10 de junio de 2014

Capítulo 12: Mentiras amargas

Dythjui se encontraba absorta en sus pensamientos. Estaba recogiendo con una fregona los charcos de agua que producían los cientos de goteras que se filtraban a través del ruinoso tejado. La planta baja ya era habitable, pero los malditos techadores estaban todo el día dándole largas, como era habitual. Los pocos ahorros que tenía se los había dejado pagando las primeras obras de la reconstrucción de la posada, pero aún estaba lejos de poder volver a abrir la zona de dormitorios que era la más lucrativa. Y si no lo hacía, no sabía de dónde iba a sacar lo que le faltaba, pues el comedor no dejaba suficientes ingresos. Por suerte sólo algunos heridos y no hubo que lamentar a nadie, lo que hubiera conllevado el cierre definitivo. Pero los pagos y las facturas se acumulaban en la mesa de la cocina, y esa maldita lluvia de invierno ponía a prueba su paciencia. 

El tosco sonido de la desencajada puerta de la entrada la sacó de sus ensoñaciones.

- Pase, pase. Enseguida salgo -dijo alzando la voz desde la cocina.

- ¿Señorita Lezard? Soy yo, sor Melisse. - la sacerdotisa avanzó siguiendo la voz de la casera – Con permiso.

- Lo siento, esto no está muy presentable – dijo limpiándose las manos en un trapo tras escurrir la fregona. - No esperaba ninguna visita, pero si viene a cenar, a partir de las siete estará aquí la cocinera.

- Sabe que no estoy aquí por eso – se giró hacia la mesa de la cocina y tomo una silla - ¿Puedo?

- Claro, siéntese. Esta es su casa – dijo acercándose para tomar también asiento – Bueno, lo que queda de ella.

- No me voy a andar con rodeos. Usted es la última persona que vio a Van Desta y necesito que me explique qué demonios pasó aquella noche, sobretodo tras el ataque

- Ya se lo expliqué, sólo recuerdo vagamente aquellas criaturas que surgieron de la nada cuando iba a la despensa a por una infusión para usted. Me avergüenza reconocerlo, pero salí corriendo como pude y que me dieron caza fuera... Después de eso. no recuerdo nada más – se masajeó la sien cansada de repetir la historia por enésima vez - ¿Qué es lo que necesita saber?

- El dirigible en el que parece que escaparon tiene un capitán bastante interesante. Se ha alojado varias veces en este posada. Me cuesta creer que sea una simple casualidad. ¿Le conocía?

- Permítame recordarle que por aquí pasa... - se corrigió con tristeza – pasaba mucha gente. No esperará que conozca personalmente a todos los inquilinos. Pero si está insinuando si tuve algo que ver, la respuesta es: no.

La sacerdotisa se cruzó de brazos y Dythjui notó que no acababa de disipar la desconfianza – Sabe que la Santa Orden no tendría problema alguno en financiar la obras de la posada, señorita Lezard. El interés sería muy bajo... tan sólo un poco de sinceridad.

La casera se apoyó sobre la mesa y encaró a Melisse sin alzar la voz pero con un leve tono de amenaza. - Si lo que sugiere es que puede comprarme, lamento decirle que se equivoca. Ayudé y di cobijo a su novicia shaman, creo que más que un interrogatorio me deben un favor, ¿no cree?

La sacerdotisa se quedó en silencio mirándola a los ojos. Sabía que no tenía pruebas para incriminarla y con presionarla un poco la dejaría en paz por una temporada.

Dythjui se sobresaltó al escuchar el sonido de varias botas entrando en el comedor. Salió sin dudarlo un momento y encontró a cuatro soldados de la guardia imperial. Ataviados con sus uniformes de chaqueta granate y negro combinada con pantalón blanco, bajo capas negras en los que se distinguía perfectamente el escudo imperial del grifo rampante, los soldados de élite del imperio observaban con detenimiento la estancia mientras accedían al local sin molestarse en llamar. A Dythjui no se le escapó que la priora se sentía incómoda por su presencia.

