23 de septiembre de 2014

Capítulo 19: El sueño de la princesa

Paso tras paso, el viajero enfiló el antiguo camino real. La calzada de adoquines describía varias curvas por la colina hasta llegar a la ancha bahía en la que estaba Puerto Victoria. Apenas habían pasado unos años, pero para Adriem había sido una eternidad. Las piernas le dolían tras el duro viaje. La noche al raso y la fría mañana habían castigado su cuerpo más que los kilómetros que pesaban bajo sus pies.

El camino seguía atravesando la población dejando de lado el viejo puerto, donde se aglutinaba la mayor parte de la vida de aquella ciudad, hasta el castillo que, majestuoso, se erigió antes de la invasión del Imperio, hacía trescientos años. 

Tomó un pequeño desvío que llevaba hacia las afueras. Su barrio, que estaba a unos siete kilómetros ladera arriba por los arrabales, no contaba con más de diez casas, y al fondo, al final de una de las callejas, estaba la antigua vivienda del bibliotecario. 

Notaba cómo sus antiguos vecinos lo miraban. Un par de hombres que volvían con el carro lleno de hierba lo saludaron y le preguntaron por cómo le iba. Él mintió diciendo que no había nada que reseñar.

Sabía que más de una mujer lo espiaba detrás de las ventanas de sus cocinas y luego, seguramente, murmuraría con sus vecinas sobre él. Puede que lo compadeciesen o que echaran culebras, o tal vez ambas cosas. Poco le importaba. 

Consiguió a duras penas abrir la atascada puerta de la modesta casa de piedra y madera de apenas dos alturas. En el pequeño jardín ahora crecían hierbajos que llegaban a la cintura. Nadie se había molestado en recoger la correspondencia. Poco valor tendrían ya esas cartas. 

Mientras caminaba el suelo de madera crujía bajo sus botas. Observó las mantas y sábanas que cubrían cada mueble de la casa. Todo seguía en su sitio, exactamente como lo dejó. Habría debido sentir nostalgia pero, por alguna razón, era incapaz. Fue hacia su antigua habitación y abrió, con cierto esfuerzo, la contraventana para que se ventilase. Quitó las sábanas que cubrían su cama, provocando una nube de polvo que le hizo toser, se dejó caer sobre el colchón y durmió. Su cuerpo lo necesitaba. 

No sabía cuánto tiempo se había pasado durmiendo pero, a juzgar por el agujero que sentía el estómago, había sido bastante. Al fin el dolor en el pecho había desaparecido y se encontraba bastante mejor. La cegadora luz del sol que entraba por la ventana le hacía deducir que era por la mañana, igual casi el mediodía. Se levantó y caminó hasta el espejo. Estaba resquebrajado por un lado, pero aun así podía ver claramente el aspecto que lucía. Sin afeitarse durante días la barba le oscurecía la cara y sus cabellos mal largos y mal peinados, así como unas persistentes ojeras que le demostraban que estaba lejos de estar recuperado. No pudo evitar sonreír con una mueca irónica. “Doy pena”, pensó.

Atravesó el piso superior y abrió, acompañado del chirrido de las bisagras, la puerta que daba al antiguo despacho de su padre. Había muchos libros en aquella estancia, pero si la memoria no le fallaba,  algo bastante posible tras lo acontecido, sólo había uno que le interesara. Rebuscó y, tras un buen rato, al fin lo encontró. Un libro de bolsillo con la cubierta muy desgastada y alguna hoja suelta. Lo limpió y leyó el título: Eraide. Aquel libro había sido de un bisabuelo, una copia bastante controvertida, pues fue uno de los libros prohibidos tras la gran guerra. Sólo había dejado a la familia dos cosas: aquel viejo libro y una espada.

17 de septiembre de 2014

Capítulo 18: Un mañana por tu ayer

Meikoss apoyó el oído en la puerta. Había revuelo por el pasillo y escuchaba varias pisadas que corrían en alguna dirección. Inútilmente trató de forzar la cerradura, pero estaba bien cerrada y era de buena madera, así que, tras forcejear un rato al fin se recostó en la pared exhausto. Fuera lo que pasara no iba a averiguarlo por ahora.

Si bien, algo le llamó la atención. Desde su posición podía ver como el cielo se oscurecía y las nubes comenzaban a arremolinarse, conformando una tormenta que cubría el valle. No sabía discernir por qué, pero se sintió inquieto al observarla. No parecía natural.



Había avanzado corriendo por los túneles siguiendo aquella intuición. Sabía dónde tenía que ir y, cuanto más se acercaba, más fuerte era el sonido de los engranajes de aquel reloj invisible. Todo parecía irreal, como si lo viera a través de un sueño y, sin saber cómo, se encontró en la cámara en la que le esperaban en silencio la dos enormes puertas.

Poco importaba por qué sabía que ella estaba allí, se dijo Adriem, no la volvería a perder como a Esmail. No volvería a huir.

Restos de sangre reciente salpicaban una de las columnas, agrietadas por algún tipo de impacto que casi la había derribado. Había un olor extraño en el ambiente que se acrecentaba a medida que se acercaba a aquellas puertas que parecían desafiarlo. Algo tras ellas lo estaba llamando.

- Sácame de aquí - escuchó la voz suplicante de Eliel.

- ¡Eliel! - corrió hasta la puerta y comprobó que no había picaporte alguno.

Sintió que la frustración y la ira comenzaban a brotar de su corazón. Apoyó ambas manos en los portones y, sin reparar en el peso que debían de tener, comenzó a empujarlas.

- ¡Aguanta! ¡Te llevaré a casa! - algo de polvo y pequeñas piedras cayeron acompañadas de un crujido pero no parecían inmutarse. Necesitaba más fuerza, más… mucha más. 

Unas descargas recorrieron su cuerpo y sintió como las puertas se aligeraban y de forma casi imperceptible, comenzaban a moverse. Apretó los dientes para contener el fuerte dolor que le oprimía el pecho, como empezaba a ser habitual.

Un disparo impactó cerca de su cabeza contra una de las hojas de la puerta que no sufrió daño alguno. Cuando se giró, más de veinte shamans le rodeaban, algunos de ellos armados y apuntándole. No se había percatado de su presencia. 

1 de septiembre de 2014

Capítulo 17: El silencio de los recuerdos

Las puertas estaban abiertas ante él. Sobre ellas rezaba la frase "tanto puede cegarte la luz, como ciego puedes estar en la oscuridad". Adriem percibía los latidos de su corazón como único sonido reinante en aquella oscura y ancestral sala que nunca antes había visto. Apenas era capaz de ver qué custodiaban aquellas dos grandes hojas mientras, con paso hipnótico, avanzó hacia ellas. Estaba preso del miedo, mas su cuerpo se movía solo.

Una voz atronó en sus oídos...

- ¿Cuántas veces vendrás a mí? ¿Tal vez tu respuesta sea distinta hoy? - La voz provenía de todas partes, y a la vez de ninguna.

Medio cegado, vio que unas cadenas negras como la noche se arrastraban por el suelo y que, como si de serpientes se tratasen, se deslizaban buscando retorcerse por su cuerpo. Asustado, Adriem dio media vuelta para salir de allí.

No había dado medio paso cuando se tropezó con alguien. Eliel.

- ¡Tenemos que salir de aquí! - Hizo ademán de agarrarla para empezar a correr, pero ella se apartó y se se quedó mirándolo detenidamente.

Cuando se fijó en sus ojos, fríos, distantes, carentes de ningún sentimiento; se dio cuenta de que detrás no estaba la mujer que conocía pese a que era idéntica en todos los aspectos.

- ¡¿Quién eres tú?! - dijo, retrocediendo poco a poco. La presencia de aquella mujer le encogía el corazón y engullía incluso el miedo que había sentido a aquello que hubiera tras las puertas.

- No tengas miedo, no quiere hacerte ningún daño - dijo ella con voz suave. - por ahora. - empezó a caminar hacia él sin prisa.

Adriem fue retrocediendo hasta tocar la pared con la espalda. Acorralado, no era capaz de apartar la mirada de aquella extraña doalfar que se parecía tanto a Eliel. Su instinto le gritaba que huyera, pero la presencia de aquella extraña parecía que ocupaba toda la sala.

Ella se acercó hasta apoyar su cuerpo contra el suyo y le abrazó con fuerza. Un fortísimo escalofrío le recorrió todo el cuerpo al notar el frío contacto de su piel.

- Quédate aquí, olvídate de esa muñeca que quiere parecerse a mí - le dijo en un susurro sensual al oído -. Ella acabará encerrada en estas puertas y nunca más la recordarás. No tienes por qué sufrir.

Al saber que se refería a Eliel, se impuso a su propio miedo y la empujó con fuerza, tirándola al suelo. Ignorándola, miró las enormes hojas que poco a poco se iban cerrando.

