta respuesta cuando Adriem sacó el contenido de las bolsas.
- ¡¿Quieres que me disfrace?! - exclamó Eliel al ver las ropas que había dentro del paquete: un vestido en tonos verdosos con detalles geométricos en amarillo y un corsé, muy propios de la moda imperial.
- Agradecería que no chillases, el salón está aquí al lado. El tren en el que viniste tuvo un accidente después de que te cayeras y tengo la impresión que no fue una casualidad, así que he de sacarte de la ciudad y con esas ropas del este va a ser más complicado de lo que ya es. - se explicó Adriem - Yo no he dado parte en la comisaría y a estas alturas si lo hiciera, primero te confinarían y segundo yo estaría en un buen aprieto por acogerte sin dar parte.
- No, me niego - dijo Eliel desviando la mirada, muy contrariada. - Tendrás que pensar algo mejor.
- ¿Qué dices? Si con un poco de maquillaje parecerías una... - no le dio tiempo de terminar la frase.
- Una delven – dijo apretando los dientes para no alzar la voz, mientras levantaba los brazos, escandalizada - ¡Vamos, lo que faltaba! ¿Acaso no te entró en tu dura cabezota lo que te acabo de decir?
- Pues sólo hay otra opción - Adriem se levantó, agarró por el brazo a la muchacha sin mucha compasión y la llevó escaleras arriba. Ella se resistía y pataleaba, pero era imposible deshacerse de aquel recio brazo que la agarraba. La empujó dentro de su habitación y cerró la puerta. Oyó cómo acercaba una silla con un golpe seco.
Se acercó corriendo y tiró para intentar abrirla, pero sus sospechas se vieron confirmadas. La puerta estaba atrancada por fuera bloqueando el picaporte, probablemente con la silla.
- Me niego a que te puedan ver, es por tu propia seguridad. - sentenció mientras se alejaba por el pasillo.
- ¡Abre, maldito seas! ¡No puedes encerrarme como a una prisionera! - No se oyó ninguna respuesta - ¡Te exijo que me abras! - gritó golpeando la puerta - ¡Adriem!
Dythjui se quedó mirándole cuando bajaba la escalera haciendo oídos sordos a las exigencias de la doalfar.
- Suerte que la zona privada está separada del resto, porque esa muchacha tiene buena voz. Sería una gran cantante - dijo el guardia con una risa socarrona.
Boceto desechado de la primera edición |
- Hazme caso, en un rato estará dispuesta a ponerse el disfraz. Es como una niña pequeña - dijo dedicándole a una mirada de complicidad.
- A veces pienso que detrás de esa apariencia tuya de buen chaval se esconde algo de maldad.
- Exageras - Extendió la ropa sobre la mesa y se quedó observándola. - Creo que he acertado con la talla.
- ¿La compraste tú? Vaya, tienes buen gusto para la ropa pese a que eres un hombre. Creo que le quedará bien si decide ponérselo -dijo Dythjui, tomando una de las prendas para probársela por encima.
- Lo hará.
Adriem llegó a su habitación y se sentó en la cama. De fondo aun podía escuchar los golpes de la habitación contígua. Sin duda Eliel tenía una energía inaudita para lo delicada que parecía. La luz gris entraba en la habitación y ésta se reflejó en el arma cuando la desenvainó. Se quedó observándola. Una espada de una mano con una hoja curva bastante ancha con guarda en cruz. Las fabricaban en serie y el acabado era bastante pobre. La volvió a envainar y la dejó apoyada contra la pared.
Se acercó a un baúl que tenía cerca de la ventana. Lo abrió y sacó algunas herramientas, un par de mantas y una larga caja de madera un poco apolillada. Extrajo de ella un sable que compró al poco de llegar a Tiria a un comerciante delven.
Era una sable de un metro y veinticinco centímetros, seguida de una sencilla guarda partida en dos partes que pinzaba la hoja, una sencilla empuñadura con cinta entrelazada que se ensanchaba al final en un pomo. Carente de cualquier adorno, su belleza se hallaba en la perfecta geometría del arma. Los delven sabían forjar espadas prácticas, aunque no bellas. Se dejó su primer jornal en comprarla y nunca la había vuelto a sacar de la caja.
Tal vez era hora de seguir adelante e ingresar en el ejército, sino poco más iba a poder hacer en la guardia y no había hecho ese viaje para quedarse como un simple sargento. Tenía que demostrarles que se equivocaban, que era algo más que un tipo que tuvo que abandonar su pueblo natal por el miedo.
*****
//Año 492 E.C.
«Lo suficientemente fuerte para no llorar nunca más.»
