Una de aquellas bestias de oscuridad le propinó un zarpazo a Adriem en el brazo izquierdo, justo antes de que éste, con un fuerte revés de brazo, la golpeara con la porra con todas sus fuerzas. El impacto fue suficiente para apartarla, pero no para herirla, si es que era posible.
En su desesperada carrera había entrado en una de las naves abandonadas del sector. La chatarra se amontonaba entre aquellos muros de ladrillo derruidos, y las goteras del destartalado techo creaban enormes charcos en el suelo de adoquines entre los que crecía algo de maleza.
Aún no se había recuperado del ataque cuando otras dos criaturas más le cerraron el camino. Su siseo recordaba a las hienas del desierto, moviendo sinuosamente de un lado a otro. Jadeaba exhausto debido a la larga carrera sin cuartel. Su garganta estaba reseca, el sudor le bañaba el cuerpo y brillaba bajo la tenue luz de la luna, que penetraba a través de las cristaleras rotas de aquella antigua nave industrial. En su desesperada huida había perdido la orientación. No sabía cuántas sombras le habían atacado y conseguido zafarse in extremis ¿Cinco, tal vez siete? ¿Y qué más daba? Había desenvainado el sable que portaba en la diestra y en la izquierda sujetaba la porra invertida para protegerse el antebrazo. Tomó aire y se preparó para un nuevo ataque de dos por cada uno de sus flancos. Pestañeó para aclarar su mente, nublada por el esfuerzo, justo a tiempo para ver que ambas criaturas se le echaban encima.
En un rápido movimiento retrocedió y extendió el brazo, estocando con el sable en lo que parecía el pecho de una de las sombras, interrumpiendo violentamente su carga. Cambió de posición y dio un giro con el cuerpo trazando un arco. El sable se dobló por la presión, partiéndose la hoja por la mitad, interceptada por un portante zarpazo de la otra sombra que le había buscado el flanco. Consiguió dar dos zancadas hacia atrás evitando la dentellada que le lanzó después mientras los trozos del sable caían sobre el suelo tintineando de adoquines a varios metros.
Su cuerpo ya estaba sin fuerzas y ese último esfuerzo lo debilitó aún más. La herida no sangraba pero se notó extrañamente aturdido. Empezaba a costarle pensar con claridad. Los oídos se le estaban taponando y sus ojos no conseguían enfocar bien mientras un involuntario temblor en una de las piernas amenazaba con derribarlo al suelo. ¿Por qué tenía que pasar por esa angustia?
Escuchó como alguien aplaudía acercándose hace él - Bravo, bravo ¡Bravo! Has sido una presa divertidísima Adriem Karid. No eres muy bueno, pero le pones pasión, lo que hace más sabrosa su carne. - la aguda voz de la arlequín resonaba en aquel vacío almacén. - Cada herida que sufras te va drenando el éter de tu cuerpo y adormeciendo poco a poco hasta que... ¿lo adivinas? - él sabía que esperaba falsamente su respuesta - ¡Exacto! Te conviertas en una cascara vacía y muerta.
Adriem levantó lentamente la cabeza, percatándose de que aquella chiquilla, o lo que fuera, estaba casi enfrente suyo, rodeada de tres criaturas más.
- ¡Maldita seas! ¡¿Te crees muy valiente usando esos bichos?! - Un dolor muy fuerte le punzó la sien y cayó de rodillas incapaz de mantenerse ya en pie. La sensación de entumecimiento se seguía extendiendo por su cuerpo.
La arlequín camino los pasos hasta el, desconvocando a sus criaturas con un sencillo chasquido de dedos y le agarró del flequillo para evitar que se cayera. Pudo contemplar de cerca aquellos ojos brillantes y su sonrisa desencajada - Yo no creo en el honor ni en chorradas por el estilo. Si tienes una ventaja y no la usas, eres un estúpido. - apoyó la frente contra la suya - Ellas te han dejado como un muñeco de trapo que voy a destripar si no hablas.
