3 de junio de 2014

Capítulo 11: Los reflejos del corazón

Rognard observaba las últimas inscripciones de la duodécima Sacra Squela. Una enorme piedra de tres metros de altura que, junto con sus once hermanas, relataban la historia del mundo. Según se decía  podían rivalizar en importancia con el mismísimo oráculo de Nara. Dispuestas en círculo en la enorme sala de mármol, los estudiosos intentaban descifrar las misteriosas inscripciones, pese a las altas horas de la madrugada que eran.

Unos pasos acelerados y marciales sacaron a Rognard de su ensimismamiento. Una pareja de soldados, con uniformes con bordados granates que lucían el escudo imperial, formaron a ambos lados de la entrada, mientras una delven, ataviada con la misma indumentaria, entraba con sus vivos ojos claros clavados en él.

- ¡Prior Rognard! ¡Estoy muy disgustada con su actitud, y sepa que el Emperador también!

- Comandante Alexa, siéntase como en su casa. No hace falta que llame a la puerta - respondió con educada ironía y una pronunciada reverencia.

- Ha llegado a mis oídos por la Guardia Urbana de la ciudad que ha habido problemas con una noble kresaica en la ciudad.

- Cierto es - Rognard la miró con indiferencia, sabiendo que, pese al temperamento de ella, como miembro de la Santa Orden era ajeno a su autoridad. Alexa era una mujer muy bella, de aspecto fiero y cuerpo atlético, de piel oscura y pelo rubio recortado por detrás, lo que dejaba al aire su nuca. Costaba creer que siendo tan joven, con apenas treinta y dos años, y mujer, hubiera alcanzado uno de los rangos militares más altos del imperio. Comandante de la Guardia Imperial.

- ¿Y por qué no se informó ni a nuestro ilustre Emperador ni al Senado?

- Querida comandante, no queríamos intranquilizar por algo que era nuestra responsabilidad, puesto que la noble era invitada de la Santa Orden. Se informó al Sumo Pontífice, por supuesto.

- Pero ¿es consciente del delicado momento por el que atraviesan las relaciones con Kresaar? Creo que no es muy consciente de el incidente que podría haber provocado... - entornó la mirada - ¿O tal vez si?

- A veces - dijo Rognard, girándose de nuevo hacia la Squela y fijándose en las líneas que estaba estudiando -, es mejor que no se sepan las cosas de las que aún no conocemos sus consecuencias.

- ¡Deje los juegos de palabras, prior, el hecho es que no informó a las autoridades! - Alexa dio un paso al frente, visiblemente airada - ¡Quiero respuestas! - su voz retumbó por la sala - Recuerde que aunque este suelo sea sagrado, pertece al Imperio y tiene obligaciones con él.

- No hay respuestas porque no las tengo. Tenga la amabilidad de abandonar esta sala, está molestando a la gente que aquí realiza el noble arte del estudio o el descanso. - la miró con desdén - Sólo me debo a Alma, señorita Alexa. Adiós.

- Escúdese en su posición si quiere, pero por mucho que pretenda ignorarme, o despreciarme, pero  le prometo que volveremos a vernos las caras, prior. Estoy cansada de usted, no es la primera vez que se salta las leyes, y no me quiere como enemiga, se lo aseguro. - Dijo apretando los dientes para contener el tono de su voz. Se giró en redondo y abandonó la estancia acompañada de sus hombres, mientras Rognard añadió un último apunte a sus notas.

- ¿Acaso no lo somos ya, mi querida comandante? - murmuró el prior, consciente que la delven había oído sus palabras mientras se alejaba, y volviendo de nuevo a su estudio de la Squela.




El carro de dos ejes y con cubierta de madera avanzaba tirado por dos caballos sobre el gran puente que salvaba el río. No muy lejos, se veía una peña sobre la que se perfilaba un enorme torreón, y a sus pies un pueblo.


Apenas habían salido y el traqueteo por los adoquines desnivelados adoquines de la antigua calzada que encaraba hacia el norte por el paso de las montañas hacia el vecino reino de Salania, ponía a prueba la espalda de Eliel que era incapaz de encontrar una postura cómoda mientras el carro de madera oscilaba de un lado a otro. Nunca lo creería, pero añoraba el traqueteo del ferrocarril sobre el que tantas maldiciones había echado mientras viajaba a Tiría.

En tan sólo una semana su perspectiva del mundo había variado mucho. El viaje era apasionante, estaba aprendiendo muchas cosas, pero cómo añoraba la cama de su habitación en la escuela de Coril.

Sin embargo, entre aquellas telas, tumbado ante ella, estaba aquel común que la había ayudado sin pedir nada a cambio. No mejoraba y las pesadillas parecían no cesar, pero no podía hacer nada más que estar a su lado y velar por él.

El sol ya había comenzado su escalada hacía su punto más alto en el horizonte cuando Rulia anunció que iban a hacer una parada para descansar, ya que el tiempo acompañaba y no tendrían problemas en llegar a su primera escala antes del anochecer.

Eliel bajó y cuando tocó el suelo notó como varias de sus articulaciones crujían al estirarse. Meikoss  se acercó a ella mientras Rulia estudiaba las provisiones para decidir cuál iba a ser el menú de la comida, pese a que no permitía muchas opciones.

- ¿No es un paisaje bello? - le dijo el aspirante a caballero mientras se ponía a su altura.

Desde aquella loma, una de las primeras estribaciones del terreno, se contemplaban perfectamente los llanos y la línea de la costa con el cabo dónde, ya como una pequeña mancha, estaba Dulack. Las pequeñas nubes que atravesaban el firmamento proyectaban su sombras sobre los campos, muchos de ellos arados, y pequeños bosques, conjugando distintos tonos de ocres, amarillos y verdes. El sol, pese a que brillaba con fuerza, no calentaba lo suficiente como para combatir el suave viento que bajaba de las escarpadas cumbres nevadas de las cumbres del norte.

- Es precioso - dijo frotándose los brazos para entrar en calor.

- Siempre he oído que en tu tierra los bosques parecen infinitos, no se si se podrá comparar - dio dos pasos y Eliel notó como la chaqueta de Meikoss se posaba sobre sus hombros - Será mejor que te abrigues, no sería bueno que enfermaras.

- Gracias - tomó la chaqueta y la cerró sobre su cuerpo, aceptando tan gentil gesto - Si algo he aprendido estos días es que cada lugar tiene su belleza.

- Y sin duda a Kresaar tenemos que devolverle la suya, aunque quisiera ser quien se la robara - dijo Meikoss mirándola fíjamente con una sonrisa de complicidad que la ruborizó al instante sin encontrar palabras para responder a aquel cumplido.