- ¡No, espera! - corrió hacia las puertas pero unas cadenas le asieron de una pierna, tropezando y dándose de bruces contra el suelo. - ¡No! - las cadenas empezaron a recorrer su cuerpo, apretándole en un abrazo de frío metal.

La doalfar se puso ante él, pero ahora su aspecto era mucho más joven. Él trataba de avanzar, estirando el brazo en un vano intento de alcanzar las puertas, hasta que el pie de la niña, con una fuerza inusitada para alguien tan pequeño, le pisó y aplastó los dedos contra el suelo. Un grito de dolor escapó desde lo más profundo de sus entrañas al notar como se rompían los huesos de la mano.

- Eres incapaz de entenderlo. Eres cómo Arshius - levanto el pie y volvió a pisotearle la mano. Apretó los dientes y ahogó el grito de dolor - ¡Te pareces tanto que me das asco! ¡Muérete de una vez! ¡Desaparece! - Le empezó a golpear sin compasión.

Los ojos de Adriem, aún abrumados por el dolor de los golpes, vieron algo detrás de ella, en el centro de las puertas, justo antes de cerrarse… La bota de la niña le golpeó en la cara y algo crujió antes de volver todo oscuro, silencioso y sin dolor.


30 de julio de 2014

Capítulo 16: Las puertas del olvido

El sol, que tímidamente se asomaba entre las nubes, iluminaba el patio principal del enorme templo, en cuyo centro geométrico se hallaba el oráculo El anciano salió, tan rápido como le permitía el bastón. A su encuentro se acercó su consejero alarmado.

- Eminencia, no debería correr – le sugirió - ¿y la joven novicia?

- La he enviado a sus aposentos, no quiero que nadie se acerque a su habitación ni la moleste. Un guardia se encargarán de su seguridad.

- Tal vez se innecesario usar a un hombre de la guardia para protegerla, este templo es seguro. Si lo desea, yo mismo me puedo quedar con ella - se ofreció.

- ¡Es totalmente innecesario! Tienes asuntos que tratar y para eso están, para salvaguardar a las gentes de este templo. - dijo molesto su superior - Ahora deja de importunarme, tengo un asunto urgente que tratar.

El consejero dudó por unos instantes, tratando de encontrar una excusa para replicarle, pero al final hizo una reverencia aceptando la orden – Como desee eminencia. Si por al visita de esa mawler, le espera en…
- Se donde me espera, gracias - dijo ablandando su tono - Aunque no lo parezca, es una visita muy importante, no pretendía alzarte la voz.

- No se preocupe, maestre. Faltaría más que yo le tuviera que perdonar nada.

El anciano le dio unos golpecitos en el hombro con gesto de aprobación y prosiguió su camino, volviendo a mostrar un gesto serio que no el pasó del todo inadvertido al consejero.


9 de julio de 2014

Capítulo 15: El precio de la palabra dada

Tras tomar la bifurcación se desviaron hacia el templo, dejando a un lado la pequeña población y trepando, por aquella senda retorcida por la escapada colina sobre la que se erigía. Los caballos tiraban con fuerza del carro con algún que otro resbalón debido a los viejos adoquines que tapizaban la ruta desde tiempo inmemoriales.

- No sé si antes deberíamos descansar en el pueblo. - comentó Eliel hacia Meikoss – A fin de cuentas por un día más que tarde en llegar no va a haber diferencia alguna. Adriem ya está bien.

- Será mejor que no tengas a los shamans preocupados más tiempo. Recuerda que luego te acompañaremos hasta Hannadiel. - no quiso mirarla mientras respondía. Seguía concentrado en el camino, recordando la conversación que tuvo hace tres días en la noche de Torre Odón.

***

Acariciaba inconscientemente con la mano el pomo del sable, dispuesto a atacar si hiciera falta a aquella extraña criatura y a la hechicera antes de que pudieran reaccionar. Caminó lentamente, a sabiendas del peligro de su situación, siendo dos enemigos en potencia para él solo, pero tenía que averiguar cuáles eran sus intenciones y el por qué del engaño.

- Sophía, ¿no es así? - torció los labios en una mueca socarrona que enmascaraba sus nervios - ¿Y quién es tu amiga?

- ¿A qué esperas? Deshazte de él – apremió la arlequín sin tener aún fuerzas para levantarse del suelo.

- ¡Calla! - le ordenó la hechicera. Su gesto se relajó y con una sonrisa afable se dirigió a Meikoss – Lo siento, no sabe tener la boca cerrada. En efecto, mi verdadero nombre es Sophía y ella – le lanzó una mirada de desprecio a su compañera – es Idmíliris.

- ¿A qué viene todo este teatro? ¿Qué queréis en realidad? ¿Tal vez el viejo negocio de secuestrar al noble? Lo siento, pero pese a su posición mi padre no ostenta una gran fortuna.

Sophía comenzó a reírse, cosa que le molestó de sobremanera, pues no sabía dónde estaba el chiste.

- No, Meikoss, tú no tienes nada que ver en todo esto, sólo eres un espectador ocasional – esta afirmación lo contrarió aún más – pero podríamos hablar de tu papel en esta función ¿no crees? ¿Qué hace el hijo del consejero de Detchler viajando en un triste carromato camino del norte? ¿Qué esperas encontrar en Hannadiel?

- No me respondas con otra pregunta – resopló airado – Limítate a hablar si no quieres... 

- Vamos, acaba la amenaza – le retó la hechicera – Te considero un tipo listo, así que no me atacarás sin saber que tienes la victoria en el bolsillo. Es como cuando retaste a ese imperial en la plaza de Dulack, lástima que no pudiste advertir de antemano que tenía ese poder... Así que, sin saber de qué soy capaz no osarás retarme si no te ves obligado – se veía confiada en sí misma – Te responderé claramente, vamos tras Eliel.

- ¡Sophía! - la mirada de la arlequín desaprobaba claramente la respuesta. 

Pero la hechicera no se dio por aludida y siguió hablando. - Es una disputa muy antigua entre la nobleza kresaica. No tengo intención de que lleguemos hasta Hannadiel, sólo quiero que Adriem se separe de ella para tener la oportunidad de llevarla ante mi señor. No va a sufrir ningún daño, pero el imperial se ha interpuesto cada vez que nos hemos acercado de una forma u otra y eso, querido Meikoss, debería de preocuparte a ti también.

- ¿A mí? ¿por qué debería?

- Vamos, Meikoss, te repito la pregunta ¿Qué esperas encontrar en Hannadiel? - ella le sonrió con una pizca de malicia y supo a qué se estaba refiriendo, por lo que bajó un poco la vista para evitar que le mirara tan directamente a los ojos.

- Te gusta – dijo con absoluta certeza Sophía – pero no la puedes tener. Adriem siempre va a estar en medio.

- No, no tiene por qué ser así. ¿Qué va a hacer un simple guardia de Tiria frente a mí? Yo soy... mejor que él. Ella...

- Ella no te va a elegir a ti, lo siento – su expresión mostraba cierta compasión que le irritaba aún más.

- ¿Y tú que sabrás? - no entendía como osaba compararle.

- Es fácil, porque he visto como le mira y ella le ama, eso es más fuerte que todos los títulos y destreza que puedas mostrar. - caminó hacia él lentamente mostrándole las palmas en un gesto de no agresión – Volverás de Hannadiel sin haber rozado sus labios y sin nada que ofrecerle a tu padre - miró de reojo a Idmíliris –. Alguien me ha dicho que busca tierras con las que estrechar lazos de cara a la guerra, de una forma u otra. ¿Tendrás que darle la razón en sus planes?

Cómo demonios podía saber de lo que hablaron él y su padre era algo que no conseguía comprender pero, absorto en esa duda, la hechicera llegó hasta él y posó su mano sobre la suya que acariciaba el pomo del sable.

- Mi señor es un poderoso noble kresáico, puede ofrecerle a tu padre lo que ansía si nos ayudas, lo único que has de hacer es quedarte a un lado. No te interpongas y nos encargaremos de llevárnosla con nosotras en cuanto sea el momento oportuno. No tienes que hacer nada y sólo ganas, ¿no crees?

- Ya me has engañado una vez, no voy a confiar en ti ni en tus promesas – replicó él.