Apretó los dientes, desesperado. ¿Estaba completamente a su merced y no podía hacer nada? Estaba asustado, muy asustado y enfadado por su impotencia. Un calambre recorrió cada parte de su ser y, en un movimiento involuntario, su brazo derecho y parte de su cuerpo se liberó dándole un fortísimo golpe en la cara que la pilló por sorpresa derribándola hacia un lado.
No sabía exactamente qué había sucedido ni cómo, pero esa sensación de rabia y miedo que liberó su cuerpo, se desvaneció tal como vino. Sólo podía contemplar la cara desencajada de Idmíliris que, incrédula, se levantaba para darle una fortísima patada en el pecho, derribándolo violentamente contra el suelo. El fuerte dolor apenas le dejaba respirar. Ella se sentaba a horcajadas sobre él mientras le agarraba por la sien.
- Dolor... - se pasó la lengua por la comisura del labio magullada por el golpe - ¡Dime dónde está esa estúpida muñeca! - sus pulgares comenzaron a presionar su sien - Voy a disfrutar mucho con esto.
¿Ya está? ¿Así se acababa su historia? Era tan triste morir en aquel almacén lugar abandonado... Para cuando lo encontraran, las ratas se lo habrían comido. Una vida gris, carente de esperanza, iba a acabar de forma más patética si cabía.
Adriem se quedó solo en la penumbra. En silencio. Su cuerpo no respondía, su mente tampoco. El eco de las goteras del destartalado techo se fue alejando al igual que el dolor. Sus ojos se nublaron, mientras la luna llena se difuminaba ante él producto de la inconsciencia. Luego sólo hubo oscuridad. Sus pensamientos se quedaron en blanco. Y una voz le susurró al oído una canción.
La dama busca.
El caballero se desata.
…l busca en los brazos de la princesa el consuelo.
El destino los traiciona.
La época de decidir se acerca.
La dama busca.
El caballero se desata.
El elegido para rebelarse contra el destino duda.
…él puede destruir lo que conocemos.
Pero puede salvar nuestro sueño.
***
//Año 487 E.C.
Los prados se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Los árboles empezaban a mostrar los primeros brotes con la llegada de la primavera, que aquel año se había adelantado. Un sacerdote de la Santa Orden, vestido con una blanca túnica ceremonial con complejos bordados en negro, cerraba un libro, dando por finalizado el entierro. Dio el pésame a los presentes, en especial a un hombre y a su hijo.
El hombre era alto y delgado, y había mostrado una entereza envidiable en aquellos aciagos momentos. Gastaba un cuidado bigote cano y el pelo largo, peinado hacia atrás, hasta los hombros. El niño, de pelo moreno y revuelto, apenas tendría once años. Aceptó el pésame del sacerdote para momentos después salir corriendo, lejos del cementerio.
- Discúlpele padre. Hágase cargo de que esto es muy duro para él.
- No tiene de qué disculparse. Todos estamos pasando malos momentos, era muy querida por el barrio y ha sido un final triste. Pero tenemos que aceptar lo que Alma nos da. Y de la misma forma, lo que dolorosamente nos quita.
- Pero no es fácil, padre. No es fácil aceptarlo después de lo que he visto en mi vida - dijo el hombre, con los ojos empañados en lágrimas conteniendo el llanto
- Nunca lo es. - dijo el sacerdote asumiendo las palabras como una expresión de dolor más que el significado que contenían.
El chico se sentó en una piedra del camino, no muy lejos del cementerio, del cual aún se podía divisar los muros de piedra en la distancia. Tenía la mirada triste, clavada en la tierra, donde las hojas de hierba eran mecidas por la suave brisa. Alguien se acercó lentamente. Era una niña mawler, algo más pequeña que él que se sentó a su lado, en completo silencio.
Así paso un largo rato en el que lo único que se oyó fue el rumor del viento al mecer los campos de hierba, hasta que el chico abrió la boca, reseca, y dijo:
- Esmail, yo algún día seré...
***
Idmíliris se desilusionó al ver que su víctima había caído inconsciente, privándola del placer de sintiera el dolor. Era un chico guapo y aquella nobleza era difícil de encontrar en los tiempos que corrían y eso la ponía realmente enferma.