- Yo... no, no creo... - notaba que le ardían las mejillas y la cercanía no ayudaba. 

Meikoss le posó la mano sobre el hombro, parecía que iba a añadir algo más pero miró de reojo hacia el carro - Creo que es hora de comer.

En la dirección de su mirada venía Rulia con un paquete con algo de embutido y una gran hogaza de pan. Eliel suspiró aliviada por aquella situación embarazosa mientras él se acercaba a la comerciante para ayudarla, aunque por otra parte, deseaba haber escuchado el siguiente cumplido que a bien seguro el apuesto común iba a regalarle al oído.



- Torre Odón - anunció la comerciante. Iba sentada sujetando las riendas.

A su lado, Meikoss observaba el panorama. Las enormes praderas de los todavía amplios valles, que mecían al viento, poco a poco iban cambiando su color hacia uno más pardo y enfermizo. Los árboles en su mayoría no tenían hojas y se retorcían alineado a lo largo de un río de aguas turbias. La peña de Torre Odón, sobre la quedaban los retos de una antigua fortaleza sobre un pueblo sombrío, rompía el horizonte. Justo detrás, prácticamente oculta por las nubes, se divisaba la primera gran pared caliza de la cordillera Krimeica, cuyas cumbres nevadas hacían en contraste más sombrío el valle.

- ¿Pararemos allí? -preguntó Meikoss extrañado.
- Sí. Es un antiguo cruce de caminos, la última parada de postas antes de ascender. No te dejes engañas por su aspecto, la tierra es yerma, pero son buenas gentes.

- Está claro que del cultivo o la ganadería no viven.

- Se dice que hace más de una década habían frondosos bosques, pero poco a poco fueron muriendo. Algunos dicen que algún pecado cometieron contra Alma y ésta les castigo, otros que envenenaron las tierras las instalaciones militares que construyeron río arriba... - le miró enarcando una ceja - ¿Tú que crees? En la capital seguro que se habrá hablado de esto.

Meikoss se quedó mirando aquel paisaje que poco a poco iba siendo más árido durante unos momentos en silencio. Algo había escuchado - No, es la primera vez que escucho de este lugar - mintió sin querer entrar en el tema. - Pero seguro que nuestras monedas serán bien recibidas para cenar bien y dormir en una cama limpia.

- Por supuesto - sonrió la comerciante complacida.

El aspirante a caballero abrió la cortina que tenía a su espalda y que daba al habitáculo del carro. - Vamos a parar en un pueblo. Llegaremos enseguida. ¿Cómo está nuestro paciente?
- Le ha subido la fiebre y sigue teniendo pesadillas - dijo Eliel..

Adriem, apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor, se removía, empapado en sudor. Ella escurrió una toalla en un caldero que tenía al lado, y que no paraba de agitarse con el traqueteo del carro, y se la colocó en la frente -. Me da miedo que no aguante hasta Nara.
- Seguro que sí – no tenía ni idea, pero necesitaba calmarla – Pararemos sólo lo imprescindible.
- No lo entiendo, ¿por qué cada vez está peor? - dijo ignorando su comentario.

Suspiró sin saber que decir. Volvió a sentarse de frente al carro para ver como se iban acercando lentamente a aquella parada de postas. Necesitaban un descanso y tal vez allí, con más calma... Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. Sentía que atraía a la doalfar, pero tenía que tomárselo con calma y su guardaespaldas le estaba dando más batalla inconsciente que en el duelo de la plaza.

Una parte de él no deseaba que despertara.

***
//Año 495 E.C.
...La princesa acompaña la muerte,
la resurrección el olvido.
Se apoya en su amor y desafía las tinieblas. 
Pero su corazón la traiciona.

- Es una canción preciosa. Nunca me canso de oírla. Me trae muy buenos recuerdos - dijo Adriem sentado sobre las rocas mientras observaba el frío mar del Norte. 

Las olas golpeaban contra los escollos y saltaban, mojándolos a él y a Esmail, con pequeñas gotas de lluvia salada. Era verano y los dos adolescentes descansaban del baño en la playa. Ella se le abrazaba con fuerza y ternura, murmurando aún el final de la canción.

- Nos la solía cantar tu madre cuando éramos pequeños, ¿te acuerdas? - dijo ella.
- Sí. Decía que era la historia de una princesa que vivió hace muchos años, y que la había aprendido de su abuela.
Se volvió hacia él. - ¿Crees que la historia es verdad? Quiero decir, ¿crees que la princesa existió?

Comenzó a reírse. - ¿Acaso importa, Esmail? Sólo es una bella canción. ¿Qué más da si fue verdad o no? Lo importante es que es bonita.

- ¿Y ella sería bonita también? - dijo con una sonrisa mirando hacia el mar.

- Déjalo, ya te estás yendo por las ramas, soñadora. 

Volvió a abrazarse a él. - Siempre estoy soñando, porque mi sueño eres tú. - acercó sus labios a los de él.

***

-Esmail... - murmuró Adriem, que se encontraba un poco mejor gracias al calmante que el doctor le había dado a Eliel. Ella miraba cómo su sueño se iba tranquilizando.

La doalfar se levantó y se dirigió hacia la puerta de la habitación de la posada donde estaban. En el último instante se volvió hacia la cama del convaleciente - ¿Quién es Esmail? - Esperó unos segundos  una respuesta que sabía que no iba a recibir y se dirigió cabizbaja hacia el comedor para cenar con sus compañeros de viaje. Apenas había dormido y notaba como sus fuerzas flaqueaban.

Bajó la escalera hasta el inmenso salón, donde gentes de todo tipo cenaban, brindaban y contaban hazañas de sus viajes más recientes. Casi todo el mundo estaba de paso, y parecía la única alegría que había en aquel pueblo, las historias y las monedas de los viajeros. Varios doalfar, en una esquina, la saludaron al verla pasar cerca de su mesa. Sentía que hacía muchísimo tiempo que no veía a gentes de su raza y al verlos les devolvió el saludo con un sentimiento de alegría en su corazón, mas su preocupación por Adriem empañaba ese sentimiento.

Al final llegó a la mesa de sus compañeros de viaje y se sentó.

- ¿Qué quieres que le pida a la camarera? Te recomiendo el revuelto - dijo Meikoss señalando su plato -, está muy bueno.

- No, gracias. La verdad es que no me apetece cenar nada. - sentía el estómago revuelto por el agotamiento.

- Pues eso no está bien, querida - dijo Rulia -. Tienes unas ojeras terribles, muy mala cara. Nos quedan aún cuatro días de camino y, si no coges fuerzas, enfermarás con el frío y, sinceramente con un enfermo tenemos bastante.

- Ya... pero es que no tengo ganas. - volvió a declinar la oferta – Gracias.