- Eminencia, se la requiere para una audiencia urgente. Por favor, acompáñenos – dijo el que ostentaba mayor rango en su uniforme con educación pero con cierto matiz de arrogancia que le confería su estatus.

- Con tan galantes modales no puedo rechazar su oferta, teniente - dijo irónicamente la sacerdotisa  que se levantó de la silla. - ¿Puedo saber quién me requiere? 

- El prior Rognard.

- ¿Y envía a la guardia imperial? Es mucho honor – respondió con algo de desconfianza.

- Si – respondió sin más explicaciones.

Melisse suspiró y la casera supo que, por suerte, su poco amigable conversación con ella había finalizado. Así que no dudó en despedirse – Veo que tienes otros menesteres que atender y yo una cocina  que limpiar. Ha sido un placer hablar con usted – su sonrisa no escondía cierto sarcasmo.

- Hablaremos en otro momento, señorita Lezard – se giró con semblante serio hacia los guardias imperiales – Adelante caballeros.

- La próxima vez avisa y prepararé café. - dijo mientras tomaba de nuevo la fregona. Prefería lidiar con aquellas goteras antes que con otra charla recriminatoria.




Pese a la intensa lluvia, el Palacio Imperial se veía con absoluta claridad. Edificado en la parte antigua de la ciudad, tras varias ampliaciones a lo largo de los años, se había convertido en el edificio más grande e impresionante de Tiria. Las líneas rectas, enormes columnas que soportaban altísimos techos y multitud de bellas estatuas rodeadas de vidrieras definían aquel edificio. Así mismo, la piedra gris y el mármol rojo y blanco jugaban creando bellos dibujos geométricos. Elevadas torres apuntaban al cielo con osadía rivalizando sin complejos con las construcciones más modernas de la ciudad. El viandante no podía por menos que sentirse embriagado por aquella muestra de poder arquitectónico y, como reflejo de tal, político y militar.

Como contrapunto a aquella imponente majestuosidad, una sencilla estatua de piedra blanca representaba a una mujer desnuda con las manos en posición de ofrenda y dos hermosas alas extendidas. Había sido colocada allí el día de la fundación del imperio, hacía más de trescientos años. A sus pies rezaba la frase «Sagrada y grande es nuestra misión en aras de la libertad de un nuevo mundo. Emperador Julio I El Fundador. 14 de abril del 239, Era Común». Solitaria, y paradójicamente empequeñecida, en la enorme plaza circular llena de fuentes y canales, y rodeada por soportales, la estatua miraba hacia el Palacio Imperial como un recuerdo lejano de lo que fue en sus inicios.

- Es curioso cómo la libertad se empequeñece ante la glorificación del hombre. -dijo Melisse a uno de los guardias que la acompañaba, mientras observaba la estatua y la enorme columnata que servía de entrada al palacio tras bajar del carruaje. El guardia imperial como presuponía no respondió, en vez de ello se aprestó a cubrirla con un paraguas mientras ella se abrochaba su capa y se echaba la capucha sobre la cabeza para guarecer su túnica de la lluvia.

La sacerdotisa ocultó su gesto bajo la capucha, aunque cualquiera sabría, por cómo se mordía el labio, que estaba bastante preocupada. Aquello no era una audiencia, iba a ser un interrogatorio y los habían pillado de imprevisto para evitar que acordaran una “verdad oficial”.

Como quien entra en las fauces abiertas de un lobo, la sacerdotisa caminó bajo la enorme columnata que enmarcaba los portones de aquel gigantesco edificio.



Las puertas de metal adornadas con motivos geométricos fueron abiertas mientras caminaba escoltada por dos guardias imperiales y salió a un corredor de proporciones colosales que, como todo en aquel edificio, se perdía en la distancia. Grandes tragaluces lo iluminaban todo con una luz grisácea propia de aquel día lluvioso. Fue avanzando por el interminable pasillo hasta que, por fin, llegó ante dos enormes puertas metálicas con cientos de runas labradas que aseguraban su inexpugnabilidad. Cuatro guardias custodiaban aquella entrada, flanqueada por dos enormes estatuas que representaban a dos antiguos emperadores, Pedro II el Alto, que proclamó a la Santa Orden como única y verdadera fe del imperio, y Vargas III el Libertador, que suprimió la esclavitud pese a la oposición de los grandes terratenientes, padre del actual emperador.