Las palabras que le dijo a Esmail el día en que su madre murió, hacía cinco años, resonaban en su cabeza, mientras Adriem caía al suelo.
- Vaya Karid, ¿te has hecho daño? - dijo uno de los chavales que lo había golpeado.
- ¡¡Claude, dejadme en paz!! - grito al que comandaba la pandilla.
- Pobrecito, espera a que te ayude. - Una fuerte patada fue a parar a sus costillas.
Aquellos malditos gamberros habían estado haciéndole la vida imposible desde que entró en el club de esgrima del colegio. Su padre usó algunos contactos para que, pese a que no fue capaz de pasar las pruebas de acceso, entrara de todas maneras. Evidentemente, este hecho no sentó bien a sus nuevos compañeros.
- Mirad, parece que el hijo del bibliotecario se enfada.
Adriem se abalanzó contra uno de ellos y lo derribó, pero inmediatamente los otros lo cogieron por los brazos y lo inmovilizaron. En ese momento se levantó el que había tirado al suelo y se dispuso a golpearlo.
- Esto te va a doler, Karid.
- ¡Eh! ¡Vosotros! ¡Claude y los demás, si no lo dejáis, avisaré al señor Bolman! - Esmail acababa de aparecer en el patio de tierra que había detrás de la escuela. Era una jovencita ya de quince años.
- Maldita sea... - dijo el chico que respondía al nombre de Claude, al que Karid había derribado. Mirando amenazadoramente a los ojos del muchacho indefenso, escupió al suelo y se alejó, seguido de sus compañeros - ¡Esto no ha acabado Karid, ya nos veremos…!
- Deberías dejar este club. - Esmail le curaba una de las heridas del brazo.
-Y a lo sé. - dijo más dolido en el orgullo que por la cura de sus heridas - Ahora mismo me lo acaban de recordar.
Adriem y Esmail estaban tumbados en un verde prado que había cerca del colegio, un edificio gris de tres plantas con el tejado de pizarra y grandes ventanales. Ambos veían cómo pasaban las nubes de la primavera sobre un cielo azul intenso, mientras los pocos árboles que había por esa zona se mecían al son del viento.
- Además, la esgrima no se te da muy bien. Siento decírtelo.
- Pero quiero ser fuerte, así nunca más me podrán pegar. Nunca he tenido ninguna virtud, ni he destacado en nada. - La mirada de Adriem se perdía en el cielo, mientras que Esmail lo contemplaba sin que se diera cuenta.
- ¿Acaso el ser tan testarudo no es una virtud? - se mofó - Adriem, no lo necesitas. Por lo menos, a mí no me hace falta.
- ¿Cómo? - Adriem volvió la cabeza para ver cómo ella apartaba la mirada y se ruborizaba.
- Te quiero tal como eres... - dijo todavía con el rubor en las mejillas desviando su mirada para que sus ojos no se encontrasen con los de él.
Una ráfaga de viento se alzó, deshojando las flores primaverales y llevándose la última frase con él.
*****
Eliel, cansada de forcejear con la puerta que Adriem había atrancado, estaba tumbada en la cama. No acostumbraba a hacer tales esfuerzos, por lo que sus finos brazos le dolían. Aún tenía las marcas de los dedos de Adriem. Se sintió molesta por la brusquedad de aquel humano.
- ¡Será posible! ¿Cómo se atreve a dejarme encerrada en esta habitación como si fuera una vulgar prisionera? ¡Soy una invitada de la Santa Orden! ¡Él no puede retenerme así! ¡Adriem, eres idiota! - exclamó la doalfar en su monólogo. Pero se calló de repente, tapándose la boca con las manos. ¿Qué había dicho? ¿Lo había llamado por su nombre con tanta familiaridad? Por Alma.
Se levantó de la cama alarmada. Aquella situación la estaba cambiando. No podía permitirse esas confianzas. ¿Se estaba convirtiendo en una común como ellos? No entendía cómo su padre los podía tratar sin sentirse... ¡Era culpa de ese guardia, seguro! No podía dejar que se saliera con la suya. Una doalfar a merced de un común, ¿dónde se ha visto?
Estaba cansada de que la situación la superase constantemente. Desde que había llegado a Tiria todos habían decidido por ella.
- Pero eso va a cambiar. Le demostraría a ese guardia que era capaz de salir de allí por sí misma. Quería ver su cara cuando la viera entrar por la cocina como si nada. Él pensaba que no era más que una niñata consentida, pero pronto descubriría que estaba muy equivocado.