- No me seas niña malcriada. Si te pones mala, ¿quién cuidará de tu amigo? - le recriminó la comerciante.

Eliel sonrió con tristeza. - Tienes razón. Tomaré una sopa de fideos, Meikoss. - tampoco iba a ganar nada no cenando, y una sopa sería más fácil de digerir.

Él asintió y fue hasta la camarera, la abordó soltándole un piropo y le pidió la sopa. Ella le dijo que esperara y él se quedó en la barra, haciéndole compañía mientras la preparaban, probablemente entreteniéndola con alguna conversación banal.

La comerciante miró la escena y le comentó - Me parece que va a tardar un poco y tu amigo no parece que tenga prisa.

Miró hacia la escena, con la camarera riéndose y coqueteando con Meikoss y no puedo evitar sentir cierta envidia. El común era atractivo y sus ropas, aunque vestía sencillos, dejaba entrever que era adinerado, por lo que era muy normal que aquella mujer quisiera llamar la atención. Lo hacía con total naturalidad, ojalá ella fuera igual de extrovertida. Además, él parecía acostumbrado a ello y se notaba que entraba en el juego del coqueteo.

Rulia le llamó para que volviera a la conversación que había abandonado mirando aquella escena - Querida, por más que le mires no va a venir antes. - bromeó 

- No, no. Sólo que... - agitó la cabeza - Da igual, déjalo. - tan siquiera se sentía con ganas de dar una explicación coherente. 

- Diría que tienes hambre de repente, pero no soy yo quién para meterme en tus asuntos. Apenas hemos hablado desde que nos han presentado esta mañana. Pero no te culpo, se que estás preocupada por tu amigo enfermo. Y eso que es un común.

- Es mi amigo, no me importa que sea doalfar, mawler o humano - alegó algo molesta ante la insinuación de la comerciante - Aunque se que no es lo habitual.

- No, no lo es querida. Mira a los tuyos - dijo señalando a los doalfar que estaban en una mesa a parte y que, de vez en cuando les lanzaban mirada - Están a un lado procurando no mezclarse y, muy probáblemente, preguntándose que hacer tú aquí, sentada conmigo a la mesa.

- No lo supongas, lo están haciendo - afirmó Eliel cabizbaja.

- No te culpo - le dijo sonriendo - Nosotros tampoco es que os tratemos demasiado bien. Has tenido que salir escondida en un carro de la ciudad. No parece la mejor despedida, pero por suerte ya estamos lo suficientemente cerca de tus tierras como para que puedas relajarte.

- Yo antes era como ellos, es como nos educan. Pero si no conoces que hay fuera es normal que le tengas miedo y prejuicios. Parece mentira que el año que viene vaya a hacer cinco siglos del final de la gran guerra y aun existan estos rencores - dio un largo suspiro apenada.

- No somos tan diferente, querida. ¿Si tuvieras poder para cambiar el mundo, lo harías? - apoyó su barbilla sobre las manos. Parecía encantada con la conversación, pero a Eliel la pregunta le resultó extraña.

- ¿Cómo iba a poder cambiar el mundo? Es imposible - respondió incapaz de hacerse a la idea,

- Usa tu imaginación, supongamos que puedes... ¿qué cambiarías? - insistió.

Torció los labios y pensó en todo lo que había vivido aquellos días. ¿Qué cambiar? Ni siquiera sabría por donde empezar y, el mayor problema, dónde acabar. Todo era muy diferente, era imposible que una sola persona supiera que era mejor para el mundo. Así que su respuesta fue un sencillo - Nada. Si ni siquiera se decidir sobre mí... ¿como voy a decidir sobre los demás? Creo que el mundo va cambiando el mismo. No necesitaría a nadie que lo hiciera.

Rulia se quedó mirándola sorprendida. Parecía que no esperaba esa respuesta y, tras asentir, le dijo - Muy bien, nunca olvides eso que me acabas de decir.

No pudo evitar reírse - Descuida... por ahora me conformo con saber que voy a hacer.

- ¿Sobre a dónde vas a viajar?...  ¿o con quién? - dijo mirando a Meikos que seguía distraído de cháchara con la camarera.

- ¿Qué? - se echó hacia atrás. La sonrisa insinuante de la comerciante la molestó, se estaba metiendo en temas muy personales - No se de qué me estás hablando.

- A ver, el caballero detchliano... perdón, aspirante a caballero, es muy mono, y no te quita los ojos de encima. No tienes porqué preocuparte por esa camarera.

- Nos está acompañando, nada más - dijo pretendiendo estar ofendida, pese a que le gustaba no ser indiferente a Meikoss - Cuida de mí y de Adriem.

- Ah si, el chico enfermo. Te preocupas mucho por él... se nota que le tienes afecto. Pero deberías de descansar un poco, puedo cuidarle yo esta noche y así esta noche podrás dormir.

- ¿En serio? No se… eres muy amable pero no se si dormiría tranquila - le hacía falta descansar pero después de todo lo vivido no le apetecía separase de él.

- No, insisto. Duerme tu si quieres media noche, luego ya si quieres me relevas. Lo haré encantada, esto acostumbrada a dormir poco y se nota que hace mucho que tú no lo haces - bajó un poco la voz para que quedara entre ellas - SI quieres conquistar a Meikoss las ojeras no son tu mejor aliado - le dijo guiñando un ojo.

- No, Rulia yo… lo siento, se lo debo. No dormiría bien sin saber cómo está. - se disculpó rechazando tanta amabilidad. Pero era demasiado para una recién conocida y le costaba fiarse después de lo pasado en Tiria.

- Como quieras - se encogió de hombros dándose por vencida - Pero seguro que en Nara sabrán cuidar de él, pero por lo que me dijo Meikoss. Luego seguirás hacia Kresaar, a tu pueblo…. Hannadiel, ¿no? ¿O te vas a quedar más tiempo hasta que se recupere? Querida, antes o después os tendréis que separar.

La pregunta tenía su lógica. ¿Qué iba a hacer tras Nara? En Tiria ya se había hecho a la idea de despedirse de Adriem pero ahora le costaba más pensar en ello. De alguna forma, estaba aplazando algo inevitable y, pese a su preocupación por él, no le importaba pasar la horas cuidándole si podía estar a su lado.

- Perdona, querida, me estoy metiendo donde no me llaman. Sólo quería que nos conociéramos mejor y hacer este viaje más ameno. No te enfades si te he molestado - se encogió de hombros - Para mí es muy agradable no viajar sola. Sobretodo siendo una mujer, no sabes quién puede asaltarte por el camino.