A su encuentro acudió otra sacerdotisa - Eminencia - dijo haciendo una profunda reverencia -, la están esperando con impaciencia. El prior Rognard se está enfrentando a las acusaciones de varios ministros.

- No os preocupéis, Salara, terminaremos con esto pronto - dicho esto, dijo a los guardias quién era y les pidió que anunciaran su llegada, como mandaba el protocolo. No había tiempo que perder.

La puerta se abrió lentamente. En el interior, donde hacía un momento se oía el sonido de varias conversaciones cruzándose, se hizo el silencio. Un enorme hemiciclo con la mayoría de los palcos vacíos daba una sensación más intimidatoria si cabía. Estaba presidido por un pequeño estrado, donde se encontraba el presidente de la Cámara, un anciano de unos setenta y cinco años, de larga barba y que lucía una toga más adornada y violeta, como signo de su cargo, a diferencia de las blancas de los apenas siete senadores que estaban al tanto de los sucedido, y tres ministros de togas grises. Detrás y elevado sobre el resto, había un trono de madera ricamente labrado, sobre el que observaba el emperador. En el centro geométrico de aquella estancia se encontraba Rognard, que recibió con un gesto de alivio la
presencia de su más querida alumna y la testigo que necesitaba.

- Sor Melisse Enerdel, Sea bienvenida al Senado. Su excelentísima y altísima autoridad, el emperador Alejandro I de las casas de Tiria e Ilnoa, así como sus señorías, le presentan sus respetos. Por favor, tenga la amabilidad de avanzar hasta el centro de la Cámara.

El emperador, con aire aburrido, hizo un ademán en señal de aprobación. Alejandro I era un hombre bien plantado, de pelo negro, corto, y mirada triste de ojos oscuros. Había heredado el título de emperador con apenas diecisiete años, tras la muerte de su padre, y había desempeñado esa función sin problemas durante quince. Allí sentado, con su uniforme militar del más alto grado, ribeteado en oro, tenía un aspecto más que impresionante.

A su lado, una delven, vestida con el uniforme negra y granate de la guardia imperial, engalanado con varias enseñas evidenciando su alto rango, custodiaba el trono. Alexa, la comandante y mano derecha del emperador, miraba con frialdad a los presentes.

- Le pondré al día sobre los temas que aquí discutimos, eminencia - dijo el presidente de la Cámara – Se debate discute sobre los hechos ocurridos la semana pasada en relación con una novicia shaman y que han llegado a los oídos de algunos senadores. Tenga en cuenta que es una información, al parecer ocultada deliberadamente y que podría resultar en un conflicto internacional, teniendo en cuenta nuestras delicadas relaciones con la Confederación Kresaica.

Uno de los senadores se puso en pie. - ¿Por qué, una vez localizada, no se avisó a la Guardia Urbana? Teniendo en cuenta que hubo dos asesinatos, tendría que haber sido puesta bajo su seguridad.

- Era un asunto de la Santa Orden, tratamos de llevarlo con la mayor discreción a petición de los mismos shamans kresaicos -dijo Rognard con gesto de desagrado – Se ocultó para sacarla de la ciudad sin levantar sospechas, aunque visto el resultado, tal vez no fue la mejor opción.

- No se lo he preguntado a usted, prior, sino a la sor Melisse. – se indignó el senador.

- Como bien le ha respondido el prior, se nos había pedido expresamente que la presencia de la noble en la ciudad fuera secreta. El resultado también es delicado para nuestros acuerdos con los shamans, senador.