- No puedes, pero debes. Cuando lleguemos a Nara la decisión estará en tu mano – le apretó la mano – Si decides olvidarte de ella llévala al templo, nada más. Es allí a donde tiene que ir y todo se resolverá plácidamente. Lo último que quiero es entrar disputa con Adriem y menos con Eliel, aunque no has sido consciente, que esa niña haga magia es muy peligroso, sobretodo si se desespera. - le clavó la mirada - Pero también podrás delatarme, huir con ella o lo que te plazca, pero recuerda que Adriem irá con vosotros y esta cuestión será menos amistosa. Ya has visto como ha quedado tu compañero de viaje y Danae sólo enfrentándose a Idmíliris… ¿Crees que tendrás alguna oportunidad frente a las dos? Me caes bien aunque no te lo creas, Meikoss, y en un combate tú eres el que caerá primero - le señaló la espada - Sólo con eso tienes muy pocas opciones. Así que, no me decepciones y se un chico listo.

Dio un paso atrás y se apartó de ella tratando de ocultar su temor ante la amenaza – Si tu señor es alguien importante, por ahora, aceptaré tu palabra y no te delataré hasta Nara. Tómalo como un gesto de buena voluntad por mi padre, pero no voy a quitarte el ojo de encima. Ni a ti ni a tu amiga.

- Por ella no te preocupes – se giró hacia Idmíliris que con dificultad ya estaba en pie. - Estaremos en calma hasta Nara.

- Hasta Nara – puntualizó de nuevo Meikoss mientras invitaba a la hechicera a caminar delante de él de vuelta al pueblo, dejando atrás a la arlequín con cara de preocupación.

30 de junio de 2014

Capítulo 14: Buscando el cielo

Meikoss cargaba el equipaje en el carro mientras Adriem hacía lo que podía para ayudarle colocando bien los enseres evitando hacer muchos esfuerzos y disponiéndolo todo para la partida. Mientras, Eliel, Rulia y Danae. La mañana se iba abriendo paso y la helada de la noche comenzaba a levantar con los primeros rayos de sol.
- Es una verdadera pena que tengáis que partir con tanta prisa. Podríais haberos quedado unos días más - dijo Danae.

- Lo siento de verdad, pero tengo que llegar cuanto antes - Eliel dijo esto haciendo una ligera reverencia a modo de disculpa, una costumbre muy kresaica.

- Tenemos que aprovechar que el paso a Nara aún está abierto. - comentó Rulia-. Gracias por todo.

- Espero que tengáis buen viaje, ha sido... interesante – apuntó la boticaria.

- ¡Nos vamos ya! ¡Esto ya está! – dijo Adriem asegurando la lona del carro con el brazo que no temía herido.

- Os deseo lo mejor a los cuatro – dijo Danae. Esbozó una sonrisa y se despidió con la mano mientras subían al carro.



El carro ya se había perdido de vista tras las casas en dirección norte. Danae caminaba de vuelta a sus quehaceres diarios. Iban por la calle principal, que ya empezaba a tener actividad, cuando se detuvo.

- No es sólo Eco... Es un sephirae… - dijo con la mirada perdida. - Algo que no esperaba volver a encontrarme. Pero lo de esa doalfar es todavía más extraño… – Se mordió el dedo índice nerviosa, hablando para si misma. Una costumbre muy habitual en ella - Lo extraño es que parece no saberlo, es algo instintivo. No había otro remedio, tendría que contárselo al pelirrojo con una de las palomas que aun guardara, aún a riesgo de que volviera a encontrarla.

Comenzó a andar con una sonrisa forzada saludando a algunos de sus vecinos. La mayoría desconocedores que la pasada noche podrían haber muerto.


20 de junio de 2014

Capítulo 13: Disrupción astral

El ruido era ensordecedor y tras una oleada que sacudió cada milímetro de su cuerpo, Eliel fue abriendo lentamente los ojos desorientada. Tras estruendo había sobrevenido un silencio sepulcral, tan absoluto que le pitaban los oídos. Sabía que no se había quedado sorda porque podía escuchar su respiración acelerada, acompasando a cada latido frenético de su corazón que luchaba por salir de su pecho por la ansiedad. A su alrededor la habitación se sumía en una luz mortecina. Todos habían desaparecido.

- ¿Adriem? - dijo con voz nerviosa tratando de controlar el temblor que estremecía su cuerpo. Pero nadie respondió.

- Meikoss, Rulia... - seguía sin escucharse nada salvo su propia voz mientras un sudor frío comenzaba a pelar su frente.

Todo cuanto le rodeaba, bajo aquella luz, tenía un aspecto irreal. Se asomó por la ventana y vio como todo el pueblo estaba sumido en aquel absoluto silencio bajo un cielo plomizo. Nada... Ni un alma, excepto... Algo llamó su atención, a lo lejos un resplandor en el horizonte como si de un débil crepúsculo se tratara.

Observando aquel firmamento, por el rabillo del ojo, notó como algo se movía por la calle. Apenas una sombra que se escabullía corriendo, como la de un niño envuelto en un abrigo con capucha que le cubría por completo, doblaba la esquina entre dos casas. ¿Alguien más estaba allí atrapado? Tal vez supiera como salir de aquel extraño lugar. 

Abrió la ventana rápidamente pero la figura ya no estaba. Se maldijo y giro sobre sí misma para bajar a la calle cuando se encontró la puerta de la habitación abierta y a alguien al otro lado. Era imposible que hubiera recorrido aquella distancia, pero no había lugar a dudas que era la misma persona. Allá donde realmente estuviera parecía no atender a la razón. Ahora podía ver que, lo que creía un abrigo, era una vieja capa raída que parecía confeccionada por pequeñas escamas, que envolvía hasta cubrirle parte de la cara ensombrecida. Apenas podía distinguir sus rasgos, sólo unos labios que la sonreían  que le produjeron deja vù tan potente que la devolvió el estómago. Sentía que ya la conocía, desde hacía mucho...

– Sígueme, tienes que salir de aquí. - era aquella misma voz que llamó a Adriem cuando trataba de despertarlo. La suya propia. -  Tienes que darte prisa – prosiguió – si no nunca recordarás.


10 de junio de 2014

Capítulo 12: Mentiras amargas

Dythjui se encontraba absorta en sus pensamientos. Estaba recogiendo con una fregona los charcos de agua que producían los cientos de goteras que se filtraban a través del ruinoso tejado. La planta baja ya era habitable, pero los malditos techadores estaban todo el día dándole largas, como era habitual. Los pocos ahorros que tenía se los había dejado pagando las primeras obras de la reconstrucción de la posada, pero aún estaba lejos de poder volver a abrir la zona de dormitorios que era la más lucrativa. Y si no lo hacía, no sabía de dónde iba a sacar lo que le faltaba, pues el comedor no dejaba suficientes ingresos. Por suerte sólo algunos heridos y no hubo que lamentar a nadie, lo que hubiera conllevado el cierre definitivo. Pero los pagos y las facturas se acumulaban en la mesa de la cocina, y esa maldita lluvia de invierno ponía a prueba su paciencia. 

El tosco sonido de la desencajada puerta de la entrada la sacó de sus ensoñaciones.

- Pase, pase. Enseguida salgo -dijo alzando la voz desde la cocina.

- ¿Señorita Lezard? Soy yo, sor Melisse. - la sacerdotisa avanzó siguiendo la voz de la casera – Con permiso.

- Lo siento, esto no está muy presentable – dijo limpiándose las manos en un trapo tras escurrir la fregona. - No esperaba ninguna visita, pero si viene a cenar, a partir de las siete estará aquí la cocinera.

- Sabe que no estoy aquí por eso – se giró hacia la mesa de la cocina y tomo una silla - ¿Puedo?

- Claro, siéntese. Esta es su casa – dijo acercándose para tomar también asiento – Bueno, lo que queda de ella.

- No me voy a andar con rodeos. Usted es la última persona que vio a Van Desta y necesito que me explique qué demonios pasó aquella noche, sobretodo tras el ataque

- Ya se lo expliqué, sólo recuerdo vagamente aquellas criaturas que surgieron de la nada cuando iba a la despensa a por una infusión para usted. Me avergüenza reconocerlo, pero salí corriendo como pude y que me dieron caza fuera... Después de eso. no recuerdo nada más – se masajeó la sien cansada de repetir la historia por enésima vez - ¿Qué es lo que necesita saber?

- El dirigible en el que parece que escaparon tiene un capitán bastante interesante. Se ha alojado varias veces en este posada. Me cuesta creer que sea una simple casualidad. ¿Le conocía?

- Permítame recordarle que por aquí pasa... - se corrigió con tristeza – pasaba mucha gente. No esperará que conozca personalmente a todos los inquilinos. Pero si está insinuando si tuve algo que ver, la respuesta es: no.

La sacerdotisa se cruzó de brazos y Dythjui notó que no acababa de disipar la desconfianza – Sabe que la Santa Orden no tendría problema alguno en financiar la obras de la posada, señorita Lezard. El interés sería muy bajo... tan sólo un poco de sinceridad.