Eliel se dio cuenta que la comerciante había roto un silencio prolongado en el que ella no había sabido que responder - No, no me has molestado, es sólo... que estoy muy preocupada por él. Nada más - se excusó

- ¿Crees que en Nara sabrán como curar la enfermedad de tu amigo? Si es Eco... he oído que no tiene cura.

- No... no lo se con seguridad. Espero que el doctor se equivocara y no fuera Eco - se calló al darse cuenta que dos mesas de alrededor suyo se habían quedado en silencio y las observaban. Rulia también se había percatado y miraba a ambos lados hasta que uno de los hombres se levantó y acercó a su mesa.

- Disculpen - dijo un fornido hombre con camisa de franela e impresionante estatura para tratarse de un humano mientras el resto de sus compañeros miraban - No he podido evitar escucharlas ¿Han traído a un enfermo de Eco a este pueblo?

No le pasó por alto a la doalfar que, en el silencio que se había formado, un par de comunes salieron por al puerta a toda velocidad. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender aquella noticia había creado una gran conmoción en la posada. - Son asuntos nuestros, no tengo porqué responderle - dijo sin dignarse a mirarle, tratando de guardar la compostura.

La mano del hombre golpeó la mesa, dándole un susto que casi se cayó de la silla - ¡SI mi incumbe, doalfar!¡Incumbe a todo el pueblo si tienen a un enfermo de Eco!

Antes de que pudiera volver a colocarse en la silla y responder Meikoss estaba a su lado sujetándola por los hombros para que se reincorporara, mirando amenazante al quien la había asustado.

- Ella no tiene por qué darte ninguna explicación - dijo el aspirante a caballero acercándose hasta él. La diferencia de altura era patente, pero no parecía intimidado por este hecho - Por favor, relájese y podremos tener una conversación civilizada. Ninguno queremos que nadie salga herido, ¿no cree?

- ¿Qué problema tienes? - le replicó agachando al cabeza para acercarle al cara - ¿Tanto te gusta la chusma del norte que la defiendes?

- Esto es una misión diplomática, soy hijo del consejero del duque, así que siéntate si no quieres que avise a las autoridades - dijo con convicción sacando a relucir su estatus.

Eliel creía que el alegar su posición dentro de ese país le valdría a Meikoss para poner a aquel bruto en su sitio, pero sin embargo ocurrió todo lo contrario. Las gentes de las mesas se levantaron airadas y la cara de aquel hombre se puso roja por al rabia.

- ¡¡Perro del gobierno!! ¿Cómo te atreves a poner un pie aquí y pavonearte ante nosotros?

Meikoss lanzó una mirada a Rulia que permanecía sentada sin hacer nada, tratando de pasar desapercibida - Me habían dicho que aquí había buena gente. - volvió a mirar a su amenazante adversario - No se qué clase de problema podéis tener pero no tenemos nad...

No pudo terminar la frase cuando tuvo que esquivar un puñetazo que esquivó tomándole el flanco, pero los hombres que se habían levantado de la mesa no se lo iban a poner fácil. Así que Eliel se levantó, cuando otro hombre de la mesa de al lado le sujetó por el brazo.

- Quieta - le ordenó mientras Meikoss se veía superado en número en la pelea.

Los doalfar se levantaron y se dirigieron hacia ella, para liberarla de su captor. Sin duda aquella situación tenía muy mal aspecto y, pese a que tenía la tiza de argentano en el bolsillo, si invocaba a su criatura no sabía si iba a poder controlarla con aquel caos.

Pero sin embargo algo le llamó la atención, de entre todo aquel gentío que animaba a la pelea en la que Meikoss ya había recibido un par de buenos puñetazos que le habían hecho hincar la rodilla en el suelo, una mujer permanecía a escasos metros, ajena a todo sin inmutarse hasta que terminó de apurar el trago de su chupito de licor que dejó caer sobre la barra. Se giró con mala cara y con ciertos síntomas de ligera embriaguez.

La humana vestía una blusa desabrochada hasta el canalillo y una falda marrón bastante gruesa. Era toda una mujer, de generosas curvas, con una melena corta que tomó su chaqueta de la barra y un maletín de cuero y sin prisa se dirigió directamente al lugar donde tenía lugar la pelea.

Meikoss estaba ya de rodillas en el suelo sujeto por varias personas mientras su oponente le daba varias patadas en el pecho sin compasión alguna.

- ¡Así es como tratamos a los perros del gobierno! ¡No nos habéis traído más que desgracia! - se paró un momento a mirarlo. 

Meikoss escupió algo de sangre, pero manteniendo la compostura le sostuvo la mirada - No se a que viene esto. Si tienes algún problema ve a la Dulack y allí...

- ¡¿Para que nos vuelvan a mentir?! - alzó el puño y se dispuso a golpearle en la cara pero, la mujer que había visto Eliel levantarse sin prisa, había llegado hasta su altura y aun a riesgo de recibir el golpe, se puso en medio mirando al grandullón. El puño se detuvo a pocos centímetros de su cara. Toda la gente de la posada enmudeció.

- Si tratas así a los viajeros no pararán más y tú me dirás de que vais a vivir - posó la mano sobre el puño del hombre. Se tambaleaba ligeramente - Tengo unos calmantes muy buenos... aunque creo que sería mejor un buen trago. ¿Te receto un whisky? - esbozó una sonrisa socarrona.

- ¡Calla Danae! No te metas en esto - dijo el hombre. - No es de tu incumbencia.

- Desde que hay un enfermo es asunto de la médico del pueblo y no de un leñador, ¿no crees? Deja  a ese chaval y ve a tomarte ese trago, te invito yo.

- ¡Han traído a un enfermo de Eco, aquí! ¡Tenemos que echarlos a patadas si hace falta! Ya sufrimos bastante con lo que tenemos.

No me voy a apartar, ese chico también necesita mi atención. - le miró y a Eliel le sorprendió ver como la mirada perdida y nublada por el alcohol se tornó seria, clara y penetrante - Sentí mucho lo de tu hermana, pero no pude hacer nada... al menos déjame ayudar a los que aun se les puede salvar.

El hombre abatió lo brazos y su rostros se ensombreció - ¿También los ayudarás a morir? Porque no hay nada más que puedas hacer, verdad?

- Cada enfermo es distinto y tu hermana..rápido movimiento la agarró por el cuello - Antes dd que trataras de curarla sólo tenía lapsos, pero después de tu cura...  ¡Cuándo murió mi hermana ni siquiera me recordaba, bruja!

Eliel no tuvo muy claro que pasó en aquel preciso instante, pero en apenas un parpadeo, le mujer le había cogido a su estrangulador por un dedo y había retorcido aquel musculoso brazo de una. Forma imposible que le hizo girar sobre sí mismo y clavar las rodillas al suelo con un alarido de dolor.