- ¡Eso es completamente inapropiado! ¡Algo tan delicado ha de estar en conocimiento siempre del senado! -dijo una senadora sin levantarse. - ¿A qué se debía tanto secretismo por la sencilla visita de una noble doalfar? ¿Pertenecía a alguna familia importante? Explíquese.

- Su apellido no correspondía con ningún linaje importante del país vecino, pero, con todos mis respetos, el senado no tiene por qué interferir en asuntos de la Santa Orden. Era una novicia que trataron de secuestrar y procedimos para llevarla de vuelta a su hogar. No ha de tener más trascendencia, señorías.

Tras esto los senadores empezaron a alzar la voz y a tratar de tomar la palabra sin pedir permiso. Después de unos momentos de confusión, el presidente de la Cámara consiguió poner orden dando unos golpes con su pequeña maza de madera sobre el atril.

Melisse retomó su discurso.

- Se está elaborando un detallado informe para la Orden que remitiremos a las autoridades civiles. Tan sólo les pido unos días y este asunto quedará zanjado, sin que hayan de perder el sueño por ello. La novicia ya está fuera de nuestras tierras.

- Pero ha llegado a mis oídos que no como ustedes dispusieron, ¿me equivoco? - preguntó uno de los senadores.

- Nuestros planes se adelantaron ligeramente, pero lo importante es que su vida ya no peligra en esta ciudad – añadió Melisse.

- Escoge las palabras con muy buen criterio – prosiguió el senador - “en esta ciudad” ¿Y fuera de ella? ¿Qué cree usted que debemos responder al gobierno de Kresaar si nos pregunta dónde está esa respetable novicia? 

- Con su permiso, presidente de la Cámara y con el beneplácito de vos, mi señor - dijo la comandante - Me gustaría añadir algo.

El presidente de la Cámara la miró y le respondió: - Su presencia aquí es sólo formal, no tiene derecho a hablar sobre temas civiles, comandante Alexa, si no se le pregunta directamente. Esto es una institución civil, no militar.

- Pero si yo le otorgo ese derecho a intervenir, puede - dijo el emperador con rotundidad. Pese a no levantar demasiado la voz, tenía un tono grave y autoritario que acalló cualquier comentario.

- Por supuesto, su excelentísimo - dijo el presidente algo desconcertado, como si fuera un niño al que le hubiera regañado su padre – Si el emperador así lo concede, diga lo que tenga que decir, comandante.

- Creo que el prior Rognard nos oculta información, señorías. Lo visité hace unos días con ánimo de esclarecer este caso sin que tuviera que llegar a esta Cámara, pero en vez de colaborar, se dedicó a entorpecer mi investigación con evasivas escudándose en los privilegios de la orden. Por favor, prior Rognard, tal vez ahora, ante los presentes, podría iluminarnos con su sabiduría. – no disimuló cierto toque burlón en su petición, sabiendo al prior acorralado.

El silencio se hizo una vez más en la Cámara. Todas las miradas apuntaban hacia Rognard, pero él, firme y decidido, negó con la cabeza.

- No tengo certeza de nada. Creo que la comandante estima en demasía mi inteligencia y siento  profundamente decepcionarla.

Alexa apretó los puños, Merisse sabía que aquella respuesta se lo había tomado como un nuevo insulto. La práctica de la magia por parte de los sacerdotes nunca había sido bien vista por el pragmatismo del ejército y eso se evidenciaba en la tensa relación entre el prior y la comandante. Una eterna desconfianza.

- ¿Acaso no tendrá que ver con los rumores sobre el Oráculo de Nara? - dijo uno de los senadores, el más joven - Corren rumores de que el Oráculo que controlan los shaman en la frontera de Salania y Kresaar, se ha detenido.

Rognard se quedó petrificado en el sitio. Melisse no daba crédito a lo que había oído, aquella información había sido celosamente mantenida en secreto.

- Es sólo un rumor que he oído pero, por disparatado que sea, creí conveniente ponerlo en conocimiento de nuestro emperador y el Senado. Aprovechando que el prior está aquí y teniendo en cuenta sus múltiples colaboraciones con los shaman, a bien nos podría aclarar este asunto - prosiguió el joven senador.

