30 de junio de 2014

Capítulo 14: Buscando el cielo

Meikoss cargaba el equipaje en el carro mientras Adriem hacía lo que podía para ayudarle colocando bien los enseres evitando hacer muchos esfuerzos y disponiéndolo todo para la partida. Mientras, Eliel, Rulia y Danae. La mañana se iba abriendo paso y la helada de la noche comenzaba a levantar con los primeros rayos de sol.
- Es una verdadera pena que tengáis que partir con tanta prisa. Podríais haberos quedado unos días más - dijo Danae.

- Lo siento de verdad, pero tengo que llegar cuanto antes - Eliel dijo esto haciendo una ligera reverencia a modo de disculpa, una costumbre muy kresaica.

- Tenemos que aprovechar que el paso a Nara aún está abierto. - comentó Rulia-. Gracias por todo.

- Espero que tengáis buen viaje, ha sido... interesante – apuntó la boticaria.

- ¡Nos vamos ya! ¡Esto ya está! – dijo Adriem asegurando la lona del carro con el brazo que no temía herido.

- Os deseo lo mejor a los cuatro – dijo Danae. Esbozó una sonrisa y se despidió con la mano mientras subían al carro.



El carro ya se había perdido de vista tras las casas en dirección norte. Danae caminaba de vuelta a sus quehaceres diarios. Iban por la calle principal, que ya empezaba a tener actividad, cuando se detuvo.

- No es sólo Eco... Es un sephirae… - dijo con la mirada perdida. - Algo que no esperaba volver a encontrarme. Pero lo de esa doalfar es todavía más extraño… – Se mordió el dedo índice nerviosa, hablando para si misma. Una costumbre muy habitual en ella - Lo extraño es que parece no saberlo, es algo instintivo. No había otro remedio, tendría que contárselo al pelirrojo con una de las palomas que aun guardara, aún a riesgo de que volviera a encontrarla.

Comenzó a andar con una sonrisa forzada saludando a algunos de sus vecinos. La mayoría desconocedores que la pasada noche podrían haber muerto.


20 de junio de 2014

Capítulo 13: Disrupción astral

El ruido era ensordecedor y tras una oleada que sacudió cada milímetro de su cuerpo, Eliel fue abriendo lentamente los ojos desorientada. Tras estruendo había sobrevenido un silencio sepulcral, tan absoluto que le pitaban los oídos. Sabía que no se había quedado sorda porque podía escuchar su respiración acelerada, acompasando a cada latido frenético de su corazón que luchaba por salir de su pecho por la ansiedad. A su alrededor la habitación se sumía en una luz mortecina. Todos habían desaparecido.

- ¿Adriem? - dijo con voz nerviosa tratando de controlar el temblor que estremecía su cuerpo. Pero nadie respondió.

- Meikoss, Rulia... - seguía sin escucharse nada salvo su propia voz mientras un sudor frío comenzaba a pelar su frente.

Todo cuanto le rodeaba, bajo aquella luz, tenía un aspecto irreal. Se asomó por la ventana y vio como todo el pueblo estaba sumido en aquel absoluto silencio bajo un cielo plomizo. Nada... Ni un alma, excepto... Algo llamó su atención, a lo lejos un resplandor en el horizonte como si de un débil crepúsculo se tratara.

Observando aquel firmamento, por el rabillo del ojo, notó como algo se movía por la calle. Apenas una sombra que se escabullía corriendo, como la de un niño envuelto en un abrigo con capucha que le cubría por completo, doblaba la esquina entre dos casas. ¿Alguien más estaba allí atrapado? Tal vez supiera como salir de aquel extraño lugar. 

Abrió la ventana rápidamente pero la figura ya no estaba. Se maldijo y giro sobre sí misma para bajar a la calle cuando se encontró la puerta de la habitación abierta y a alguien al otro lado. Era imposible que hubiera recorrido aquella distancia, pero no había lugar a dudas que era la misma persona. Allá donde realmente estuviera parecía no atender a la razón. Ahora podía ver que, lo que creía un abrigo, era una vieja capa raída que parecía confeccionada por pequeñas escamas, que envolvía hasta cubrirle parte de la cara ensombrecida. Apenas podía distinguir sus rasgos, sólo unos labios que la sonreían  que le produjeron deja vù tan potente que la devolvió el estómago. Sentía que ya la conocía, desde hacía mucho...