Ella paseó la mirada por los demás que q dieron un paso atrás, intimidados. ¿Qué clase de médico era esa? El silencio invadió la estancia de la posada excepto los gritos del hombre y cuando comprobó que nadie se movía, apoyó el pie sobre el hombre arrodillado y, con un fuerte tirón y un crujido le colocó el brazo en el sitio - Esto es gratis, pero al siguiente ya sabéis cuál es el precio por arreglar un luxación. 

Todos se volvieron a sentar, aquella mujer de apenas cuarenta años los tenía acobardados, por tras ver como se había desecho de un adversario que la duplicaba en tamaño y fuerza, a Eliel, no le pareció extraño.

Ella y Rulia Se acercaron a Meikoss y le ayudó a levantarse - ¿Estás bien? - le preguntó la comerciante.

Si... Si, un poco magullado pero nada más, - dijo el aspirante a caballero recuperando al compostura y tocándose el labio que sangraba.

- Disculpadles - dijo la supuesta médico acercándose a ellos - Este pueblo ha pasado tiempos muy duros y aún quedan peores por venir. - recogió su maletín del suelo - He oído que tenéis un enfermo de Eco. Quisiera examinarlo.

¿Quién eres? - preguntó Eliel desconfiada. 

- Me llamo Danae y... - miró a su alrededor comprobando que todos aparentaban seguir en sus asuntos mientras se llevaban al herido que profería insultos hacia la mujer - ...como habrás podido adivinar tu solita, doalfar, soy la médico de este lugar. Así qué llevadme ante el paciente.



Meikoss, Rulia y Eliel miraban detenidamente cómo la boticaria estudiaba al paciente. Mientras lo examinaba en la habitación de la posada, comprobando su respiración, pulso, falta de reflejos en el iris... iba conversando con los presentes.

- Extraño ver viajar a una doalfar con unos comunes – dijo sin molestarse en ser políticamente correcta.

- No me llames doalfar, tengo un nombre - replicó Eliel.

- Yo Danae Al Serim, pero eso no evita que los doalfar os refiráis a nosotros como “comunes”. - la miró de reojo enarcando las cejas sabiendo que argumentaba una obviedad - ¿no sería más acertado que te llame doalfar? Yo preferiría que me llamarais humana, al menos.
Eliel apretó los puños enfadada por aquella muestra de sarcasmo injustificado. Iba a replicar pero Meikoss le posó la mano sobre el hombro para calmarla.

- Creo que no estamos aquí para hablar sobre las costumbres de cada uno – dijo conciliador - ¿Crees que lo puedes curar, doctora?

- ¿Curar? - se puso en pie y se quedó observando a a Adriem – Suerte es lo que necesitáis, yo sólo puedo ayudar a que aumente sus posibilidades. Es un caso de Eco, pero es un estado muy inicial y no es muy grave... aún.

- ¿Cómo puedes saberlo? - dijo la novicia shaman – no pareces más que...

- Dilo, sin miedo – le sonrió con algo de malicia – una boticaria de pueblo. Tienes toda la razón, pero en este pueblo, cuando llegué había diez casos de Eco. Personas que ya ni siquiera sabían quiénes eran y, a la fuerza, tuve que aprender mucho sobre la enfermedad. Así que no es la primera vez que me enfrento a ella.

Rulia habló desde atrás. No había dicho nada desde que llegó aquella mujer - ¿Pudisteis salvarlos?

La mujer dejó de sonreír – Les ayudé a que al menos supieran quiénes eran sus hijos por un momento en su lecho de muerte. Salvo la hermana de Benjamín... Ya le habéis conocido antes 
Un nudo se hizo en el estómago de Eliel. ¿Ese el final que aguardaba a Adriem? Sabía poco de esa enfermedad, que la gente se olvidaba de su propia vida. Era algo terrible.
- No quiero decir que ese vaya a ser su destino – prosiguió Danae sabiendo leer en el gesto de la doalfar – lo mejor será que lo vea alguien más cualificado que yo, pero al menos puedo hacer que despierte y calmar un poco sus síntomas.

- ¿No se puede curar? - preguntó la novicia.

- Acércate - dijo haciendo un gesto con la mano.

Eliel se acercó poco a poco a la boticaria. Ésta le señaló unos tonos rojizos que había en el iris de Adriem.

- ¿Ves esas trazas rojas? Son los síntomas del eco. Poco a poco el iris se irá tornando completamente rojo, pero puede que no pase nunca -  se levantó y se dirigió hacia su maletín para rebuscar en él – es completamente impredecible. Ha habido muchos casos en los que no ha ido a más, así que, siendo un estadio tan temprano quiero ser optimista. ¿Sabéis cuál fue su primer síntoma?

Ninguno sabía qué decir, a fin de cuentas apenas le conocían. Ante tal silencio, la boticaria les pidió que abandonaran la habitación y dejaran al paciente descansar. La noche había sido larga y, tras administrarle un calmante, poco más podría hacer hasta que volviera a su laboratorio.

Eliel se negó y acomodó una silla junto a la cama. Los demás cerraron la puerta de la alcoba, dejando a Adriem en un profundo sueño velado por la doalfar a la débil luz de un quinqué.

***

- ¿Dónde estoy? - La voz de Adriem resonaba con un extraño eco que lo envolvía todo. Estaba de pie, en medio de una inmensidad blanca donde era imposible distinguir el horizonte.

No hubo ninguna respuesta a su pregunta, tan sólo el eco que traía de nuevo sus palabras - ¡¿Hay alguien?! - gritó una y otra vez hasta quebrarse la voz. Pero la resultado era siempre era la mismo.

Comenzó a andar desorientado, pero en ese mundo tenía la impresión de que no avanzaba. Nada podía darle referencias de la distancia que recorría.

- ¿Qué hago ahora? ¿Cómo salgo de aquí? – sus mismas palabras volvían con el eco. ¿Cómo he llegado aquí? Estaba con Eliel, tumbado en aquella camilla y luego... Luego recordó qué pasó. La gente, los ojos de Eliel, aquella serpiente que le estrangulaba y miraba, aquella voz...

Adriem se dejó caer, quedándose tumbado en aquel lugar carente de temperatura y olores. Ni siquiera la textura del suelo era dura ni blanda. ¿Se estaba volviendo loco? Si por lo menos hubiera alguien para ayudarlo. Pero ¿quién iba a venir a socorrerle a aquel yermo? 

En los últimos años se había encerrado en sí mismo. Desde que abandonó su tierra natal para irse a vivir a Tiria no había dejado que nadie se acercara a él. Su vida se se convertió en algo rígido y rutinario. ¿Qué fue sido de su sueño de ser caballero? Se perdió, como tantas sus aspiraciones, engullidas en un mar de horarios y quehaceres, donde soñar era un lujo que sólo se podía disfrutar por las noches, si no se desvelaba.