- ¿Y qué importancia tiene ese mero rumor? - replicó una senadora de mediana edad – Los problemas que puedan tener los oráculos, los shamans o sus templos poco o nada tienen que ver con los intereses del Imperio.

- Son tiempos difíciles - prosiguió el joven tras oír la queja pero sin atribuirle importancia - y las gentes de las fronteras son asustadizas y supersticiosas, por lo que también debería preocuparnos.

- ¿Y qué temen? ¿No poder peregrinar con sus recién nacidos a Nara la próxima primavera? – replicó unos de los ministros jocosamente. - Estamos hablando de política internacional.

- No debería de subestimar las leyendas que cuentan las gentes de provincia, señor ministro. Antes de la gran Guerra de las Lágrimas se dice que el oráculo también se detuvo – se encogió de hombros – Yo no le doy ningún crédito, pero si la gente lo cree, por estúpido que sea, deberíamos tenerlo en cuenta. Nuestras fronteras del norte siempre han sido bastante inestables y estos rumores... a saber qué puede pasar.

- ¡Eso no es más que un mito inventado por las tropas de Kresaar tras la derrota de Neferdgita! ¡Nunca aceptaron el resultado de la batalla ante nosotros! Es como lo de su princesa muerta y maldita; excusas de malos perdedores para esconder su vergüenza - El hemiciclo volvió a estallar en discusiones. El presidente era incapaz de poner orden, pero la mano alzada del emperador consiguió acallar todos los comentarios.

- Señores, hace tiempo que nos hemos desviado del tema – miró a los dos sacerdotes – Confío en que tendrán a bien entregarme una copia de ese informe que estaré encantado de discutir con el sumo pontífice, eminencias.

Alexa estuvo a punto de añadir algo, pero la mano alzada del emperador la detuvo, aguardando la respuesta que no se hizo esperar por parte de Rognard.

- Por supuesto, su ilustrísima. - dijo acompañado de una profunda reverencia.

- Entonces se levanta la sesión. Tienen mucho trabajo que hacer – El emperador no atendió a las quejas de los senadores que acalló con una sencilla pero incisiva mirada. Aquella comparecencia había durado demasiado y esperaba contar con el informe, así como lo que tuviera que contarle su comandante. Entonces podría hacer las preguntas adecuadas, si es que el caso merecía alguna atención adicional. En aquellos momentos, lo dudaba profundamente.



Los senadores caminaban por los pasillos y tres de ellos se detuvieron para comentar aquella  peculiar reunión extraordinaria. A lo lejos se podía ver cómo, custodiados por unos guardias, los dos sacerdotes se alejaban camino al exterior del palacio.

- ¿No crees que es un poco osado venir con esa clase de rumores? -dijo un senador delven algo entrado en años. 

- Es cierto. Menos mal que el emperador se ha tomado con humor el asunto. Podrías haber quedado en ridículo - dijo una joven senadora humana.

- No os preocupéis. A fin de cuentas, ¿no nos ha animado un poco esta tediosa sesión? Los sacerdotes no iban a soltar prenda.

- Tienes razón, Miguel. Esperaremos al informe.

- Recordad que este asunto sigue siendo confidencial - dijo ajustándose las gafas -, por el momento.



- Odio el otoño de esta ciudad. Nunca para de llover - comentó Melisse a Rognard.

- Míralo de esta forma, luego no llueve una gota el resto del año.

Ambos priores caminaban por los jardines de la Catedral de las Luces. Pese a lo que se pudiera deducir por el nombre, no era un solo edificio, sino un enorme complejo cerrado. Se estaban dirigiendo hacia el gran pórtico del templo principal. La lluvia había dado una pequeña tregua pero, a lo lejos, las nubes volvían a amenazar. Rognard se hizo a un lado e invitó a la priora a pasar.