Sin más, abrió la ventana. Se asomó y vio el pequeño patio trasero, donde se tendía la ropa. El suelo de cemento estaba lleno de verdín. Una tapia de piedra de no más de dos metros y un viejo sauce completaban la estampa. Examinó la pared y al final optó por agarrarse al canalón. El tubo estaba frío, húmedo y resbaladizo al contacto y Eliel no pudo reprimir un escalofrío y un sentimiento de asco al tocar a saber qué sustancias; pero no desistió y trepó al alféizar para luego extender una de sus esbeltas piernas hacia el canalón. Apoyó primero un pie, luego el otro, pero no calculó que la vieja tubería no fuese capaz de soportar su liviano peso. Se oyó un gemido proveniente de los tornillos que sujetaban la tubería a la pared, como si el mismo metal protestase por ver su sueño interrumpido. Eliel, asustada, se asió con ambas manos con más fuerza a la tubería, apretando las rodillas contra ella para afianzarse y rezando a Alma para no caerse. Pero todo fue en vano. Con un último crujido, la tubería se soltó de los enganches. Profiriendo un grito, Eliel se precipitó hacia el suelo, arrastrando en su caída restos de moho y trozos de piedra de la pared. Se estampó contra un montón de ropa de uno de los cestos que contenía la colada de esa mañana.
- ¿A quién se le ocurre descolgarse de esa forma? Podrías haberte hecho mucho daño. - Adriem, arrodillado ante Eliel, la curaba con un algodón y alcohol unos rasponazos que se había hecho en una pierna.
La doalfar, sentada en una de las banquetas de la cocina, se negaba a hablar. Estaba de lo más enfadada. No sólo porque su escapada había sido un auténtico fracaso, sino porque también tenía que soportar la vergüenza de su torpeza ante Adriem. El alcohol escocía mucho, pero se mordía los labios para no mostrar debilidad.
- Lo malo es que se ha echado a perder la colada - dijo algo molesta Dythjui. En una de las pilas lavaba la ropa de los cestos que se había ensuciado con el accidentado aterrizaje de Eliel.
Al final, la doalfar se decidió a hablar tras todas las acusaciones vertidas hacia ella:
- Todo ha sido por tu culpa. Me encerraste en esa habitación porque no quería disfrazarme -dijo contrariada.
- Y por eso decidiste iniciar una aventura, ¿no? - contestó Adriem sin el menor síntoma de sentirse culpable. A fin de cuentas él no la había empujado por la ventana.
Aún arrodillado alzó la cabeza y la miró a los ojos. Eliel se sintió algo incómoda y perdió parte de su porte altivo.
- No iba a permitir que me vistierais como una delven.
- Si ese es el problema, ¿por qué no de humana? - dijo el joven sacerdote sin perder de vista el exterior mientras la casera seguía frotando la ropa con algo de jabón y agua.
- De humana podría pasar - aunque no del todo convencida dio su brazo a torcer para satisfacción de Adriem - Sé que es una situación extrema, así que puedo tolerar el hacerme pasar por uno de los vuestros.
La sonrisa que trataba de ocultar el guardia no pasó inadvertido a la ofendida doalfar.
- ¿Qué te hace tanta gracia?
- Sólo ha costado un par de horas. No había salido como esperaba, el riesgo fue innecesario, pero funcionó.
- ¿A qué te refieres?
- Si te hubiera dicho de buenas a primeras que te disfrazaras de humana nunca hubieras aceptado, aunque no te consideré tan intrépida como para salir por la ventana - Cerró el bote de alcohol.
- ¡Maldito seas! - Desde su asiento estiró la pierna que no estaba sujetando el humano con intención de darle una patada en el pecho. No se molestó en esquivarla pues apenas tenía fuerza, viendo como ella se enojaba más si cabe. Se levantó y le dedicó una sonrisa
- Lo siento, no te lo tomes a mal… Pero la próxima vez no te dejes ver, aunque sólo sea el patio trasero - Y se fue de la cocina, dejando a la doalfar con la palabra en la boca.
- ¡Le odio! ¡Ha jugado conmigo!
- Pues pese a todo, parece que está mejor de ánimo, gracias a ti - dijo Dythjui secándose las manos.
- ¿Mejor? ¿Es que le pasaba algo?
Dythjui se acercó hasta la doalfar – A ver, son cosas de Adriem y no te las debería de contar… más bien a él no le gusta que las cuenten. Pero está teniendo problemas en el trabajo, quería un ascenso y se lo han denegado por tercera vez en favor de otro tipo que llevaba muchos menos tiempo que él en el cuerpo. Comprende que no está de humor, así que verle sonreír un poco es agradable.
- No lo entiendo, si lleva más tiempo debería de ser él. ¿Ha tenido algún problema con alguien? - los ojos de la doalfar se abrieron como platos sin comprender cuál era el motivo.