¿A quién llamar? En su día a día se había centrado sólo en su trabajo, ascendió hasta sargento... pero en aquello momentos no significaba nada. Tan siquiera se había planteado volver a su tierra. ¿Por qué? ¿Tal vez miedo de volver a ver a Esmail? Ella ya habría rehecho su vida...

Vida... esa última frase se le atragantó por una razón que no conseguía descifrar. Por alguna razón una sensación de ansiedad le recorrió el cuerpo. No podía volver con ella, era la única frase que le golpeaba la mente.

¿Entonces, quién le quedaba...? No tenía amigos, tan sólo...

- Una casera. ¿No es así, querido inquilino?

Adriem se levantó sobresaltado ante la respuesta a una pregunta que no había formulado fuera de su mente. A su lado estaba sentada Dythjui, con su habitual atuendo de trabajo en la posada.

***

La débil luz de la mañana comenzó a filtrarse entre las contraventanas mientras los pájaros más madrugadores entonaban su canto matinal, despertando de los pequeños bosques que rodeaban la localidad. Eliel apenas había dormido en toda la noche y dejaba pasar la horas leyendo uno de los libros que debía entregar en Nara. Era un libro de teorías sobre las vías de energía que vertebraban la tierra y sus paralelismos entre el cuerpo y el alma. No era una lectura muy agradable, pero la mantenía despierta.

Alguien llamó a la puerta con unos golpecitos ligeros, ante lo que cerró el libro e invitó a pasar – Adelante.

Danae entró cargando su maletín, como parecía su costumbre, con cara bastante amargada probablemente por no dormir, a juzgar por sus ojeras. Aunque, pensó, puede que esa fuera su expresión habitual.

- ¿Cómo está el niño? - dijo acercándose a la cama y posando el maletín con cuidado en el suelo.

- El calmante parece que le fue bien. Ha dormido tranquilo toda la noche – dijo sin dejar de mirar la expresión relajada de Adriem. En el poco tiempo que lo conocía, nunca le había visto así de calmado.

- Al menos ha repuesto energías. Las heridas que tenía están casi curadas, por lo que veo – se acercó a examinar los vendajes del brazo y pasó a retirarlos lentamente, dejando al aire las cicatrices de las garras – Fue una herida fea, puede que le queden marcas.

- ¿Podrás hacer algo por él? - aquellas cicatrices eran el recuerdo de que él la había salvado la vida en la posada. Necesitaba salvarle, pero esta vez el enemigo se escondía dentro de su propio cuerpo, devorando su memoria.

- Según el Profesor Hockenheimer, "si el alma se ha desalineado del cuerpo por un esfuerzo – recitó - su éter fluye de forma irregular, matando los recuerdos y, poco a poco, marchitando el cuerpo..." Aunque siempre me ha parecido una explicación muy floja, pero aquel hombre, y la doctora Han, son los que más se acercaron a darle una explicación plausible a la enfermedad. Pero las teorías....- cuando se giró hacia Eliel y se detuvo. Aquella palabras la doalfar ya las había escuchado

– ¿Es el mismo profesor que editó los tratados sobre la composición de los sueños? Tuve que leerlo en el seminario... - era una lectura muy especializada, impropia de una médico de pueblo. Empezó a sentir desconfianza de aquella mujer.

Sonrió, probablemente había notado que la miraba extrañada – Creo que me he dejado llevar por el caso, ya te he dicho que tuve que enfrentarme a muchos enfermos casos en este pueblo. Cualquiera podrá confirmártelo.

- Seguro que sí, no lo dudo – le posó la mano sobre el hombro y la escudriñó – pero aunque sea una engreída doalfar, sé distinguir por la forma de hablar a alguien que se ha criado en un pueblo, y tú, “humana”, no perteneces a este lugar. La sujetó mientras con la otra mano sacaba poco a poco la tiza del bolsillo. Hecho que no pasó desapercibido a la boticaria que comenzó a reírse por lo bajo.

- Si estás tratando de amenazarme, lo tienes muy difícil, pero satisfaré tu curiosidad – posó su mano sobre la de la doalfar invitándola de dejar de sujetarle el hombro – Nací al este, en el país vecino de Fraiss. Estudié medicina en la Universidad bajo la tutela de la doctora Han, hasta que fue exiliada tras el golpe de estado de hace diez años, al igual que todos los que simpatizábamos con ella. Tras mucho deambular, los casos de eco que se concentraron en esta comarca llamaron mi atención y por eso vine aquí, a estudiarlos, hace cinco años. Quienquiera que os haya atacado, no estoy con ellos, no tienes nada que temer.

- ¿Cómo puedo fiarme de ti? - dijo sin soltar la tiza.

- No puedes. Pero, de querer acabar con vosotros, en vez de un somnífero anoche le hubiera dado veneno a tu amigo. - su gesto era grave y Eliel se tomó completamente en serio sus argumentos. 

- De acuerdo – dijo la novicia shaman soltándola pero quedándose con la tiza en la mano – Digamos que te creo. ¿Podrás ayudarle o no?

La boticaria suspiró y se mordió el labio pensativa – Puede que esta vez puede hacer algo que no pude con los otros pacientes.  - sacó de su maletín un frasquito con un líquido que emitía un pequeño fulgor violeta apenas perceptible. - Esto es enetista, está destilado de una rara planta de las tierras del este. Conseguí algunos progresos calculando bien la cantidad.

- ¿Progresos? - Eliel se acercó para ver de cerca como le levantaba el párpado al paciente para, con cuidado, aplicarle la dosis exacta con la ayuda de un cuentagotas.

Cerró el frasquito con cuidado – Apenas me queda y es difícil de conseguir. Vine aquí para estudiar los casos y, a modo de experimento, probar varias posibles curas. La comunidad médica siempre ha sido muy conservadora y hacía falta cierto arrojo. No buscaba curarles, sino entender mejor la enfermedad para que, mientras se consumían, su muerte sirviera para salvar en el futuro muchas vidas.

- Hablas de ellos como si fueran parte de un experimento – torció el gesto desagradada por la explicación fría de la curandera.

- Lo era – la miró con intensidad, con pleno convencimiento de los datos que le comentaba – Retrasé la muerte de dos sujetos hasta cinco días, en otro caso ralenticé el avance de los delirios hasta duplicar su expectativa de vida... ocho días. Y mi mayor éxito, un paciente recordó quien era en su lecho de muerte.

- Hubiera sido mejor que muriera en la ignorancia. Pobre hombre – se lamentó.