La casera se apoyó sobre la mesa y encaró a Melisse sin alzar la voz pero con un leve tono de amenaza. - Si lo que sugiere es que puede comprarme, lamento decirle que se equivoca. Ayudé y di cobijo a su novicia shaman, creo que más que un interrogatorio me deben un favor, ¿no cree?

La sacerdotisa se quedó en silencio mirándola a los ojos. Sabía que no tenía pruebas para incriminarla y con presionarla un poco la dejaría en paz por una temporada.

Dythjui se sobresaltó al escuchar el sonido de varias botas entrando en el comedor. Salió sin dudarlo un momento y encontró a cuatro soldados de la guardia imperial. Ataviados con sus uniformes de chaqueta granate y negro combinada con pantalón blanco, bajo capas negras en los que se distinguía perfectamente el escudo imperial del grifo rampante, los soldados de élite del imperio observaban con detenimiento la estancia mientras accedían al local sin molestarse en llamar. A Dythjui no se le escapó que la priora se sentía incómoda por su presencia.

- Eminencia, se la requiere para una audiencia urgente. Por favor, acompáñenos – dijo el que ostentaba mayor rango en su uniforme con educación pero con cierto matiz de arrogancia que le confería su estatus.

- Con tan galantes modales no puedo rechazar su oferta, teniente - dijo irónicamente la sacerdotisa  que se levantó de la silla. - ¿Puedo saber quién me requiere? 

- El prior Rognard.

- ¿Y envía a la guardia imperial? Es mucho honor – respondió con algo de desconfianza.

- Si – respondió sin más explicaciones.

Melisse suspiró y la casera supo que, por suerte, su poco amigable conversación con ella había finalizado. Así que no dudó en despedirse – Veo que tienes otros menesteres que atender y yo una cocina  que limpiar. Ha sido un placer hablar con usted – su sonrisa no escondía cierto sarcasmo.

- Hablaremos en otro momento, señorita Lezard – se giró con semblante serio hacia los guardias imperiales – Adelante caballeros.

- La próxima vez avisa y prepararé café. - dijo mientras tomaba de nuevo la fregona. Prefería lidiar con aquellas goteras antes que con otra charla recriminatoria.

3 de junio de 2014

Capítulo 11: Los reflejos del corazón

Rognard observaba las últimas inscripciones de la duodécima Sacra Squela. Una enorme piedra de tres metros de altura que, junto con sus once hermanas, relataban la historia del mundo. Según se decía  podían rivalizar en importancia con el mismísimo oráculo de Nara. Dispuestas en círculo en la enorme sala de mármol, los estudiosos intentaban descifrar las misteriosas inscripciones, pese a las altas horas de la madrugada que eran.

Unos pasos acelerados y marciales sacaron a Rognard de su ensimismamiento. Una pareja de soldados, con uniformes con bordados granates que lucían el escudo imperial, formaron a ambos lados de la entrada, mientras una delven, ataviada con la misma indumentaria, entraba con sus vivos ojos claros clavados en él.

- ¡Prior Rognard! ¡Estoy muy disgustada con su actitud, y sepa que el Emperador también!

- Comandante Alexa, siéntase como en su casa. No hace falta que llame a la puerta - respondió con educada ironía y una pronunciada reverencia.

- Ha llegado a mis oídos por la Guardia Urbana de la ciudad que ha habido problemas con una noble kresaica en la ciudad.

- Cierto es - Rognard la miró con indiferencia, sabiendo que, pese al temperamento de ella, como miembro de la Santa Orden era ajeno a su autoridad. Alexa era una mujer muy bella, de aspecto fiero y cuerpo atlético, de piel oscura y pelo rubio recortado por detrás, lo que dejaba al aire su nuca. Costaba creer que siendo tan joven, con apenas treinta y dos años, y mujer, hubiera alcanzado uno de los rangos militares más altos del imperio. Comandante de la Guardia Imperial.

- ¿Y por qué no se informó ni a nuestro ilustre Emperador ni al Senado?

- Querida comandante, no queríamos intranquilizar por algo que era nuestra responsabilidad, puesto que la noble era invitada de la Santa Orden. Se informó al Sumo Pontífice, por supuesto.

- Pero ¿es consciente del delicado momento por el que atraviesan las relaciones con Kresaar? Creo que no es muy consciente de el incidente que podría haber provocado... - entornó la mirada - ¿O tal vez si?

- A veces - dijo Rognard, girándose de nuevo hacia la Squela y fijándose en las líneas que estaba estudiando -, es mejor que no se sepan las cosas de las que aún no conocemos sus consecuencias.

- ¡Deje los juegos de palabras, prior, el hecho es que no informó a las autoridades! - Alexa dio un paso al frente, visiblemente airada - ¡Quiero respuestas! - su voz retumbó por la sala - Recuerde que aunque este suelo sea sagrado, pertece al Imperio y tiene obligaciones con él.

- No hay respuestas porque no las tengo. Tenga la amabilidad de abandonar esta sala, está molestando a la gente que aquí realiza el noble arte del estudio o el descanso. - la miró con desdén - Sólo me debo a Alma, señorita Alexa. Adiós.

- Escúdese en su posición si quiere, pero por mucho que pretenda ignorarme, o despreciarme, pero  le prometo que volveremos a vernos las caras, prior. Estoy cansada de usted, no es la primera vez que se salta las leyes, y no me quiere como enemiga, se lo aseguro. - Dijo apretando los dientes para contener el tono de su voz. Se giró en redondo y abandonó la estancia acompañada de sus hombres, mientras Rognard añadió un último apunte a sus notas.

- ¿Acaso no lo somos ya, mi querida comandante? - murmuró el prior, consciente que la delven había oído sus palabras mientras se alejaba, y volviendo de nuevo a su estudio de la Squela.

27 de mayo de 2014

Capítulo 10: El dolor de la derrota

La débil luz del crepúsculo entraba, con tonos grises y anaranjados, a través de las ventanas de la sala. En el centro, observando cómo el sol se iba ocultando entre las nubes y el mar, un hombre de cabello cano y corto degustaba un buen vino. Se atusaba su cuidada barba mientras sus cansados ojos azules no dejaban de mirar el ocaso del astro rey desde su sillón. Esperaba sin esperar nada. Sencillamente se deleitaba con la puesta y con el sonido del péndulo del enorme reloj, que, en su elaborada caja de madera de marquetería, marcaba impasible las horas.

La jornada había sido dura, y ese remanso de paz era el bálsamo que curaba las heridas del día. Tal vez debiera seguir leyendo aquel libro. Llevaba ya cinco años leyéndolo. Acarició la cubierta del tomo, que estaba en la mesita, donde también se hallaba la botella de vino. «La destructora de sueños. Hechos y fundamentos de Neferdgita» Pasó los dedos por el título y suspiró. Los libros de historia le gustaban, pero aquél se le resistía.

Un escalofrío le recorrió la espalda. El reloj se detuvo. ¿Tocaba darle cuerda ya? Lo había hecho el día anterior, puede que se hubiera estropeado o... tal vez fuera un signo de mal agüero. Interrumpiendo sus cavilaciones, alguien llamó a la puerta.

- ¿Quién es? Le dije a Harald que no me molestaran - dijo con desgana.

- Soy yo, padre.

Su apatía desapareció al oír aquella voz. Si algo podía privarlo de su rato a solas, sin duda, era la visita de su hijo.

- Adelante, adelante. Pasa. - Y se ajustó el sobrio batín de invierno para levantarse.

Se abrió la puerta y Meikoss entró. Pero detrás de él, medio en sombras, estaba una mujer que se había quedado esperando en el umbral, y que no pasó inadvertida a sus ojos.

- Buenas tardes, hijo mío, me alegra ver que vienes a hacerle una visita a tu viejo padre.

- Buenas tardes, padre. Siempre tengo un rato para que me cuentes cómo te ha ido el día. Aunque lamento que esta vez sea una visita interesada.

- Por lo que veo, vienes acompañado. Dile a tu amiga que pase - dijo guiñándole un ojo a su hijo.

- No es lo que piensas. Nos acabamos de conocer en la plaza. - respondió con rapidez a la insinuación de su progenitor.

La mujer entró por la puerta. - Con permiso.

Se sorprendió al ver que se trataba de una doalfar. Si por él fuera nunca le hubiera permitido entrar, pero si la había traído su hijo consigo, confiaba en que fuera por un buen motivo. Uno de esos altivos habitantes del norte, con lo que históricamente habían tenido más de una disputa territorial no eran bienvenidos. 

- Ella es Eliel van Desta, hija del marqués de las tierras de Hannadiel, en Kresaar - hizo una pequeña pausa en la que Jeffel asintió con la cabeza mostrando su aprobación más que su respeto - Señorita Van Desta, él es mi padre, lord Jeffel Sherald, consejero del duque Hendmund – dijo lanzando una mirada de duda a su padre.