– Sígueme, tienes que salir de aquí. - era aquella misma voz que llamó a Adriem cuando trataba de despertarlo. La suya propia. -  Tienes que darte prisa – prosiguió – si no nunca recordarás.


10 de junio de 2014

Capítulo 12: Mentiras amargas

Dythjui se encontraba absorta en sus pensamientos. Estaba recogiendo con una fregona los charcos de agua que producían los cientos de goteras que se filtraban a través del ruinoso tejado. La planta baja ya era habitable, pero los malditos techadores estaban todo el día dándole largas, como era habitual. Los pocos ahorros que tenía se los había dejado pagando las primeras obras de la reconstrucción de la posada, pero aún estaba lejos de poder volver a abrir la zona de dormitorios que era la más lucrativa. Y si no lo hacía, no sabía de dónde iba a sacar lo que le faltaba, pues el comedor no dejaba suficientes ingresos. Por suerte sólo algunos heridos y no hubo que lamentar a nadie, lo que hubiera conllevado el cierre definitivo. Pero los pagos y las facturas se acumulaban en la mesa de la cocina, y esa maldita lluvia de invierno ponía a prueba su paciencia. 

El tosco sonido de la desencajada puerta de la entrada la sacó de sus ensoñaciones.

- Pase, pase. Enseguida salgo -dijo alzando la voz desde la cocina.

- ¿Señorita Lezard? Soy yo, sor Melisse. - la sacerdotisa avanzó siguiendo la voz de la casera – Con permiso.

- Lo siento, esto no está muy presentable – dijo limpiándose las manos en un trapo tras escurrir la fregona. - No esperaba ninguna visita, pero si viene a cenar, a partir de las siete estará aquí la cocinera.

- Sabe que no estoy aquí por eso – se giró hacia la mesa de la cocina y tomo una silla - ¿Puedo?

- Claro, siéntese. Esta es su casa – dijo acercándose para tomar también asiento – Bueno, lo que queda de ella.

- No me voy a andar con rodeos. Usted es la última persona que vio a Van Desta y necesito que me explique qué demonios pasó aquella noche, sobretodo tras el ataque

- Ya se lo expliqué, sólo recuerdo vagamente aquellas criaturas que surgieron de la nada cuando iba a la despensa a por una infusión para usted. Me avergüenza reconocerlo, pero salí corriendo como pude y que me dieron caza fuera... Después de eso. no recuerdo nada más – se masajeó la sien cansada de repetir la historia por enésima vez - ¿Qué es lo que necesita saber?

- El dirigible en el que parece que escaparon tiene un capitán bastante interesante. Se ha alojado varias veces en este posada. Me cuesta creer que sea una simple casualidad. ¿Le conocía?

- Permítame recordarle que por aquí pasa... - se corrigió con tristeza – pasaba mucha gente. No esperará que conozca personalmente a todos los inquilinos. Pero si está insinuando si tuve algo que ver, la respuesta es: no.

La sacerdotisa se cruzó de brazos y Dythjui notó que no acababa de disipar la desconfianza – Sabe que la Santa Orden no tendría problema alguno en financiar la obras de la posada, señorita Lezard. El interés sería muy bajo... tan sólo un poco de sinceridad.

La casera se apoyó sobre la mesa y encaró a Melisse sin alzar la voz pero con un leve tono de amenaza. - Si lo que sugiere es que puede comprarme, lamento decirle que se equivoca. Ayudé y di cobijo a su novicia shaman, creo que más que un interrogatorio me deben un favor, ¿no cree?

La sacerdotisa se quedó en silencio mirándola a los ojos. Sabía que no tenía pruebas para incriminarla y con presionarla un poco la dejaría en paz por una temporada.

Dythjui se sobresaltó al escuchar el sonido de varias botas entrando en el comedor. Salió sin dudarlo un momento y encontró a cuatro soldados de la guardia imperial. Ataviados con sus uniformes de chaqueta granate y negro combinada con pantalón blanco, bajo capas negras en los que se distinguía perfectamente el escudo imperial del grifo rampante, los soldados de élite del imperio observaban con detenimiento la estancia mientras accedían al local sin molestarse en llamar. A Dythjui no se le escapó que la priora se sentía incómoda por su presencia.

- Eminencia, se la requiere para una audiencia urgente. Por favor, acompáñenos – dijo el que ostentaba mayor rango en su uniforme con educación pero con cierto matiz de arrogancia que le confería su estatus.

- Con tan galantes modales no puedo rechazar su oferta, teniente - dijo irónicamente la sacerdotisa  que se levantó de la silla. - ¿Puedo saber quién me requiere? 