‘Los humanos son frágiles y patéticos’ Se relamió los labios disfrutando del momento, se puso en pie y lanzó un taconazo hacia el cuerpo yacente de Adriem. Pero no fue capaz de rematar el golpe; unas cadenas de luz de color azul brillaron y aprisionaron su cuerpo, y al instante un indescriptible dolor recorrió su cuerpo, haciéndole hincar las rodillas en el suelo con un angustioso alarido.
ldmíliris advirtió con horror que un conjuro la envolvía. Alguien estaba intentando purificar ese lugar y su cuerpo reaccionaba violentamente. Se volvió en dirección a las dos presencias que estaban a la entrada de la nave, probablemente responsables de su dolor. Agudizó la vista y pudo distinguir con claridad los hábitos blancos de dos miembros de la Santa Orden.
- ¡Alto! - dijo la mujer sobre la que aún flotaban algunos símbolos alrededor, evidenciando que había sido ella quien había lanzado el conjuro.
Esa mujer era muy fuerte. Podía sentirlo. No tanto como ella, pero si lo suficiente como para entretenerla el tiempo necesario para que vinieran sacerdotes más a ayudarla. Si se enzarzaba en combate tenía las de perder y ya había consumido mucho de su éter de forma despreocupada, jugando con el escurridizo guardia.
No tenía opción. Lanzó una mirada de odio a los dos que habían interrumpido su fiesta, gruñendo y enseñándoles los colmillos como si fuera un gato, con un movimiento brusco del cuerpo destruyó las runas que la aprisionaban.
El joven sacerdote intentó seguir a aquel ser que se alejaba escabulléndose entre las ruinas, amparado por la sombras, pero su maestra se lo prohibió. Melisse sabía que era más urgente y sensato ayudar a aquel guardia malherido. Un enfrentamiento directo con aquella criatura desconocida no era prudente, pues fuera lo que fuese, había sido capaz de salir con vida de un conjuro de purificación extremadamente potente. Y ya había visto su verdadera forma.
- Parece que está recuperando el conocimiento.
Adriem empezó a percibir que había alguien cerca de él. Poco a poco fue abriendo los ojos, y ante él vio a los dos sacerdotes de la Santa Orden. Uno debía de ser un iniciado, a juzgar por sus ropas blancas y verdes, un hombre de aproximadamente su misma edad. La otra, de mayor rango a juzgar por sus hábitos más elaborados, estaba ya de rodillas a su lado, con las manos sobre su frente trazando unas runas que se iluminaban y mitigaban la parálisis de su cuerpo. Era esta última la que había hablado.
- Renald, ven, ayúdame a levantarlo. No se preocupe, señor, sentirá algún mareo, pero ya está bien.
Efectivamente. Al levantarse, Adriem vio que todo le daba vueltas. Pero poco a poco, las náuseas y el mareo empezaron a remitir.
- Está un poco pálido, priora.
- Es normal. Su éter estaba envenenado y el conjuro que le he aplicado ha consumido parte de sus fuerzas. Nuestras runas siempre piden algo a cambio, no lo olvides.
- ¿Qué ha pasado? - dijo Adriem con voz apagada.
- Será mejor que nos lo diga usted. Acudimos aquí después de detectar una gran distorsión mágica. ¿Con qué se ha encontrado usted? Y más importante, ¿por qué intentaba matarle?
La lumbre de la cocina empezaba a flaquear desatendida por Dythjui que conversaba con Eliel de algunas trivialidades al calor de una infusión de tila y manzanilla para combatir el insomnio.
- No te preocupes, el viaje irá bien y de nuevo estarás en casa - dijo la casera tratando de calmarla.
- No lo se… no creo que sea el viaje, pero no consigo conciliar el sueño.
- Antes de que amanezca Adriem volverá de la guardia y te llevaremos hasta el puerto, así que iremos todos con las mismas ojeras - sonrió tomándose con humor una nueva noche en vela.
- Ya os he causado bastantes problemas a los dos. Siempre os estaré agradecida…
En esos instantes, sin poder terminar la frase, la puerta del local se abrió, provocando un buen sobresalto en las dos mujeres. Adriem, no sin esfuerzo, pues aún le fallaban la fuerzas, entró en la estancia apoyado en Melisse. El joven sacerdote se quedó en la puerta, vigilante.