No lo entiendes. Pero no te pido que comprendas mis métodos – se apartó el pelo y volvió a mirar a Adriem – Piensa que todo lo que aprendí sobre la enfermedad permitirá que tu querido amigo pueda vivir largo tiempo si su alma no se ha visto muy afectada. Existen muchos casos que se quedan en un estado primario durante años sin desarrollarse, aunque no quiero darte ganas esperanzas – la miró y le señaló con el dedo hasta apretar el índice contra su frente – Perspectiva. Esa es la diferencia. - dibujó una sonrisa algo perturbadora – Además, estamos de suerte, tengo una herramienta muy útil de la que carecí en los casos anteriores.

- ¿Qué? ¿A qué te refieres?

- Magia, mi querida doalfar. Tu magia me ayudará a fijar su alma.



Había trazado las runas necesarias copiándolas en gran parte de uno de los libros que le facilitó Danae. No estaba muy segura de lo que hacía ya que ese tipo de hechizo era tan complejo que superaba con creces su conocimiento. La falta de sueño y el cansancio tampoco ayudaban pero no iba a rendirse. “Un puente”, lo hacía llamar la boticaria, que había inyectado algunas sustancias en el cuerpo de Adriem para facilitar la empresa.

- Esto es como regar con aceite sosteniendo una cerilla – dijo Eliel preocupada mientras se secaba el sudor de la frente y pestañeaba para aclarar su vista cansada. - ¿De dónde demonios has sacado este libro?

- Fue un préstamo – dijo revisando el pulso de Adriem – Estaba olvidado en la antigua catedral de Eria, así que lo tomé prestado.

- Lo robaste – le corrigió.

- Si nadie lo usaba no lo considero un robo – argumentó. - Además, la biblioteca ni tan siquiera existe a día de hoy. La quemaron.

Atentos a lo que allí estaba aconteciendo, Meikoss y Rulia observaban aquella extraña mezcla de medicina y magia. La segunda interrumpió a novicia y boticaria:

- Siento repetirme, pero no creo que sea prudente. Eliel, sigamos el viaje y llévalo a Nara, es lo más sensato. No creo que tú estés preparada para esto...

La doalfar se limpiaba las manos. Casi había consumido toda la tiza, dejando el cuerpo de Adriem lleno de trazos que recorrían su pecho, frente, brazos y vientre. Se había sentido un poco turbada al principio por dibujar sobre su piel desnuda, pero la complejidad de las runas pronto le había sacado esas ideas de la cabeza.

- No creo que lo vayan a ayudar en Nara – dijo cabizbaja – Los shaman de Nara no asistirán  a un común enfermo de Eco. Dudo que le dejen tan siquiera cruzar las puertas.

Meikoss torció la cabeza, arrugando el cejo ante aquella revelación - ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Eso ya lo sabías cuando me pediste ayuda para sacarlo de la cárcel, cierto?

- Lo siento Meikoss, tenía que sacarlo de allí – era cierto, no había dicho toda la verdad. - Esperaba sencillamente que se me ocurriera algo por el camino. No fue una mentira realmente, quería llevarlo a Nara, pero han pasado los días y no sé cómo excusarme ante los míos.

El humano se cruzó de brazos molesto pero asintió – Está bien, puedo entenderlo, pero creo que podrías haber confiado un poco más en mí. - tal vez su padre no estaba tan equivocado.

- No podía... perdóname. Pero ahora he de intentar salvarle la vida, se la debo. 

– Eso no es suficiente como para que hagas esto... te estás fiando de ella y puede que en vez de salvarle lo empeores. - respondió el aspirante a caballero preocupado.
- Dudo que sea sensato - advirtió la comerciante, que apenas había dicho nada des que estaba allí.

Eliel negó con la cabeza y se giró de nuevo hacia las runas – Lo salvaré, sé que puedo hacerlo – posó las manos sobre el pecho de Adriem y miró a la boticaria con determinación mientras una lágrima caía por su mejilla – Dime qué tengo que hacer.

Danae sonrió y miró a los dos acompañantes – Me gusta esta chica – se acercó a Eliel – Mi trabajo ya está hecho, ahora es cosa tuya.

El éter comenzó a fluir por sus manos y la primera de las runas se fue iluminando poco a poco...

***

- ¡Dythjui! ¡Por el amor de Alma! ¿Desde cuándo estás aquí? - Adriem se reincorporó asombrado ante la presencia de aquella chica en ese extraño yermo.

La casera torció un poco el gesto al oír tal expresión. - Desde que tu corazón me ha llamado - dijo dándole unos golpecitos a la altura del pecho, recuperando su habitual sonrisa.

- ¿Cómo has llegado aquí? Ni siquiera sé cómo lo he hecho yo.

- Ah, eso... Porque realmente siempre he estado aquí.

- ¿Aquí? Lo siento, pero creo que no lo entiendo.

- Es más sencillo de lo que crees. Yo no soy Dythjui, tonto. Tan sólo la imagen que tu corazón tiene 
de ella. Desde que la conoces siempre he estado aquí. - enfatizó extendiendo los brazos tratando de abarcar aquel yermo.

- ¿Aquí? Estamos en medio de la nada. - No lograba entender a qué se refería con una imagen de su corazón.

- Veo que quieres comprenderlo. No estamos en ningún lugar, aunque, por otra parte te debería de ser familiar. - se le acercó - Estamos dentro de ti. – dijo volviendo a señalarle el pecho.

- ¿Esto… soy yo? - sonaba del todo irreal.

- ¡Exacto!, veo que lo has pillado - dijo guiñándole un ojo-. ¿Y qué te parece? Espacioso, ¿verdad?

- Un lugar muy... solitario. Es como si el aire fuera denso.

- ¿Denso como aquel salón que abandonaste hace años, dejando a una mujer atrás? - la mirada de la casera se clavó en la suya como un puñal.

- Esmail. - Un nudo atenazó su garganta y le faltaba aire para pronunciar su nombre. 

- Desde entonces este lugar no ha conocido el calor, se ha quedado atrapado en aquel momento.

- No quiero recordar - dijo dándole la espalda a Dythjui dolido por lo que había dicho.

- ¿De qué te sirve no recordarlo? ¿Piensas que así serás más fuerte, olvidando lo que has hecho en tu vida?

Ella se fue acercando poco a poco y puso su mano sobre su hombro. - Adriem, eres un caballero inútil.

- No saques ahora sueños de mi niñez. - sonrió dolido.

- Sí, es un sueño, porque ni siquiera lo has intentado. Un caballero asume sus decisiones y todo aquello que ha hecho, incluso lo más terrible. Sé tú el caballero de aquella canción que te cantaba tu madre, él tomó una decisión hasta el día de su muerte y nunca se arrepintió. Pero para eso tienes que recordar...