20 de mayo de 2014

Capítulo 9: El sueño de un caballero

El dirigible surcaba los cielos acompañado del ronroneo de los motores. Abajo, entre las nubes, se divisaba el mar de Loto como una especie de cielo invertido. Desde uno de los ojos de buey, Eliel admiraba aquella extraña perspectiva del mundo. Las montañas parecían sencillas arrugas de un mantel, el mar cambiaba de tonos entre azules y verdes, las ciudades apenas cambios de color sobre el ajedrezado de los campos de cultivo y los bosques. Las nubes, que siempre había visto como algo lejano, ahora podría rozarlas con los dedos si aquel cristal no se lo impidiera. Mientras Adriem descansaba como podía en uno de los dos camastros del camarote, ya que no era la primera vez que volaba, los continuos aspavientos y comentarios de la doalfar le resultaban algo molestos, aunque le producía cierta envidia al verla disfrutar. 
El viaje había sido tranquilo y, pese a que nos les dejaban salir de allí por precaución, la comida y el trato por parte de la tripulación habían sido bastante buenos.

Habían pasado tres días de vuelo. Las heridas habían empezado a cicatrizar bien y el dolor comenzaba a mitigarse.

- No sé por qué nos tienen encerrados aquí - preguntó algo molesta mientras miraba el firmamento - Me gustaría ver el cielo desde un lugar mejor.

- Supongo que el capitán no quiere que una bonita doalfar se pasee por una nave llena de rudos marineros que pasan semanas sin ver una mujer - respondió Adriem sin molestarse en abrir los ojos.

- Gracias, Adriem.

Él se extrañó al oír aquel inesperado agradecimiento. Se incorporó, tratando de no apoyarse en el brazo herido - ¿Gracias? ¿A qué viene eso?

La doalfar se dio la vuelta y no pudo evitar fijarse en sus ojos. Azules como aquel mismo firmamento.

- Por lo de bonita – le dedicó un gesto sonriente, ante el que Adriem se ruborizó un poco.

- Yo no he dicho eso.

- Sí lo has dicho. Has dicho «bonita doalfar» y creo que no hay otra por aquí - dijo mientras se acercaba al camastro. Se sentó a su lado y lo miró con expresión divertida - No pareces el tipo de persona que suele decir piropos a la ligera, así que me siento muy halagada.

Adriem desvió la mirada y se puso en pie con esfuerzo, incómodo ante los comentarios de la doalfar. - ¿Y tú qué sabrás? - dijo casi para sí mismo.

- Lo siento, señor guardia - contestó Eliel sonriendo. 

Ella se quedó mirándolo. Le divertía la timidez de aquel humano y en el fondo sentía una punzada de culpabilidad, pero estar allí tantas horas con alguien que casi no hablaba se hacía muy aburrido. Sin duda era atractivo, pero lo ignoraba todo en lo tocante a la etiqueta y las relaciones sociales... Su tutora del templo ya lo habría suspendido varias veces.

- Ven, deberías ver esto - dijo el humano mirando hacia fuera.

13 de mayo de 2014

Capítulo 8: El Bastión de los Justos

La enorme sala, decorada con bellos tapices y cuadros que representaban batallas acontecidas en épocas pasadas, estaba alumbraba por la luz de unas tenues lámparas y el resplandor de una gran chimenea encendida. En el centro, había una enorme mesa cuadrada rodeada de ocho sillones. Un elaborado trono de madera tallada la presidía. En los sillones se hallaban sentadas cuatro personas. Por un lado estaba ldmíliris, que vestía un fino vestido de color negro con mangas hasta el codo; unas medias de rejilla y un elaborado moño remataban su estampa. Demasiado veraniego para el frío que hace, pensó Zir, que estaba sentado a su lado. Con su típica expresión meditabunda, se ajustaba el pañuelo que llevaba sobre el cuello de la camisa blanca, disimulando así el nerviosismo que le provocaba aquella inesperada audiencia. Enfrente de él, una humana de unos veinticinco años lo observaba. Tenía el pelo rubio y ondulado en una melena que le llegaba a los hombros. Llevaba un bonito vestido azul y blanco de falda larga y con bellos encajes, que gracias al generoso escote, dejaba ver el canalillo de sus senos, realzados por un corpiño. Al lado de tan bella mujer, otro humano miraba con nerviosismo un gran portalón que daba a la estancia. Estudió a los demás a través de sus gafas. Tenía el pelo castaño y los ojos verdes. Vestía chaqueta de pana marrón, camisa y chalina.

La gran puerta de doble hoja que observaba estaba ricamente tallada con bajorrelieves y, a ambos lados, había dos magníficas esculturas de mármol blanco que representaban a dos bellas mujeres con el torso desnudo que miraban con ternura a los reunidos. Las hojas se abrieron, dejando entrar la intensa luz del pasillo. Una figura se dibujó en el arco de las puertas. Un hombre alto y bastante corpulento, pese a los sesenta años que aparentaba, entró en la estancia.


Ante el recién llegado, los asistentes se pusieron en pie. Una larga melena rubia platino y unos ojos azules extremadamente vivos contrastaban con las arrugas de su cara. A través de su piel se veían como unas ligerísimas trazas brillantes que recordaban a las complejas estructuras rúnicas de los magos. Se sentó en el trono que presidía la mesa y se desabrochó el botón del cuello de la elegante camisa blanca que vestía. Su cuerpo era extremadamente recio y musculoso; irradiaba una sensación de poder, acrecentada por su inteligente mirada. Todos los demás se sentaron.

6 de mayo de 2014

Capítulo 7: Ináh

A medida que corrían, la respiración de Adriem se iba haciendo más pesada, y su ritmo aminoraba. Detalle que a ella no le pasó inadvertido y se detuvo con cara de preocupación.

Se encontraban junto a una pequeña estación de ferrocarril aún cerrada a esas horas de la madrugada, iluminada débilmente por un par de maltrechas farolas de gas que alguien debió de olvidar apagar. Más allá un muro se precipitaba hacia el sector inferior mientras las vías discurrían por un puente metálico salvando la gran brecha bajo la que bajaban por uno de tantos canales flanqueados por casas. El andén estaba desierto, no había ningún signo de vida, excepto algún gato callejero. El viento comenzaba a soplar, arrastrando en los cielos pequeñas nubes que, a intervalos, ocultaban la luna menguante de aquella noche.

Adriem se giró, sobresaltado por aquel brusco frenazo.

- ¿Qué ocurre? ¿Estás bien, Eliel? - dijo jadeando mientras se agarraba para hacer disminuir el dolor.

- Eso debería preguntártelo a ti. - la doalfar se le acercó y posó su mano sobre el codo de su brazo herido. Los músculos de él se tensaron, y Adriem profirió un quejido ahogado entre dientes.

- ¿Ha sido en el tejado? - dijo remangando el brazo herido para descubrir los tres arañazos en el antebrazo del humano. La hemorragia ya había cesado prácticamente, pero la herida era bastante fea.

- Fue una de las sombras. No es nada, saldré de esta – miró a su alrededor pero aquél camino ya no tenía salida - Lo importante es encontrar dónde refugiarnos.

- Aun estás sangrando un poco – tomó un pañuelo del bolsillo y lo posó sobre la herida para limpiarla ante la queja muda de Adriem – Tenemos que curarte esa herida pronto o se infectará.

Él vio los arañazos que habían provocado las ramas sobre los brazos de ella y diversos rasgones en el vestido. Subió la mirada hasta reparar en una pequeña herida en su barbilla. - Lo siento – dijo afligido mientras la miraba a los ojos – Tú también estás herida. Debí hacerte caso.

- No seas así. - se acabó de anudar el pañuelo al antebrazo – Esta es la tercera vez que me proteges.

- Y no debería haberlo hecho. Mirad cómo estáis... princesa.

La nube que había tapado la luna siguió su camino y su luz volvió a bañar el andén. Se oyeron unos pasos y una persona apareció doblando la esquina, a escasos metros de ellos. Un tipo de pelo castaño, vestido con gabardina que se detuvo ante ellos, intercediendo en la conversación de la pareja:

Adriem se fue hacia él cubriendo a la doalfar tras su espalda – Quédate detrás mío – le dijo en voz baja.

- ¿Quién eres? - Se fijó en sus orejas puntiagudas, un doalfar.

- La pregunta correcta es, ¿por qué no te estás apartando a un lado? - al guardia no le costó darse cuenta de que jugueteaba con el pomo del sable con los dedos. No tardaría en desenvainar. 

- ¡¿Qué queréis de mí?! - dijo Eliel cubriendo los libros a su espalda para evitar que reparase en ellos.

Su voz se tornó más amenazante – El problema es que no puedes recordarlo. Ven y lo sabrás, no tengo ningún interés en matar al común.