- Alma nos guarde y nos proteja. Que nuestros lazos nos guíen a ella - dijo la sacerdotisa en un perfecto doalí, alzando los brazos y mirando a Eliel. Ésta se levantó inmediatamente de la silla e imitó el gesto.
- Que la sabiduría una a nuestras gentes en nuestro camino hacia Madre - respondió en tírico.
- Novicia de Coril, Eliel Van Desta, me alegro de encontraros sana y salva. Soy la priora Melisse Enerdel de la Catedral de las Luces.
- ¿Es con vos con quien me debía encontrar hace dos días? - Una amplia sonrisa de alivio se dibujó en la cara de Eliel.
- Tiene una bonita sonrisa, ¿no crees? - dijo en voz baja Dythjui a Adriem, al cual se había acercado para servirle de apoyo - . ¿Qué te ha pasado para que tengas este aspecto tan horrible? - advirtió algunas contusiones y su ropa estaba sucia de barro.
- Creo que encontré al interventor del tren de Eliel. - Se dejó caer en una silla y lanzó un suspiro de alivio.
El reloj de péndulo que había en el comedor daba las cinco de la mañana. El novicio acababa de volver con un paquete, que dio a su superiora, y se había sentado a tomar un chocolate caliente que Dythjui le había preparado para recuperarse del frío y la lluvia que caía en el exterior. Mientras, Melisse seguía hablando con una seria Eliel, que había recuperado todo su porte de noble kresaica.
El joven guardia tenía problemas para mantenerse despierto, cuando Dythjui se sentó a su lado y le despertó.
- Deberías ir a dormir a tu habitación aunque sea un ratito, ya no tienes que preocuparte por ella, los sacerdotes se harán cargo. Pena del billete del dirigible pero, a bien seguro es lo mejor - dijo guiñándole el ojo con complicidad – Te haré un resumen.
- No creo que sea lo correcto. Ya saben quién soy, por lo que hay que estar alerta - dijo mientras se frotaba el cuello. Aún sentía las garras de aquella mujer que le habían dejado arañazos en el cuello. El golpe en el pecho le dolía. Por suerte ninguna costilla se había roto.
- Pero por lo menos descansarías algo, no te encuentras bien - le susurró con una sonrisa - Si esa sacerdotisa se encargó de la maníaca esa, creo que estamos seguros por el momento, ¿no crees?
Adriem le dirigió una mirada desacuerdo. Sabía que poco podría hacer pero se negaba a dejar sola a la doalfar, pues probablemente se la llevarían en cualquier momento a algún refugio de la Santa Orden y no tendría tan siquiera ocasión de despedirse.
Melisse acercó el paquete a Eliel - Estos son los libros que debías recoger. Es increíble como algo tan sencillo ha podido complicarse tanto, pero tenemos que cumplir lo prometido.
El guardia miró aquel paquete de tele sujeto por una sencilla cuerda de bala. No parecían tan siquiera pesados o voluminosos, incluso se diría que insignificantes, pero su padre ya le enseñó que en las palabras podían esconderse verdades muy incómodas… pero dudaba que aquel fuera el origen de aquella situación. La arlequín no preguntaba por los libros.
Notó que de vez en cuando Eliel le lanzaba alguna mirada furtiva mientras la priora le indicaba los detalles de cómo pensaban garantizar su seguridad.
- Señor Karid - dijo la sacerdotisa -, confío en que estará de acuerdo
La priora se volvió hacia él. Había perdido por completo el hilo de la conversación y no acertó a responder, sorprendido por la pregunta. - Yo… yo… - tartamudeó nervioso. Eliel y Dythjui sonrieron, mientras él notaba que se sonrojaba.
- Que mantendremos su falta en el código de la guardia en secreto por los servicios que nos ha prestado refugiando a nuestra invitada. Créame que le estoy muy agradecida por la discreción con la que ha llevado este asunto. Probablemente pueda hacerle alguna carta de recomendación a parte. - le repitió con una sonrisa.
- Se agradece. - dijo recuperando la compostura.