No la dejó terminar – No recuerdo a ningún caballero en aquella canción -dijo Adriem con el gesto compungido por las duras palabras de aquel reflejo de la posadera.

- Eso es porque te has olvidado de la mitad de la canción, por eso tienes que recordar lo que pasó en aquel salón... 

Se levantó una suave brisa y entre el viento le pareció escuchar una voz que le llamaba.

- ¿Eliel?

Dythjui también pareció sentirla y se giró – No, espera Adriem, ella no tendría que estar aquí.

- ¿Por qué dices eso? - dijo Adriem. La voz sonó esta vez con más claridad.

- Recuerda la canción, sólo tú lo sabes. ¡Tienes que recordarla!

Unas runas empezaron a aparecer en torno a su cuerpo y se extendieron hasta el suelo, dibujando
algo parecido a eslabones que se unían en unas cadenas. Adriem forcejeó, pero tiraban con fuerza de él hacia abajo, mientras el suelo empezaba a quebrarse.

- ¿Qué importa ahora la canción? - dijo asustado viendo como empezaba a ceder las grietas bajo sus pies.

- ¡No, todavía no! - trató de agarrarle pero fue demasiado tarde y el suelo estalló como si fuera cristal. Él sólo podía ver cómo caía mientras Dythjui le gritaba desde el borde - ¡Recuerda la canción, Adriem! Si no...

Engulléndolo todo, las cadenas se entremezclaron creando una única masa de oscuridad. En mitad de aquellas tinieblas sintió que unos ojos lo observaban, pero no podía saber desde dónde. Lo único que podía hacer era seguir cayendo mientras el sonido de una maquinara empezó a escucharse desde todos los ángulos. Como si estuviera en el interior de un gigantesco reloj.



Todas las runas se habían activado y recorrían el cuerpo del paciente. Rulia y Meikoss miraban nerviosos la escena, más preocupados por la cara de excitación de Danae que por el conjuro con el que estaba lidiando Eliel.

El cuerpo de la doalfar se estaba adormeciendo y tenía serias dificultades para mantener la concentración. En su desesperación por salvarle no había medido bien su capacidad y, sabía de antemano, que ésta iba a ser sobrepasada, pero no de una forma tan violenta. Pero si fracasaba ahora el resultado podía dejarlo en peor estado todavía. No podía permitirse el lujo de quedarse sin fuerzas, pero comenzaba a ser un hecho.

Las runas empezaban a emanar un fulgor irregular y Danae se acercó con prudencia, preocupada por el estado del experimento, más que de la doalfar.

- ¿Aguantarás?

No podía responder, sólo mintió asintiendo con la cabeza. Apenas le quedaba éter en su cuerpo...

Las runas comenzaron a bajar de intensidad y Adriem empezó a removerse en la cama. Su energía se había agotado y la estructura empezaba a descomponerse. Pero dentro de sí, cuando creía que iba a caer inconsciente, escuchó una voz que... le llamaba. Era su propia voz que resonaba en su cabeza. Una sensación muy extraña brotó de su interior, ya que empezó a notar un cosquilleo en las manos y, poco a poco, las runas comenzaron a dibujarse de nuevo, pero el tono pasó a ser más claro hasta volverse completamente blancas. Los enlaces en los que se había consumido el argentano se restituyeron y la voz se hizo cada vez más fuerte.

Las cosas en la habitación empezaron a temblar y se asustó mucho, pero su cuerpo ya no le respondía, no podía despegar las manos ni anular el conjuro. Veía de reojo como los demás miraban la escena, incluso Danae, sin atreverse a acercarse.

Sintió como algo, no muy lejos de allí, respondía a la vibración que sacudía la habitación, a la vez que la voz que resonaba dentro de su cabeza se volvía más fuerte. Le llamaba con insistencia, hasta el punto que, sin darse cuenta, salió de ella misma, articulada por sus labios.

- ¡¡Adriem!!

Las runas se rompieron y cientos de briznas de luz roja saltaron por los aires, iluminando la habitación. Todo se quedó en silencio mientras se iba quedando de nuevo la habitación en penumbra con el cuerpo yacente de Adriem.

- Increible... - acertó a decir Rulia, estupefacta. - ¿Qué ha sido eso?

La boticaria se acercó a Eliel que estaba en silencio con los ojos cerrados – No.... no estoy segura. ¿Estás bien, pequeña? - tocó con cuidado el hombro de la novicia shaman que, de pronto, abrió los ojos.

- ¡Se está moviendo! - exclamó asustando a Danae.

Adriem empezaba a moverse y murmurar lentamente, ante lo que todos se acercaron de inmediato. Danae comprobó con satisfacción, cómo las vetas rojas habían desaparecido.

- No sé cómo lo has hecho, pero enhorabuena Eliel – la felicitó – No creo que se haya curado, pero los síntomas han revertido casi por completo. Luego me contarás qué ha pasado exactamente, ahora será mejor que descanses.

- No, si me encuentro perfectamente – demasiado bien, no debería de quedarle ni un ápice de fuerzas. Sin embargo se sentía pletórica. Era extraño, porque la magia siempre conllevaba una gran esfuerzo mental, pero parecía que esta vez había hecho todo lo contrario. 

Mas esas preocupaciones esperarían, difuminadas en la alegría por ver a Adriem que se reincorporaba algo desorientado.

- Creo que me he perdido algo... - dijo con voz ronca. Aquello que había soñado comenzaba a desdibujarse en su mente mientras trataba de situarse. Ni siquiera parecía estar en Dulack a juzgar por que ya no estaba en una celda.

Eliel se sentó en la cama y le señaló el paisaje – Estamos al norte de Detchler, camino de Nara. Has dormido muchos días – le explicó aliviada tras tantos días de preocupación que apenas la habían dejado dormir.

- ¿Qué... qué es esa luz?

- ¿Luz? - dijo Meikoss acercándose a la ventana – Es cierto, ¿qué es eso que brilla? No parece...

Eliel se fijó hacia donde señalaba, aún con dificultad para levantar el brazo, y sus ojos se abrieron como platos. – ¡Tenemos que huir de aquí!

Justo en esos instantes una luz comenzó a invadir la habitación proveniente de la ventana. Como si de una ola fantasmagórica se tratara, una resplandor azulado iluminaba el pueblo. Venía desde el horizonte. Imparable.

- Por Alma... ¿Qué es eso? – dijo balbuceante Meikoss mirando por la ventana.

Danae sólo acertó a decir -  Creo que una disrupción astral.

Meikoss se dirigió hacia Eliel justo en el momento en el que ésta


Eliel abrazó a Adriem para cubrirle con su cuerpo justo antes de que la ola impactara de lleno contra la posada. Sabía que venía exactamente de dónde resonó su conjuro.

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