29 de abril de 2014

Capítulo 6: Más allá de un sentimiento

Una de aquellas bestias de oscuridad le propinó un zarpazo a Adriem en el brazo izquierdo, justo antes de que éste, con un fuerte revés de brazo, la golpeara con la porra con todas sus fuerzas. El impacto fue suficiente para apartarla, pero no para herirla, si es que era posible.

En su desesperada carrera había entrado en una de las naves abandonadas del sector. La chatarra se amontonaba entre aquellos muros de ladrillo derruidos, y las goteras del destartalado techo creaban enormes charcos en el suelo de adoquines entre los que crecía algo de maleza.

Aún no se había recuperado del ataque cuando otras dos criaturas más le cerraron el camino. Su siseo recordaba a las hienas del desierto, moviendo sinuosamente de un lado a otro. Jadeaba exhausto debido a la larga carrera sin cuartel. Su garganta estaba reseca, el sudor le bañaba el cuerpo y brillaba bajo la tenue luz de la luna, que penetraba a través de las cristaleras rotas de aquella antigua nave industrial. En su desesperada huida había perdido la orientación. No sabía cuántas sombras le habían atacado y conseguido zafarse in extremis ¿Cinco, tal vez siete? ¿Y qué más daba? Había desenvainado el sable que portaba en la diestra y en la izquierda sujetaba la porra invertida para protegerse el antebrazo. Tomó aire y se preparó para un nuevo ataque de dos por cada uno de sus flancos. Pestañeó para aclarar su mente, nublada por el esfuerzo, justo a tiempo para ver que ambas criaturas se le echaban encima.

En un rápido movimiento retrocedió y extendió el brazo, estocando con el sable en lo que parecía el pecho de una de las sombras, interrumpiendo violentamente su carga. Cambió de posición y dio un giro con el cuerpo trazando un arco. El sable se dobló por la presión, partiéndose la hoja por la mitad, interceptada por un portante zarpazo de la otra sombra que le había buscado el flanco. Consiguió dar dos zancadas hacia atrás evitando la dentellada que le lanzó después mientras los trozos del sable caían sobre el suelo tintineando de adoquines a varios metros.

Su cuerpo ya estaba sin fuerzas y ese último esfuerzo lo debilitó aún más. La herida no sangraba pero se notó extrañamente aturdido. Empezaba a costarle pensar con claridad. Los oídos se le estaban taponando y sus ojos no conseguían enfocar bien mientras un involuntario temblor en una de las piernas amenazaba con derribarlo al suelo. ¿Por qué tenía que pasar por esa angustia? 



Escuchó como alguien aplaudía acercándose hace él - Bravo, bravo ¡Bravo! Has sido una presa divertidísima Adriem Karid. No eres muy bueno, pero le pones pasión, lo que hace más sabrosa su carne. - la aguda voz de la arlequín resonaba en aquel vacío almacén. - Cada herida que sufras te va drenando el éter de tu cuerpo y adormeciendo poco a poco hasta que...  ¿lo adivinas? - él sabía que esperaba falsamente su respuesta - ¡Exacto! Te conviertas en una cascara vacía y muerta.

Adriem levantó lentamente la cabeza, percatándose de que aquella chiquilla, o lo que fuera, estaba casi enfrente suyo, rodeada de tres criaturas más.

22 de abril de 2014

Capítulo 5: Estamos bajo el mismo cielo

El sol de las primeras horas de la mañana se filtraba a través de los árboles, dibujando sombras sobre el suelo, como si de un mosaico se tratara. El sonido de las campanas anunciaba el final de la ceremonia. Del pequeño templo de piedra, construido antes de que los edificios lo rodearan, empezó a salir la gente. Se notaba que era un día de fiesta, ya que todos iban arreglados con ropas elegantes.

Adriem aguardaba sentado en la vieja escalinata que daba paso a los bonitos jardines donde se hallaba el templo. Era un remanso de paz entre el febril mundo de ahí fuera.

El joven permanecía con la mirada perdida en los árboles, oyendo el canto de los pájaros que allí anidaban, evocando estampas de su ciudad natal. Al oír las campanas se levantó y se sacudió los pantalones. Ya no llevaba el uniforme, ahora vestía unos pantalones de color verde grisáceo, con botas de cuero marrón y camiseta blanca. Recogió una cazadora de cuero negro que había dejado sobre el pedestal de la estatua de una bella mujer. La había cogido para protegerse del frescor de la mañana, pero ahora sólo le servía para colgársela del hombro.

Avanzó en sentido contrario al resto de la gente que descendía hacía el mundanal ruido, procedentes de orar a Alma. Se internó en el modesto templo de piedra y ladrillo de más de dos siglos de antigüedad. Dentro, sobre la superficie de la cúpula sobre la cruz de las naves del templo, aún sobrevivía algún fresco en la pared, pero la humedad los había ido consumiendo. Tratando de adivinar que representaba cada uno, dejó pasar el tiempo hasta que no quedó nadie y la puerta principal se cerró.

Al oír las bisagras y el encaje de las puertas se giró para ver al anciano y regordete párroco de avanzada edad, como denotaban las canas que poblaban lo poco que quedaba de su cabello en contraste con sus cejas densamente pobladas.

Le saludó con una breve reverencia – Padre Augusto, buenos días.

El hombre le sonrió y le dio unas palmadas en la espalda con confianza – Ven hijo, vamos a la sacristía, ahí podremos conversar con tranquilidad.

- Claro, como desee – sin nada que objetar le acompañó tras el altar y entraron en la habitación cerrando la puerta. El hombre se aseguró de que no se oía nada e invitó a Adriem a sentarse.

- Se me hace raro verte por aquí fuera de horas de servicio y dudo que hayas venido a confesarte. - se giró hacia un pequeño lavamanos – Tengo algo de té si quieres tomar algo.

- No se preocupe, estoy bien así, gracias – Ya había tomado uno en la mañana por lo que era mejor rechazarlo con amabilidad. Trató de acomodarse en la silla de madera y caña, pero era harto difícil.

El párroco abrió con una llave que llevaba bajo una manga, un pequeño armario del que sacó una tetera y un pequeño hornillo. - Si me disculpas yo si que me haré uno.

- Discúlpeme padre pero... se que le estoy interrumpiendo en su descanso, pero necesito hacerle unas preguntas. 

- Sin uniforme supongo que no es nada oficial - le comentó acertadamente mientras abría una pequeña caja con la infusión.

- Nadie como usted conoce los entresijos de este sector.

- Porque la gente confía en mí y sabe de mi juramento a Alma de silencio, así que si es una pregunta sobre alguien sabes de sobra que no voy a poder satisfacer tu curiosidad sea cual sea. Aunque sea extra oficial.

- Lo se, padre. Su reputación le precede antes incluso de su vacación tardía a la Santa Orden. Precisamente por eso le pregunto a usted, se que esta conversación no saldrá de estas paredes - dijo reclinándose sobre la silla - No quiero saber de alguien que goce de su confianza para sacar a una doalfar de la ciudad.

El sacerdote dejó de remover el te mientras se calentaba y le con extrañeza - ¿Una doalfar?

- Quiero sacarla de aquí. Está en apuros y la persiguen, es buena persona, por eso necesito a alguien que pueda sacarla de la ciudad y que sea de fiar. Pagaré lo necesario.

Se quedó pensativo volviendo a remover el te durante unos segundo cavilando. Adriem sabía que era disparar al aire y que revelar que él sabía el paradero de una doalfar tras el accidente del tren y todo el revuelo a su alrededor podría ponerles en peligro. Pero en sus años en Tiria, aquel hombre, había dado muestras de sobra como para ser de fiar.

- Hay un capitán de un pequeño dirigible mercante. No es trigo limpio, pero siempre cumple sus contratos y sabes esquivar bien las aduanas – dijo al fin el sacerdote.

- Un contrabandista, supongo.

- Supones bien.

Adriem tragó saliva y escuchó con atención los detalles sobre el dirigible, su lugar de amarre y a través de quién debía contactar. Mientras escuchaba, el sol de la mañana fue ocultándose tras las nubes y el claustro se tornó más frío y sombrío.

- Hay algo más, joven - añadió el párroco - Me has dicho que es una doalfar…


15 de abril de 2014

Capítulo 4: Un mundo no tan distinto

- Aquí tienes, cocido de la llanura - dijo Dythjui mientras le servía en un plato de barro a la hambrienta Eliel en la mesa de la cocina, ya que no podía dejar que los otros clientes la vieran - Es la especialidad de Agnes, la cocinera.

La doalfar se quedó mirando las alubias con verduras y pedazos de carne que nadaban en una espesa salsa. Se alejaba mucho de las ensaladas, sopas y pescados que comía en la escuela o en su casa y ese cocido ya se le estaba haciendo pesado antes de comerlo.