Una vez dentro, caminaron entre las enormes estatuas de las doce deidades zodiacales de más de ocho metros de altura. Se dirigían hacia el impresionante altar, tras el cual, la imagen de una mujer de gesto conciliador y bondadoso, envuelta en finos paños y con un sol en la mano derecha y una luna en la izquierda, daba la bienvenida a los visitantes. Pintada sobre un recargado retablo, con imágenes de la creación del mundo, la figura medía unos diez metros. Y para culminar la estampa, colgada sobre el altar y bajo la impresionante cúpula adornada con frescos, pendía una gran cruz aspada, símbolo de la Santa Orden.

Rognard y Melisse seguían con su conversación.

- Aquel senador me da mala espina, ¿Cómo demonios ha podido enterarse? - dijo el prior.

- Lo único que sé de él es que se llama Miguel, y es uno de los tres senadores por la provincia de Sireni. Es bastante dado a la polémica.

- Pero eso no justifica como ha tenido acceso a esa información. - la sacerdotisa se percató de que Rognar no paraba de mover los dedos con nerviosismo - Miguel... Sé que he oído ese nombre en alguna parte, pero no lo recuerdo bien.

- Claro, nunca sales de tus estudios, ¿cómo te vas a acordar de los nombres? Y mucho menos de los senadores. Si te interesaras un poco por la vida política lo sabrías - dijo con ironía Melisse.

- Me preocupa más la comandante Alexa. No pensé que tomaría la palabra en la audiencia, es peligrosa - admitió el prior.

Melisse adoptó una expresión grave.  - ¿tú sospechas algo, verdad?

- No sé a qué te refieres.

- Por favor, te conozco desde que era una niña. Te han ofrecido cientos de veces ascender de rango y lo has rechazado porque lo veías como un impedimento para tus estudios. Alguien como tú siempre sospecha algo, siempre está pensando en algo, siempre tiene alguna teoría o certeza.

- Hoy es el día en el que la gente tiende a sobrevalorarme - dijo Rognard - Si no digo nada, es porque no tengo dónde apoyarme. Todavía.

- No me lo digas como prior de la Santa Orden, sino como amigo.

Rognard supo en ese momento que no iba a poder esconder sus opiniones mucho más tiempo a Melisse.

- Está bien. - Tragó saliva, se sentó en uno de los bancos, alejado de cualquier oído indiscreto, y dijo - Mi teoría es aún infundada y carente de todo apoyo científico, no deja de ser intuitiva.

Melisse miró con curiosidad al que fue su antiguo mentor.

- Ese senador... Miguel se llamaba. Creo que está en lo cierto. Existen señales, no de ahora, sino desde hace un tiempo, que apuntan a que suceda un gran evento: las sequías prolongadas del sur, la posición de las constelaciones y, para colmo, el oráculo. Y por lo que he sabido el oráculo de Gawi también se ha detenido... ambos lo hicieron durante la Guerra de las Lágrimas y eso sé que no es una leyenda.

- Pero ¿qué estás diciendo? La Santa Orden nunca...

Rognard suspiró. - la Santa Orden no existía por aquel entonces, se fundó cincuenta años más tarde de la gran guerra, pero algunos libros shaman a los que tuve acceso sí que lo relatan. Además... están las Sacras Squelas.

- Sabía que tenían algo que ver. Esos monolitos te van a volver loco – le reprochó Melisse. Desde hace años estaba obsesionado con unas singulares piedras que contenían textos en una lengua antigua y que fueron halladas durante la primera ampliación de la catedral.

- No, escucha – ni siquiera la miraba, parecía que estaba de vuelta en aquella sala donde se guardaban las Squelas, - Una de ellas dice:


Un nuevo dragón errará por la tierra fruto del cielo. 
El mundo llorará sus almas devoradas por los cuervos. 
El sueño de la princesa romperá su corazón de hielo.
Ni para los muertos flores ni para los vivos recuerdos.


- Me cuesta entender a qué se refiere. Esos textos además de crípticos están en una lengua que aún nos cuesta descifrar. - poco servía que tratara de darle explicación, pues cualquiera que fuera, el prior la corregiría.