- La señorita Van Desta quedará ahora bajo nuestra protección, por lo que debería de recoger sus cosas.
- Claro, lo comprendo - Tampoco podía objetar nada. De todas formas miró a Eliel para saber si estaba de acuerdo, pero no consiguió descifrar la mirada de la doalfar. - Pero la acompañaré a recoger sus cosas. - añadió. Era seguramente la última vez que podría estar con ella a solas.
- Si, por supuesto - dijo la priora - Por favor, señorita Van Desta, creo que deberíamos apresurarnos. Cuanta menos gente sepa de este asunto, mejor. - su gesto se volvió severo – Espero contar con total confidencialidad como hasta ahora. - dijo dirigiendo a la casera.
Eliel se levantó e hizo una leve reverencia a Melisse, agarrando los libros - Enseguida estaré con usted y podremos partir - dijo con un tono que a Adriem se el hizo extraño. Pero optó por no preguntar y se levantó también para acompañarla al piso de arriba.
Dythjui, testigo silente de aquella conversación, permaneció junto a la priora dedicándola una sonrisa de cortesía. - Siéntase en su casa, priora, siempre que quiera - escuchó Adriem antes de doblar la escalera camino de las habitaciones siguiendo a Eliel que permanecía en silencio.
El ambiente se había vuelto extrañamente tenso. Acababa de vivir una experiencia bastante traumática, pero esa sensación tan fría parecía tener otro origen, pero no conseguía discernir el por qué.
Asomados a la barandilla del Puente de Álsomon, un hombre encapuchado observaba los tejados del sector que descansaba a sus pies, teñidos en tonos anaranjados por el lento ocaso del otoño. En particular los de una pequeña posada que tomaba el nombre de aquel puente. Mientras observaba con paciencia, Renald se acercó caminando hasta apoyarse, también en la barandilla, a su lado.
- ¿Está todo listo? - dijo Zir-Idaraan
- Sí, está todo preparado para sacarla de allí.
- Bien, esa priora va a ser una verdadera molestia, pero sin su novicio partimos con algo más de ventaja. - se mesó la barbilla analizando cada rincón del edificio. - Si la esconden los sacerdotes si que no al encontraremos, sobretodo si consiguen averiguar qué es en realidad, por lo que tenemos que actuar ya.
- La posada está llena de runas de protección, pero no parece que las haya puesto la sacerdotisa, llevan ahí bastante tiempo. Tendrás que encargarte de ellas si quieres que mis niñas hagan algo.
- Me encargaré de ello. - miró a la arlequín que poco a poco iba recuperando su aspecto habitual - No quiero saber qué has hecho con el cuerpo, Idmíliris. Tus métodos...
- ¿... te repugnan? - terminó su frase – Pero son efectivos, no lo dudes. Ni siquiera se ha dado cuenta la sacerdotisa y he estado ante sus narices mientras le daba el paquete con los libros que le quité a su aprendiz de sus frías manos.
El doalfar echó a caminar por el puente, asegurándose de que su capucha le cubriera bien al cara.
- Vamos, tenemos que atar a una marioneta a sus hilos.
- Eso me ha dolido – dijo siguiéndole con su eterna sonrisa la arlequín.
***
//Año A-xZ aE.C.
Los frondosos bosques de abetos se mecían al son del viento que descendía de las altas cumbres de la nevada cordillera. Los campos aún conservaban neveros donde todavía no daba el sol. Una bonita mansión de tres pisos de paredes blancas y tejas de pizarra dominaba, con bellos jardines, el pequeño pueblo.
Observaba el lago que estaba dentro de sus propiedades. Un hombre, bastante más alto que ella, bien parecido y de mediana edad, estaba su lado.
- Es una pena que el lago se haya deshelado ya. Aún me apetecía patinar sobre él. - dijo la joven.
- No te preocupes, el año que viene todavía estará ahí.
- Ya, pero entonces yo no estaré. Me habré ido a... - el recuerdo se truncó y pese a que ella misma movió los labios, no salió sonido alguno.
- Yo me encargaré de que el lago siga estando aquí al año siguiente, y al siguiente... Tranquila, no se irá. Lo ataré bien - dijo con una amplia sonrisa.