- No pongas esa cara. Es lo más típico de los alrededores. No has estado en una ciudad si no has probado su gastronomía.

- Es que no sé... parece muy... denso. - describió sin encontrar un adjetivo mejor.

- ¡Eso es energía! - dijo mientras oscilaba un dedo en señal de riña, guiñándole un ojo – ¡Aun éstas en edad de crecer!

- Ya tengo veintiocho años, no he de crecer más - dijo Eliel algo indignada. Esa común no tenía derecho a tratarla como a una cría cuando aparentaba tener poco más de la mitad de su edad.

- ¡¿Veintiocho?! ¡Válgame Alma, si creí que tendría diecisiete! - oyó a Agnes, que estaba escuchando desde la despensa.

- Los doalfar son como los delven, viven muchos años, así que crecen más lentamente - dijo Dythjui, aleccionando a su cocinera, que ya se había asomado por la puerta.

- ¡No me compares con un delven! - dijo Eliel muy enojada.

Adriem entró en la cocina vestido con ropa calle y cargando unas bolsas, algo que a la doalfar le resultó extraño, pero la camiseta los pantalones le sentaban mucho mejor que el uniforme.

- Buenos días. Espero no llegar tarde, me he dormido - Adriem miró a su alrededor y comprobó lo cargado que estaba el ambiente - ¿Se puede saber qué pasa?

- La señorita doalfar, que siente su orgullo herido - dijo Dythjui con desdén.

- Tú me has comparado con una delven. Por ese mismo hecho, en Kresaar se puede encarcelar a un común. – Eliel se cruzó de brazos levantando la barbilla en una postura muy digna.

Adriem dio un suspiro. En esa pose, la joven doalfar no podía negar su alta cuna. Pero daba igual el estatus que pudiera tener, en el Imperio se habían abolido hace más de doscientos años cualquier tipo de título nobiliario, así que, el hecho de ser noble, marqués o duque no era más que una preposición en el nombre si esto no iba acompañado de una gruesa cartera repleta de escudos. A fin de cuentas, en Tiria, tu posición social dependía de cuánto dinero tenías en el banco. La pobre no sabía cómo era vivir en esa ciudad

- Pues vas a tener que acostumbrarte – dijo Adriem mientras se servía un plato de cocido y se sentaba a la mesa – en Tíria vas a encontrarte con muchos. La provincia de Ilnoa está bien comunicada, así que es muy frecuente verles por esta ciudad para hacer negocios.

- Son traidores. Su reyezuelo decidió aliarse con los comunes en aquella desgraciada guerra civil. ¿Y todo para qué? ¿Para que su reino fuera independiente de Kresaar? ¿Para no tener nunca más señores? Fíjate ahora, sólo han conseguido ser vasallos de los humanos. Una “provincia”, como decís los imperiales. Diría que a los doalfar nos ha ido mejor siendo fieles a los dragones.

- Esa “provincia” – hizo hincapié Adriem en esa palabra – se formó por un pacto con Tiria hace muchos años y les otorga un autogobierno, leyes propias y es el único territorio del Imperio donde aún existen las antiguas castas nobles. Además, sus armeros equipan en exclusiva a todo el ejército imperial. Aquel pacto se firmó por unión de sangre entre las familias reales, así que en ningún momento Ilnoa ha perdido su identidad, sino que ha sabido encontrar su lugar dentro de este país.

- Tú no lo entiendes. Eran nuestros hermanos, gozaban de los mismos privilegios que nosotros y los dragones los tenían en alta estima. Hubo un alzamiento en el asedio de Sazel durante la guerra y fueron castigados por no mantener aquella posición, pero en vez de aceptarlo, que hubiera sido lo honorable, todo su pueblo decidió recurrir a las armas. Si aquello no hubiese ocurrido, la Guerra de las Lágrimas nunca habría empezado, hubiese sido una simple revuelta de los comunes como cualquier otra, y millones no hubieran perecido en vano.

9 de abril de 2014

Capítulo 3: Soñando por un mañana mejor

Los restos del tren estaban diseminados a lo largo de más de un kilómetro de vías cuyos carriles habían quedado retorcidos. La fría mañana había revelado con más claridad el caos de madera y hierros retorcidos que, según las primeras investigaciones, habían sido ocasionados por la rotura en uno de los bogie. La circulación había sido cortada y un par de grúas ayudaban a levantar los esqueletos desfigurados de los vagones que ya habían sido examinados minuciosamente lejos de cualquier mirada curiosa. Varios guardias rastreaban cada centímetro del vagón de primera clase en el que parecía, se había originado el fallo mecánico, para disgusto de los representantes de la compañía del ferrocarril que demandaban airadamente a dos oficiales de alto rango la celeridad en las investigaciones para la puesta en marcha de la línea lo antes posible. Pero sus quejas caían en oídos sordos pues el hecho de que en el vagón sobre el que se estaban centrando las investigaciones, algunos de los muertos presentaban extrañas heridas y cortes que no eran propias de los hierros retorcidos por el impacto al volcar. A parte de un doalfar kresáico que no venía listado en el acta de pasajeros.

Melisse, acompañada de un capitán de la Guardia Urbana, accedió al vagón con sumo cuidado de no entorpecer la labor de los agentes ni tropezar. Caminar por el pasillo inclinado era sumamente difícil. Al llegar al lugar donde yacían varios cadáveres no pudo evitar taparse la boca y la nariz con una de las mangas de su hábito para evitar el penetrante olor que venía de los cuerpos que se hallaban sobre sendos charcos de sangre. Un nudo se le hizo en el estómago al ver los múltiples cortes y desgarros que presentaban, en la mayoría de los casos, dejando sus tripas al aire.

- Comprenderá que esto es muy inusual, priora - le comentó el capitán - Procure no tocar nada, se lo ruego.

- Si, no se preocupe, Henry, se lo agradezco mucho. Sólo me tomará un momento. - apoyó la mano en el pecho - La diosa Alma los acoja.

- No quiero disgustarla con detalles, pero parece que quien fuera que hizo esto se ensañó con ellos cuando aún no se había producido el accidente. Lo extraño es que salvo el doalfar ninguna de las víctimas presenta heridas de autodefensa. Es como si estuvieran inconscientes o drogados cuando les asesinaron - A diferencia del resto, el capitán lucía bordado las iniciales G.U. en plateado y un par de líneas negras en su hombro derecho que le correspondía por rango. Era un hombre de mediana edad, con unas pronunciadas entradas y canas en los aladares. Un bigote corto perfilaba sus finos labios, enmarcados en un rostro anguloso y algo severo.

- ¿Ya tienen alguna pista? - No podía dejar de mirar aquellos cuerpos desfigurados - ¿Nadie ha visto nada?

- Me temo que poco por ahora. Los pocos supervivientes de los otros vagones que han podido testificar no oyeron nada antes del accidente - se rascó la cabeza pensativo - La única pista que tenemos fuera del tres es que localizaron al revisor al que le correspondía este trayecto, muerto en los baños de personal de la estación oeste del sector tres.

Para alivio de la priora, entre las víctimas, no estaba a la novicia kresáica, por lo que podría haber sobrevivido pero no quería preguntárselo directamente al oficial. No tardaría en presentarse por allí el Servicio Secreto Imperial a meter las narices y no quería que supieran aun de la joven - Haré cuanto esté en mi mano por ayudaros. Es sólo cuestión de tiempo que aparezca aquí algún delegado del gobierno cuestionando la capacidad de la guardia del sector o algo peor...

- Tengo a todos mis hombres trabajando en ello y ya me he ocupado de que los burócratas no metan las narices por el momento pero...  ¿qué puede hacer al respecto?

Merise sacó de un bolsillo de su hábito una pequeña caja de madera que contenía dos tizas - Le pediría que sus hombres me dejaran un poco de espacio, capitán.

1 de abril de 2014

Capítulo 2: La danza de las sombras

Adriem era incapaz de sentarse, estaba demasiado intranquilo como para quedarse quieto. Se limitaba a dar vueltas enfrente de la mesa. La chaqueta del uniforme se secaba al calor de la lumbre y había optado por dejarse los tirantes caídos y quedarse en camiseta. No sabía si sudaba por el calor de la cocina o por los nervios de haberse saltado el código de la guardia.

Centró de nuevo su atención en la muchacha que le hablaba sentada en la mesa, indudablemente más serena que él.

- Me hubiera parecido muy bien que te trajeras un ligue, tal vez un amigo, o alguna vieja conocida... Pero ¿subir a tu habitación a una desconocida? Deberías haberla llevado al cuartel, y que allí se encargaran de ella.