- El prior Rognard.

- ¿Y envía a la guardia imperial? Es mucho honor – respondió con algo de desconfianza.

- Si – respondió sin más explicaciones.

Melisse suspiró y la casera supo que, por suerte, su poco amigable conversación con ella había finalizado. Así que no dudó en despedirse – Veo que tienes otros menesteres que atender y yo una cocina  que limpiar. Ha sido un placer hablar con usted – su sonrisa no escondía cierto sarcasmo.

- Hablaremos en otro momento, señorita Lezard – se giró con semblante serio hacia los guardias imperiales – Adelante caballeros.

- La próxima vez avisa y prepararé café. - dijo mientras tomaba de nuevo la fregona. Prefería lidiar con aquellas goteras antes que con otra charla recriminatoria.

3 de junio de 2014

Capítulo 11: Los reflejos del corazón

Rognard observaba las últimas inscripciones de la duodécima Sacra Squela. Una enorme piedra de tres metros de altura que, junto con sus once hermanas, relataban la historia del mundo. Según se decía  podían rivalizar en importancia con el mismísimo oráculo de Nara. Dispuestas en círculo en la enorme sala de mármol, los estudiosos intentaban descifrar las misteriosas inscripciones, pese a las altas horas de la madrugada que eran.

Unos pasos acelerados y marciales sacaron a Rognard de su ensimismamiento. Una pareja de soldados, con uniformes con bordados granates que lucían el escudo imperial, formaron a ambos lados de la entrada, mientras una delven, ataviada con la misma indumentaria, entraba con sus vivos ojos claros clavados en él.

- ¡Prior Rognard! ¡Estoy muy disgustada con su actitud, y sepa que el Emperador también!

- Comandante Alexa, siéntase como en su casa. No hace falta que llame a la puerta - respondió con educada ironía y una pronunciada reverencia.

- Ha llegado a mis oídos por la Guardia Urbana de la ciudad que ha habido problemas con una noble kresaica en la ciudad.

- Cierto es - Rognard la miró con indiferencia, sabiendo que, pese al temperamento de ella, como miembro de la Santa Orden era ajeno a su autoridad. Alexa era una mujer muy bella, de aspecto fiero y cuerpo atlético, de piel oscura y pelo rubio recortado por detrás, lo que dejaba al aire su nuca. Costaba creer que siendo tan joven, con apenas treinta y dos años, y mujer, hubiera alcanzado uno de los rangos militares más altos del imperio. Comandante de la Guardia Imperial.

- ¿Y por qué no se informó ni a nuestro ilustre Emperador ni al Senado?

- Querida comandante, no queríamos intranquilizar por algo que era nuestra responsabilidad, puesto que la noble era invitada de la Santa Orden. Se informó al Sumo Pontífice, por supuesto.

- Pero ¿es consciente del delicado momento por el que atraviesan las relaciones con Kresaar? Creo que no es muy consciente de el incidente que podría haber provocado... - entornó la mirada - ¿O tal vez si?

- A veces - dijo Rognard, girándose de nuevo hacia la Squela y fijándose en las líneas que estaba estudiando -, es mejor que no se sepan las cosas de las que aún no conocemos sus consecuencias.

- ¡Deje los juegos de palabras, prior, el hecho es que no informó a las autoridades! - Alexa dio un paso al frente, visiblemente airada - ¡Quiero respuestas! - su voz retumbó por la sala - Recuerde que aunque este suelo sea sagrado, pertece al Imperio y tiene obligaciones con él.

- No hay respuestas porque no las tengo. Tenga la amabilidad de abandonar esta sala, está molestando a la gente que aquí realiza el noble arte del estudio o el descanso. - la miró con desdén - Sólo me debo a Alma, señorita Alexa. Adiós.

- Escúdese en su posición si quiere, pero por mucho que pretenda ignorarme, o despreciarme, pero  le prometo que volveremos a vernos las caras, prior. Estoy cansada de usted, no es la primera vez que se salta las leyes, y no me quiere como enemiga, se lo aseguro. - Dijo apretando los dientes para contener el tono de su voz. Se giró en redondo y abandonó la estancia acompañada de sus hombres, mientras Rognard añadió un último apunte a sus notas.

- ¿Acaso no lo somos ya, mi querida comandante? - murmuró el prior, consciente que la delven había oído sus palabras mientras se alejaba, y volviendo de nuevo a su estudio de la Squela.