- No te quedes con las palabras, sino con el contenido. Es difícil de interpretar, pero la segunda frase estoy seguro que hace mención a la Guerra de las Lágrimas.

- Eso sucedió hace quinientos años, Rognard. Entonces debió de cumplirse esa profecía. - no comprendía el por qué de tanta preocupación.

- ¿Quién te dice que ha de cumplirse en una fecha determinada? Llevo tiempo estudiándola y estoy convencido que no ha culminado. A fin de cuentas, quinientos años dentro de la historia que abarcan las Squelas es una gota de agua en el mar – afirmó con gravedad – Sólo soy consciente que se ha cumplido una línea de tres y que los oráculos se hayan detenido como pasó antes de la guerra creo que ha de preocuparnos.

- Hiciste bien en no decir nada en la cámara, pero, ¿cuál de las frases crees que se va a cumplir? - nunca había creído mucho en esas piedras, pero sí que tenía muy en cuenta las preocupaciones del prior.

- No lo sé. Por eso no quería aventurar nada, pero a Alma pido que sólo una de ellas, si son las tres... - se quedó en silencio, cavilando.

-¿Qué sucedería? - reclamó su atención la sacerdotisa, sabiendo que de nuevo se había perdido en sus pensamientos.

- Forma parte del último párrafo de la duodécima Squela... la última. Si se cumple puede que sea el fin de esta era tal y como la conocemos.

Se quedó mirando como el prior avanzaba cabizbajo, meditabundo, hacia las escaleras que descendían a la cripta donde se hallaban las Sacras Squelas. No supo que más decirle, pero no pudo evitar sentirse contagiada por el mal augurio de su superior, y encaminó sus pasos hacia el altar para orar a la Madre Alma.



Alexa vestía el uniforme de ceremonia del ejército: unos pantalones negros ceñidos, botas altas y una chaqueta de cuello cerrado, abotonada, también de color negro, con unas franjas blancas en las mangas que formaban una cruz con otra franja que recorría el cierre, la bandera del imperio. En las caderas, un trozo de tela granate le daba un poco de color al severo uniforme. Caminó con paso marcial por los pasillos del ala este del palacio hasta detenerse ante la puerta de una de las salas de reuniones.

Tras llamar a la puerta con suavidad, aprovechando un silencio en la conversación que se oía dentro, casi de inmediato, la voz del emperador la invitó a pasar.

Entró en la sala y se dirigió con la cabeza gacha hacia una larga mesa donde, en el otro extremo, se hallaba sentado el emperador, y a su izquierda un hombre de avanzada edad. Hizo una profunda reverencia hacia el jefe de estado mirando por el rabillo del ojo a aquel hombre.

Alexa lo conocía, era lord Jelwis de Dremingar, el ministro de Asuntos Exteriores. Un hombre influyente, sin duda, y su presencia allí sólo significaba una cosa: problemas.

- Bien, esta reunión ha acabado. De momento no moveremos pieza y esperaremos los acontecimientos. Puede retirarse. - cerró una carpeta con documentos y se recostó contra el respaldo del sillón.

- Como ordenéis, su Majestad Imperial. – Lord Jelwis se levantó, hizo la reverencia de rigor, cogió unos papeles de encima de la mesa y se marchó, mirando de reojo y con cara de disgusto a la comandante. Ella nunca le había caído en gracia, pero el sentimiento era mutuo. Por suerte, Alexa sabía disimular las náuseas que le producía ese estúpido político demasiado acostumbrado al mullido sillón de su despacho. Un burócrata más de los que estaba a rebosar aquel edificio.

El emperador sacó a Alexa de sus pensamientos cuando la invitó a sentarse a su lado una vez cerrada la puerta.

- Ven, acércate.

- Sí, mi señor.

El emperador se desabrochó el cuello de su camisa gris y adoptó una posición más cómoda en el sillón. Suspiró y sonrió con amabilidad. Era una sonrisa hermosa y sincera, pensó Alexa, que revelaba a la persona que se escondía tras el cargo.