- Hay cosas que no sólo se basa en el mérito y no sólo en tu tierra hay clases. Adriem no es ciudadano imperial, siempre va a tener menos derechos que otro que sí lo sea.
- En Kresaar tu vida cambia mucho si eras noble o no, pero en el tenía entendido que en el Imperio no habían clases.
- No cómo tu las conoces. No es una cuestión de estatus, si eres ciudadano de pleno derecho o sencillamente un habitante. Los privilegios que tienes y derechos son diferentes, aunque claro, las obligaciones tributarias las misma - dijo Dythjui con sorna.
- Creía que Adriem era imperial… ¿No me dijiste que nació en una provincia del norte?
- Eso… creo que ya no te lo debería de contar yo. Es un tema muy personal - dijo suspirando. - Lo siento. - miró por la ventana que daba a la calle y suspiró - Siempre he creído que, por mucho que se empeñe, esta ciudad no es su lugar.
- Más cuatro, más un comodín, con lo que derribo tu última carta, Adriem. - Dythjui se apresuró a quitarle las dos cartas de Mahoc que le quedaban.
- ¡Maldita sea! Ya sé por qué no me gusta jugar contigo.
- Sí, pero siempre te olvidas cuando te pido otra partida - dijo riéndose.
Los dos, junto a Eliel, estaban sentados en una mesa con una baraja. Mientras Adriem se frustraba por su nueva derrota y Dythjui se regodeaba, Eliel miraba con atención las cartas. En algunas mesas contiguas aún los restos de las cenas de los últimos parroquianos que se habían marchado, pero de ello hacía ya más de una hora y el comedor permanecía cerrado.
- No consigo entender este juego. - se rascó la cabeza Eliel, abrumada por las reglas.
- No te preocupes Eli, yo te enseño a jugar esta noche. Tú y yo, a solas - se ofreció la posadera mientras le arrimaba el hombro con una sonrisa.
- ¡¿Cómo?! Oye, Dyth no creo que... - interrumpió sonrojado el guardia. No sabía ni cómo explicarlo pero la aludida no quiso darle el placer de terminar la frase fuera de su imaginación.
- Has perdido... te toca sacar la basura - le replicó con una amplísima sonrisa.
- Pe..., pero...
Dythjui se le quedó mirando, sonriente, mientras Adriem exhaló un suspiro de desánimo. Se levantó y se dirigió a la cocina de mala gana.
- ¿Qué le pasa? - la doalfar no terminaba de entender el por qué de tanto desaire.
- No le gusta perder - dijo Dythjui sin dejar de sonreír.
La noche había caído sobre la ciudad hacía rato. En la habitación de Eliel estaban ella y la casera, sentadas en la alfombra, frente a varias cartas de Mahoc. La doalfar ya llevaba el camisón prestado que usaba, y Dythjui vestía una camiseta larga sobre la ropa interior.
- ¿Lo entiendes ahora? Si tienes suficientes bases y un bono lo suficientemente alto, puedes hacer una jugada que deje al contrincante sin cartas - dijo Dythjui mientras ponía un grupo de cartas sobre la alfombra.
- Yo... lo siento. Sigo sin entenderlo bien. - Eliel se rascaba la cabeza mientras intentaba comprender el juego del todo. Nunca había jugado a las cartas y, por alguna extraña razón, le estaba costando un montón entender cómo funcionaba.
Dythjui exhaló un suspiro.
- Qué le vamos a hacer. Mañana lo seguiremos intentando.- Dicho esto, comenzó a recoger las cartas.
- ¿Aún no ha vuelto Adriem? - preguntó Eliel.
- No. Iba a dar una vuelta. Quería hablar con un par de conocidos en las casas de contratas de mercenarios, a ver si localiza algún transporte discreto que salga de Tíria. - Acabó de recoger las cartas y miró a la doalfar con cara pícara - Veo que te interesas mucho por él. Si no fuera por la aversión que soléis tener por los que no son de vuestra raza... diría que te gusta.
- Eso no es verdad, sólo estaba preocupada porque es tarde - dijo Eliel ruborizándose.
- Descuida, lo entiendo. Siempre me he dicho que si mis preferencias fueran otras también él me gustaría. Y en cierta manera me gusta.
- ¿Cómo? No entiendo qué quieres decir con eso.
Dythjui se acercó a la doalfar y le dio un cálido y suave beso entre la comisura del labio y su carrillo.
- Eres muy inocente. - Dythjui se levantó dejando a Eliel perpleja y ruborizada - Y eso me gusta.
La doalfar se quedó sola, sin saber qué era exactamente lo que había pasado.
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