- No... lo siento, estaba muy asustada. No quería llevarla directamente para que la acribillasen a preguntas. Es una doalfar, probablemente de la Confederación de Kresaar, y ya sabes cómo los tratan; en su estado sería muy traumático. Es mejor dejar que se recupere y luego ya haré lo que tenga que hacer. - se sentó al fin en la silla, afligido - Lo siento, Dythjui, no es mi intención traerte problemas.

Sabía que la dueña de la posada no gustaba de imprevistos en su negocio, como era habitual, pero no sabía a quién más recurrir. 

Ella se recostó sobre la silla y suspiró - Tienes que ser más egoísta, Adriem. Este tipo de cosas te van a traer algún día muchos problemas - dijo a modo de sentencia.

Dythjui nunca le había confesado su edad, pero la chica era más joven que Adriem. Tenía el pelo negro con algunas mechas verdosas, recogido en una sencilla coleta alta. Vestía una camiseta de cuello alto bastante gruesa de color beige, combinada con unos pantalones granates y zapatos de cuero marrón. Rara vez la había visto arreglada, siempre llevaba ropa cómoda y funcional. Sus ojos grises y una complexión delgada, tal vez demasiado, remataban la curiosa estampa de la dueña de El Puente de Álsomon. Pese a que sus palabras solían estar cargadas de una madurez impropia de su juventud, según algunos era demasiada responsabilidad para ella el regentar aquella pequeña posada de apenas tres pisos, contando la buhardilla, situada a la sombra del gran puente de piedra y metal, del que tomaba el nombre, que unía los distritos tres y nueve.

Le había pedido que se reunieran con discreción, por lo que se habían sentado en una de las mesas, justo al lado de la despensa. La cocina  era grande y el salón donde se servirían en poco tiempo las comidas quedaba al otro lado, lejos de oídos indiscretos. Algunos clientes ya habían llegado y el guardia escuchaba de fondo como se entretenían con anécdotas del día regadas por buenas cervezas, a la espera de la cena. Es por ello que no tardaría en llegar Agnes, la cocinera, para empezar a preparar la comida a los parroquianos y huéspedes como él. 

La cocina poco tenía que destacar. Los fogones y la carbonera oscurecida por el uso ayudaban a que hiciera siempre calor en esa estancia y los fregaderos, así como las dos amplias mesas parar preparar los platos permanecían aun limpios. Al lado de la puerta de servicio y bajo una ventana en la que arreciaba la fina lluvia, perlado el cristal, se amontonaban cajas con verduras, patatas y todo lo necesario para el menú de aquella noche. Él bien sabía que Agnes era una maniática de la limpieza, y los azulejos blancos, inmaculados, así lo atestiguaban bajo la vigas de madera oscura que sostenían el techo.

- Bien, aquí tienes, cincuenta escudos, eso cubrirá su estancia y las molestias que te pueda ocasionar hoy - dijo Adriem deslizando unas cuantas monedas sobre la mesa -. Creo que será más que suficiente por esta noche.

- Adoro tu generosidad, pero no hace falta. Eres cliente desde hace mucho, me conformo con que sigas siendo puntual en el pago de la habitación. - le empujó las monedas de vuelta hacia Adriem.

- De acuerdo, de acuerdo. - Sonrió agradecido, y se levantó de la silla. Su sueldo de guardia no le permitía hacer muchos desembolsos ni  lujos, así que pese a no ser cortés, no insistió -. Tengo que irme, Makien me está cubriendo el puesto, y ya le debo un favor. Más vale que vuelva a patrullar.

- Vale, pero ¿qué haré si despierta?

- Mmmm ¿sabes hablar doalí?

- ¿Acaso sabes?

Adriem se giró y le dedicó una sonrisa para luego salir de la estancia. Se medio tropezó con Agnes, que entraba en ese momento. Le dirigió una breve disculpa y siguió su camino. 

- Si todo tiene que estar atado a un plan ¿qué significa esto? - dijo Dythjui sin percatarse de la entrada de la cocinera.

- ¿El qué, Dythjui? -preguntó la recién llegada mientras sacudía el paraguas. Agnes era una mujer de unos cincuenta años, aunque ella nunca había dicho su edad. Tenía el pelo cobrizo, ondulado y no muy largo. Unos pequeños ojos oscuros, enmarcados por las arrugas propias de una persona acostumbrada a sonreír, miraban tras unas pequeñas gafas redondas de montura dorada.

- Nada, Agnes - dijo mientras se levantaba de la silla - Como siempre, Adriem y su manía de dejarlas frases a mitad.

- Ese muchacho siempre va con prisas. Aún me acuerdo de cuando tuvo que volver corriendo del trabajo porque le sentó mal el guiso que preparé. ¡Y no fue porque estuviera malo! - dijo con orgullo - Sino porque se lo comió en apenas cinco minutos.

Dythjui no pudo evitar reírse al recordar el aspecto tan pálido que tenía Adriem aquella vez. No pudo comer nada en dos días. Lo tuvo a base de sopas.

- Tienes razón. Tuve que cuidarle porque no quería ir a ver al doctor. Es como un niño.

- Lo que pasa es que trabaja demasiado. Debería dedicarse un poco de tiempo. -Agnes se enfundó el delantal que tenía guardado detrás de la barra-. Esta noche creo que voy a preparar unas buenas tortillas.

- Eso suena muy bien.

"La Torre del Reloj" (Tiria) - 2012

26 de marzo de 2014

Capítulo 1: Los días en los que el destino se durmió


//Año 499 E.C. (Era Común)

El oráculo de Nara. Una enorme y ancestral maquinaria sobre la que se construyó hace siglos el templo del mismo nombre, enclavado entre altas cumbres. Recubierta por una bóveda la gran estancia circular parecía pequeña, pese a los diez metros de altura de sus gruesas paredes de piedra, en comparación con el complejo mecanismo de poleas, ruedas y aros metálicos unidos por raíles que giraban lenta y pesadamente provocando chirridos y crujidos que resonaban en la cámara. Una llama se enroscaba en el aire en el centro de los engranajes, ardiendo en tonos azulados en espiral formando una esfera casi perfecta, era el corazón de aquel artilugio cuyo origen se perdía a través del tiempo. Los enormes aros metálicos de color dorado tenían escritas complejas runas que brillaban al paso de los distintos indicadores.

El resto del lugar, en contraste, era de lo más austero. La piedra gris, que conformaba las paredes y el techo, mostraba vestigios de haber tenido en el pasado algún relieve o fresco, que habían terminado devorados por la humedad y el paso del tiempo. Tan sólo rompían la rutina de la piedra doce pequeños tragaluces que iluminaban según la hora del día uno de los signos zodiacales representados en el suelo y que aún se podían distinguir con claridad.

Debido a la monotonía de controlar día tras día aquel monumental artilugio, la shaman vigilaba ante sí las secuencias rúnicas de uno de los tres atriles que, a modo de puesto de control, monotorizando su óptimo funcionamiento. Su piel blanquecina cual porcelana, cabellos lacios y oscuros, así como rasgos delicados evidenciaba su pertenencia a la etnia “doalfar”. Llevaba remangada su amplia túnica blanca con bordados florales en plata, dejando al descubierto parte de sus brazos, donde llevaban inscritas diversas runas que reaccionaban con la maquinaria.

Ni siquiera miraba a sus otras dos compañeras que hacían la misma función en sus correspondientes puestos, el oráculo interpretaba cada una de las alteraciones del mundo, ininteligibles para cualquiera que no hubiera estudiado durante años su funcionamiento. Un conocimiento fuera del alcance de cualquier mortal.

Sentía cada pequeña variación, oscilaciones en aquella armonía que provenía de las runas, que parecían seguir una partitura escrita por la mismísima diosa creadora, Alma. Sin una sola pausa desde hacía cinco siglos inundaba aquella melodía el espíritu de quien se acercaba al oráculo...

Silencio

Abrió los ojos asustada ante el súbito vacío que sintió en su alma para comprobar cómo las runas de su atril se habían quedado congeladas, sólo movidas por alguna distorsión como si algo les estuviera interfiriendo. El miedo atenazó su corazón al ver como la enorme estructura se había detenido y la llama de su interior se desvanecía. Una a una cada runa se fue desvaneciendo dejando tras de sí un silencio siniestro. Ella fue consciente de la gravedad del asunto y, al igual que sus compañeras, miró con temor e incredulidad aquella maquinaria que se había detenido engranaje tras engranaje como un moribundo exhalando sus últimos alientos. La luz del mundo que daba calor y confianza a quienes lo habitaban se había apagado.

No acertó a decir nada. De sus labios no surgía palabra alguna, sólo un temblor en su cuerpo que apenas le permitió coordinar sus piernas para no tropezar mientras subía las escaleras para anunciar tan terrible acontecimiento.

Alma había callado su voz.