- Qué tonto eres... -dijo en tono de falsa reprimenda.
- Aprovecha este tiempo para aprender, ya sabes que a la vuelta tendrás que...
- Lo que siempre he deseado hacer - lo interrumpió - Pero va a ser duro este tiempo alejada de ti.
- Para mí también. - hizo una pequeña pausa y miró hacia las montañas del norte - Ahora volvamos que empieza a refrescar, y no me gustaría que te constiparas. Vamos, ven conmigo - dijo alejándose.
- Sí, amor mío…
***
- ... ven conmigo.
Eliel despertó de aquel sueño abriendo poco a poco los ojos, intentando situarse y saber la procedencia de aquella voz. No recordaba en que momento se había dormido y por qué yacía en el suelo. Alguien estaba sobre ella sujetándole los hombros con ambas manos cada vez con más fuerza. Aquellos ojos en medio de la oscuridad le trajeron un recuerdo desagradable.
- ¡Tú...! - dijo con voz ronca. Pero aunque le reconoció, su cuerpo era diferente, el de una joven arlequín. Eran esos mismos ojos, no había duda.
- Tenía que suponer que contigo no iba a funcionar, no eres tan diferente a mí. Pero vas a despertar al resto, cariño. Ahora sé buena chica o acabaré con él.
Miró hacia un lado y vio como Adriem, que se yacía también en el suelo dormido en el sofá, estaba rodeado por dos criaturas de sombras.
- Si lo deseas no despertará nunca – sonrió mirando hacia el guarda.
- De... de acuerdo, vale… tú ganas… es a mí a quien quieres. Déjale en paz, por favor – suplicó con la voz entrecortada, más paralizada por el miedo que por la presa de aquella extravagante muchacha. Sus manos temblaban pero por suerte la secuestradora no se había percatado de que había metido la mano en el bolsillo en busca de algo que siempre llevaba encima.
La levantó agarrándola solamente de una muñeca sin mucha delicadeza – Chica lista.
No había terminado de ponerla en pie cuando se oyó un crujido y con la mano libre le lanzó a la cara los restos de argentano que se habían desprendido al romper parte de su tiza para dibujar runas, que se le metió en los ojos. Canalizó su éter a través de ella sin conjuro alguno, y el polvo que tocó la piel de Idmíliris comenzó a brillar en azul y se tapó la cara, de la cual salía humo, como si se estuviera abrasando. No esperaba que funcionase tan bien, pero al metérsele en los ojos el daño que le producía a juzgar por los alaridos, era terrible.
- ¡¡Te mataré!! - espetó mientras se tambaleaba por el dolor completamente ciega.
Las sombras miraron a su dueña advertidas por sus alaridos que a su vez despertaron a Adriem cuando la doalfar se acercó hasta el ignorando a las sombras.
- ¡Vamos, Adriem, despierta! Tenemos que salir de aquí – le decía mientras éste poco a poco recobraba el conocimiento, libre del hechizo.
- ¿… qué... qué ha pasado? - acertó a decir justo a tiempo para, aún adormecido, agarrar a Eliel por el hombro y apartarla del ataque de unas de las sombras, cuyas garras se hundieron en el suelo y trabaron el tiempo justo para levantarse y empujar a la doalfar para salir de la habitación mientras la otra sombra les perseguía.
- Me han encontrado – se dirigían hacia las escaleras apresuradamente pero el guarda la agarró por la muñeca y cambio su dirección hacia el piso superior justo en el instante que otra sombra les iba a interceptar por el pasillo.
- ¿Qué? Pero la salida...
- Por abajo me temo que tampoco – giró escaleras arriba hacia una de las puertas del último piso y abrió rápidamente la puerta de su habitación.
Ella estaba desconcertada. El guardia había cogido una caja que abrió sin miramientos y de la que sacó un sable a la vez que se asomaba por la ventana.
- ¡Estamos en el tercer piso!