- Deja las formalidades, Alexa. Siéntate, por favor.

- Lo siento. - a veces era demasiado complicado saber cómo tratarle.

- No te preocupes. Ven a mi lado.

Alexa se sentó y vio que sobre la mesa había varios planos de la frontera Kresaar, en la provincia de Sireni.

- ¿Para qué me ha llamado? - preguntó aun sabiendo la respuesta de antemano.

- Supongo que necesito a alguien que me dé una visión más realista de los problemas que hay en la frontera.

Alexa se sintió incómoda. Sabía que las reuniones en palacio no eran de placer, pero en el fondo nunca perdía la esperanza que, pese a la informalidad, no fueran exclusivamente por trabajo.

El emperador siguió hablando - Pese a lo divertido de la sesión de hoy en la Cámara, en algo tenían razón, he recibido varios informes de la frontera. Han vuelto los saqueos por parte de tribus del norte que no han dudado en internarse en nuestro territorio, que reclaman como suyo. - dijo señalando la zona nordeste del imperio, donde la gran cordillera Krimeica se cerraba el paso al mar y definía una frontera natural que era la región de Kinara. Una de las tribus que conformaban la conferderacion de Kresaar – En la zona donde la cordillera llega al mar los montes son bajos y les es fácil aventurarse por fuera de los caminos. Hostigan a los colonos y saquean las cosechas y el ganado. Han vuelto a coger confianza tras las campañas de castigo en la frontera hace más de diez años y que casi nos cuesta una guerra. - Apoyó la cabeza sobre sus manos entrelazadas y suspiró – Sin duda cualquier rumor puede desestabilizar más la zona... 

El peso de las decisiones, pensó Alexa, el peso de la vida de millones de personas. Sin duda era una responsabilidad que habría acabado con más de uno.

Esperaremos... por el momento sólo enviaría algunos aesir e intensificaría las patrullas sobre las poblaciones – comentó la comandante señalando varias zonas mientras el emperador se masajeaba las sienes – No disponemos de suficientes unidades en el norte como para cubrir todos los asienta mineros, pero mientras enviamos refuerzos hará sentir más seguros a los colonos.

- Hablaré con el ministro a ver que unidades podemos destinar a esa zona – la miró con ojos cansados – Si con eso conseguimos ganar tiempo bastará. Sólo esperó que la situación no se vuelva a descontrolar como hace diez años.

Alexa deseaba poder decirle mas cosas, consolarle, animarle... pero tan sólo podía esperar junto a él. En la distancia, en silencio.



La lluvia golpeaba incesante las maltrechas tejas de la posada mientras dentro, las goteras conformaban una extraña melodía que casi podía presumir de ritmo. La noche había engullido con su oscuridad todas las estancias, a excepción de la cocina, donde un quinqué iluminaba débilmente una mesa
en la que estaba sentada Dythjui. Con la mirada perdida, jugueteaba con un cuchillo, tarareando una melodía que habría escuchado en alguna parte con cara triste. 

No podría olvidar la charla con Melisse. Aunque lo negara, ella sabía que había intervenido en el devenir de los hechos. Eliel tendría que haber partido sola a la mañana siguiente o haber sido capturada. Sin embargo había truncado esa posibilidad y la había hecho huir junto a Adriem.

Detuvo el tarareo y miró el cuchillo. Se había prometido a sí misma no volver a implicarse pero, a lo visto, había quedado en un autoengaño. Siempre era bueno pensar que era por un bien mayor, pero sólo era un consuelo para necios. Era su castigo y debería vivir con esa pena toda la eternidad.  

Miró su reflejo en la pared de la cocina. No se reconocía. Apoyó la mano en el frío azulejo para cerciorarse de que era real. Odiaba ese cuerpo.

Agarró el mango del cuchillo y lo apuntó contra su mano izquierda. Empezó a gimotear y con la respiración entrecortada.

- Te odio. - Entre lágrimas asestó una puñalada a su palma atravesándola.


El desgarrador alarido fue engullido por el rumor del viento y la lluvia.

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