- Si, es mejor que – miró hacia fuera y la ayudó a salir, justo en el momento en el que la puerta de la habitación se convertía en astillas un una sombra entraba por el hueco dejado. . - ¡Vamos! – le apremio y la sujeto por el brazo antes de que casi se resbalará al pisar las tejas mojadas por la fina lluvia. Tras la sombra que atravesaba la habitación con un brinco, Eliel, tratando de no caee, vio la figura entrecortada de la arlequín que destronaba lo que quedaba de puerta.
- Creo que puedo hacerles frente – dijo sujetando la tiza con las manos temblorosas. Ella sólo era capaz de invocar una criatura a la vez, pero podría ganar algo de tiempo.
- No, hay tiempo - la tomó por la muñeca y le hizo aproximarse a una de las esquinas del tejado que daba a parar a la acacia y al depósito de agua.
- ¿Estás loco? Yo no llego hasta allí – la escalerilla estaba a una distancia considerable, no iba a llegar. Pero no tuvo tiempo de pensar nada más, si más miramiento la empujó cuando una de las sombras en dos zancadas llegó hasta ellos.
– ¡Sí, sí que estás loco! - le grito agarrada a la barandilla mientras el corazón trataba de salir de su pecho. Aunque Adriem ya no la estaba escuchando, estaba resistiendo la acometida de la sombra mientras sus hermanas acudían a ayudarla. Se defendía a duras penas haciendo uso del sable hasta que falló en interponer el arma cuando una de sus enemigas le tomó el flanco. Pero aquellas criaturas no estaban jugando y el zarpazo le abrió una fea herida en el antebrazo izquierdo, cuando se cubrió en un acto reflejo desesperado.
Presta a ayudarle, Eliel, que bajaba por la escalerilla, trazó las runas sobre una de las vigas del depósito e invocó su pequeña criatura de frío que, a su orden se interpuso entre Adriem y las sombras. El dolor fue casi inmediato, al sucumbir la pequeña criatura a sus enemigas, pero mereció la pena el sufrimiento, puesto que le dio tiempo al guardia a saltar hacia la barandilla. Bajó por la escalerilla deslizándose hasta llegar a ella que casi había tocado el suelo.
- ¿Estás bien? - le dijo preocupada tratando de recuperar el aliento por el esfuerzo de invocar. Al ver como la manga rasgada de su chaqueta se iba manchando de sangre le tomó por el brazo pero el se zafó.
- No es grave. Tranquila, estoy bien. - dijo cubriéndose el brazo.
Las sombras e Idmiliris dieron un brinco desde lo alto del tejado hasta el suelo, rodeándoles. Un seco gesto hizo que aparecieran más sombras a su lado. Se volvió con una cara de morbosa satisfacción, cincelada por las sombras de la noche. Su cara abrasada, mostraba bajo la piel una singular forma, como si fueran las formas de una siniestra muñeca de madera pero que poco a poco se iba regenerando hasta parecer de nuevo humana mientras se sumergía de nuevo en las sombras
No tuvo tiempo de decir nada, pues en ese instante se abrió la puerta trasera de la posada en la que, aún tambaleante, estaba Melisse ayudándose del marco de la puerta para no caerse.
- ¡¿Qué?! ¡Tendrías que estar muerta! - dijo sorprendida la arlequín - Mis sombras....
- Son criaturas de oscuridad, - dijo aún con dificultad par hablar - Esto debería de bastar, demonio.
Esta vez fue Eliel fue quien agarró a Adriem para correr en dirección contraria mientras la sacerdotisa escribía una sencilla runa sobre el marco de la puerta.
Idmíliris apenas tuvo tiempo de cubrirse cuando un fogonazo de luz iluminó todo el patio dejándola cegada. Sus sombras se escondían donde podían asustadas. Para cuando la arlequín recobró la vista ambos solo tenía ante sí a la sacerdotisa que estaba completando una nueva estructura de runas aprovechando el tiempo ganado.
- No te lo voy a poner fácil, criatura - dijo Melisse sonriente aunque visiblemente agotada.
Eliel corría tras Adriem tan rápido como podía por las callejas cuando una explosión se oyó desde la dirección de la posada. ¿Por qué a ella? ¿Cuanta gente tenía que seguir sacrificándose? No entendía nada, sólo podía seguir corriendo siguiendo a ese común. Era lo único en aquel mundo que le daba seguridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario