22 de abril de 2014

Capítulo 5: Estamos bajo el mismo cielo

El sol de las primeras horas de la mañana se filtraba a través de los árboles, dibujando sombras sobre el suelo, como si de un mosaico se tratara. El sonido de las campanas anunciaba el final de la ceremonia. Del pequeño templo de piedra, construido antes de que los edificios lo rodearan, empezó a salir la gente. Se notaba que era un día de fiesta, ya que todos iban arreglados con ropas elegantes.

Adriem aguardaba sentado en la vieja escalinata que daba paso a los bonitos jardines donde se hallaba el templo. Era un remanso de paz entre el febril mundo de ahí fuera.

El joven permanecía con la mirada perdida en los árboles, oyendo el canto de los pájaros que allí anidaban, evocando estampas de su ciudad natal. Al oír las campanas se levantó y se sacudió los pantalones. Ya no llevaba el uniforme, ahora vestía unos pantalones de color verde grisáceo, con botas de cuero marrón y camiseta blanca. Recogió una cazadora de cuero negro que había dejado sobre el pedestal de la estatua de una bella mujer. La había cogido para protegerse del frescor de la mañana, pero ahora sólo le servía para colgársela del hombro.

Avanzó en sentido contrario al resto de la gente que descendía hacía el mundanal ruido, procedentes de orar a Alma. Se internó en el modesto templo de piedra y ladrillo de más de dos siglos de antigüedad. Dentro, sobre la superficie de la cúpula sobre la cruz de las naves del templo, aún sobrevivía algún fresco en la pared, pero la humedad los había ido consumiendo. Tratando de adivinar que representaba cada uno, dejó pasar el tiempo hasta que no quedó nadie y la puerta principal se cerró.

Al oír las bisagras y el encaje de las puertas se giró para ver al anciano y regordete párroco de avanzada edad, como denotaban las canas que poblaban lo poco que quedaba de su cabello en contraste con sus cejas densamente pobladas.

Le saludó con una breve reverencia – Padre Augusto, buenos días.

El hombre le sonrió y le dio unas palmadas en la espalda con confianza – Ven hijo, vamos a la sacristía, ahí podremos conversar con tranquilidad.

- Claro, como desee – sin nada que objetar le acompañó tras el altar y entraron en la habitación cerrando la puerta. El hombre se aseguró de que no se oía nada e invitó a Adriem a sentarse.

- Se me hace raro verte por aquí fuera de horas de servicio y dudo que hayas venido a confesarte. - se giró hacia un pequeño lavamanos – Tengo algo de té si quieres tomar algo.

- No se preocupe, estoy bien así, gracias – Ya había tomado uno en la mañana por lo que era mejor rechazarlo con amabilidad. Trató de acomodarse en la silla de madera y caña, pero era harto difícil.

El párroco abrió con una llave que llevaba bajo una manga, un pequeño armario del que sacó una tetera y un pequeño hornillo. - Si me disculpas yo si que me haré uno.

- Discúlpeme padre pero... se que le estoy interrumpiendo en su descanso, pero necesito hacerle unas preguntas. 

- Sin uniforme supongo que no es nada oficial - le comentó acertadamente mientras abría una pequeña caja con la infusión.

- Nadie como usted conoce los entresijos de este sector.

- Porque la gente confía en mí y sabe de mi juramento a Alma de silencio, así que si es una pregunta sobre alguien sabes de sobra que no voy a poder satisfacer tu curiosidad sea cual sea. Aunque sea extra oficial.

- Lo se, padre. Su reputación le precede antes incluso de su vacación tardía a la Santa Orden. Precisamente por eso le pregunto a usted, se que esta conversación no saldrá de estas paredes - dijo reclinándose sobre la silla - No quiero saber de alguien que goce de su confianza para sacar a una doalfar de la ciudad.

El sacerdote dejó de remover el te mientras se calentaba y le con extrañeza - ¿Una doalfar?

- Quiero sacarla de aquí. Está en apuros y la persiguen, es buena persona, por eso necesito a alguien que pueda sacarla de la ciudad y que sea de fiar. Pagaré lo necesario.

Se quedó pensativo volviendo a remover el te durante unos segundo cavilando. Adriem sabía que era disparar al aire y que revelar que él sabía el paradero de una doalfar tras el accidente del tren y todo el revuelo a su alrededor podría ponerles en peligro. Pero en sus años en Tiria, aquel hombre, había dado muestras de sobra como para ser de fiar.

- Hay un capitán de un pequeño dirigible mercante. No es trigo limpio, pero siempre cumple sus contratos y sabes esquivar bien las aduanas – dijo al fin el sacerdote.

- Un contrabandista, supongo.

- Supones bien.

Adriem tragó saliva y escuchó con atención los detalles sobre el dirigible, su lugar de amarre y a través de quién debía contactar. Mientras escuchaba, el sol de la mañana fue ocultándose tras las nubes y el claustro se tornó más frío y sombrío.

- Hay algo más, joven - añadió el párroco - Me has dicho que es una doalfar…




Andaba con paso decidido entre las callejas del sector sin tomar la ruta más directa a la posada mientras observaba por el rabillo del ojo cualquier movimiento extraño. Aunque los libros no parecían el objetivo de los asaltantes no se fiaba de que pudiera seguirle alguna de las sombras y ahora ni siquiera iba armado, salvo por un pequeño cuchillo en el bolsillo. 

Por el camino cruzó un puente bastante largo que unía dos orillas de un canal. Desde allí, gran parte de la ciudad se podía contemplar: casas apelotonadas, fábricas, bloques de ladrillo y acero que sujetaban los superpoblados sectores, y las altas torres que coronaban la urbe. Una densa niebla emborronaba algunas zonas donde el sol aún no llegaba. Los puentes y los túneles se entrecruzaban y un silbido anunció que un tren iba a pasar por debajo.

Se cubrió con un pañuelo la boca cuando la bocanada de humo invadió el puente, depositando más hollín sobre él. Se sacudió un poco, al igual que las personas que estaban junto a él, y contempló cómo se alejaba el tren por la vía, camino del siguiente sector.

Ya acostumbrado al caos de esa ciudad, se dejó embriagar por la complejidad y rara majestuosidad que emanaba aquel paisaje. La marca inequívoca del progreso que había engullido por completo las colinas y los lagos de aquella estribación del gran Tir.

De entre los casi cuatro millones de personas que vivían allí ¿por qué se encontró con ella? Azar, casualidad, la voluntad de Alma... no era muy creyente, así que el destino poco importaba para él. Pero durante unos días su vida se había truncado y, en contra de lo que siempre deseó, sintió miedo al cambio.

Pero ese cambio pronto desaparecería, ella volvería a su hogar y él volvería a sus problemas. Pensando sobre ello, el miedo se convirtió en tristeza. - Es una pena, pero las circunstancias no lo podían demorar más – se dijo mientras reemprendía la marcha – Aquella ciudad, aquella vida no se parecía en nada al sueño que había tenido de pequeño.



Según abrió la puerta trasera de la cocina, cuando ya había pasado más de la mitad de la tarde, antes tan siquiera de saludar, vio a Eliel que bajaba las escaleras de servicio. Sabía que la doalfar había estado ayudando a hacer las camas, dijo que quería aprender, aunque no debía haber servido de mucho, a juzgar por la cara de Dythjui.

Estaba casi irreconocible. Llevaba el pelo recogido en una coleta que sobresalía bajo una tela, que, a modo de capucha, tapaba parte de su cabeza y las orejas. le hacían parecer una humana realmente hermosa y delicada. Por desgracia estaba demasiado preocupado como para embelesarse.

- ¡Adriem! Buenos días. - dijo efusivamente pero se detuvo en seco cuando éste la apoyó la mano en el hombro y se le acercó.

- Algo va mal - le dijo al oído.

Eliel le miró sorprendida mientras, tal y como suponía Adriem, Dythjui que le conocía mejor ya se había sentado a la mesa sin decir nada, probablemente intuyendo las malas noticias. La sincera y bella sonrisa de Eliel se había borrado de su rostro y eso, le dolió mucho más de lo que esperaba.

- Mañana deberás de partir. Yo te acompañaré en todo momento hasta el puerto en el que hay un dirigible que te sacará de la ciudad. Nadie hará preguntas.

- Dirigible...

- Si, a día de hoy aquí sólo se usan como mercantes. Son más baratos de mantener que las aeronaves del tipo “aesir”... que no necesitan globos, usan generadores de éter para flotar y... - se dio cuenta que se había puesto nervioso y se había desviado del tema.

- Si, he oído hablar de ellos. No me refiero a eso, sino que me sorprende que sea así de repentino. No me malinterpretes, tengo ganas de volver a Kresaar, pero pensaba que aun tardaría unos días más - se excusó claramente la doalfar.

- Te han puesto precio.

En la cocina se hizo el silencio. Dythjui seguía en silencia mientras Adriem se masajeaba las sienes. Eliel lo observaba sentada frente a él.

- ¿Crees que pueden sospechar que estoy aquí? Me sorprendería que los clanes mercenarios de Tiria ya estén sobre la pista de mi invitada - dijo por fin la casera.

- No lo sé con certeza, pero nunca hay que menospreciarlos. Si algo no es capaz de encontrar la Guardia Urbana, estos tipos lo localizan. - se giró hacia Eliel - Tu billete ya está comprado, así que Dythjui me tendrás que retrasar un poco el pago de este mes, si es posible. - dijo rascándose la cabeza.

- Por eso no te preocupes.

- ¿Son muy peligrosos esos clanes? - preguntó la doalfar. 

Él la miró y respondió con gravedad - En el imperio es habitual contratar a mercenarios para llevar a cabo trabajos poco decorosos que el ejército imperial o la guardia no están dispuestos a hacer. Normalmente se dedican a cazar recompensas, pese a que también suelen aceptar algunos trabajos no tan limpios. No son del todo legales, pero el gobierno los tolera, ya que todas sus transacciones se hacen en los llamados «hogares» y de ellos se cobra un impuesto. Es toda una institución, y son muy competitivos entre ellos.

- Vale, vale. ¿Y eso qué tiene que ver?

- Alguien está dispuesto a pagar veinte mil escudos por ti. Viva. Lo que te convierte en una presa de clase B. Todo un trofeo para el clan que consiga hacerse contigo. No sólo les proporcionaría dinero, sino también prestigio entre sus colegas. A menos que hagamos algo pronto, conseguirán dar contigo y tendremos a la mitad de los clanes de Tiria encima.

- Pero aquí escondida no me han encontrado hasta ahora, tranquilo. Mañana de madrugada me iré y no tendrán tiempo de encontrarme.

- Ya te he dicho que no hay que confiarse. Pueden ponernos en serios apuros. Conozco a algunos y suelen tener hechiceros entre sus filas. Algo con lo que no puedo lidiar.

- ¡¿Hechiceros?! Por favor. Los comunes no sois más que niños jugando con fuego en lo que a magia se refiere. Aún tenéis mucho que aprender pero, claro, tenéis vuestras máquinas y fábricas, así que no lo conseguiréis nunca.

- Esas orgullosas soflamas de la superioridad de Kresaar no evitarán que te encuentren - dijo Adriem con acritud. 

- ¿Tú qué sabrás de Kresaar? No tienes ni idea. Siempre metido en esta ruidosa ciudad donde ni siquiera se ve un árbol. No entiendes nada.

Dythjui notó que apretaba los nudillos y que su mandíbula se tensaba. Sabía que, sin querer, Eliel había dado en un punto muy sensible. - Eliel, yo creo que... 

- Déjala que siga hablando. ¿De qué crees que no tengo ni idea, hija de Kresaar? 

Eliel miró con recelo a Adriem. Ese común la estaba desafiando. 

- De mí. De mi tierra, de mis costumbres. Sólo sabes criticarnos. Me mandas callar como si mis ideas no tuvieran ningún valor. Tú no sabes nada porque sólo conoces esto. Eres un común, hijo de comunes, y tanto tú como cualquier humano que supiese runas, como esos mercenarios, no serían más que siervos. Aprende cuál es tu sitio. Estúpido común. 

Eliel calló de repente. Todo aquello que le habían enseñado en la escuela, lo que había aprendido con sus amigas, con sus vecinos, había salido. Se dio cuenta de que ésas no eran sus palabras, sino las que le había aprendido de memoria, y ahora que se paraba a pensarlas estaban vacías de significado. No eran comunes, ni siquiera humanos, eran Dythjui y Adriem, y acababa de insultarlos. Pero era tarde. Adriem dio un fuerte golpe en la mesa con el puño. 

- Gracias por darnos tu opinión, noble doalfar. ¿Qué tal si te marchas a tu maravillosa habitación y nos dejas a los comunes en la cocina trabajando para ti?

Eliel estaba cabizbaja, no se atrevía a mirarlo.

- Yo..., yo no creo que… chichos – Dythjui sólo acertaba a tartamudear. - Vamos, vamos. La presión nos está afectando - dijo la casera para quitar hierro a la situación.

Adriem se levantó de la mesa. - Creo que he sido claro. Márchate.

La doalfar no pudo aguantar la mirada de él y subió corriendo la escalera entre sollozos. ¿Qué había hecho? Había conseguido demostrarle a Adriem que era una remilgada doalfar a la que le daban asco los comunes. Pero no era cierto, no era cierto. No sabía por qué, pero le dolía que él pensara de esa forma. Le dolía y las lágrimas brotaban sin parar de sus ojos.

- ¡Maldita criaja! - dijo volviéndose a sentar en la silla.

- Debes comprenderla. Está bajo mucha presión, y en esos momentos siempre herimos a las personas que tenemos más cerca.

- Eso no es excusa, Dythjui.

- Sí que lo es. - dijo encarándose a su inquilino - ¿Acaso nunca has dañado a alguien a quien apreciabas porque estabas enfadado, asustado o deprimido? ¡Yo lo he hecho cientos... miles de veces! Dudo que tú seas una excepción.

Se quedó mirándola. La jovial cara de Dythjui ahora era seria, casi severa. Sentía que aquellos ojos grises eran capaces de atravesarlo, aquellas palabras estaban cargadas de una razón y una madurez algo inusuales en su casera.

Le sostenía la mirada, mientras él no sabía que decir en su defensa. Él mismo había hecho daño a una mujer que quería. La había abandonado porque no estaba contento consigo mismo y en vez de ponerle remedio, huyó cargando la culpa sobre ella porque no quiso acompañarlo en su huida.

Al final se levantó dirigiéndose hacia la puerta que daba a la escalera de la zona privada.

- Tienes razón. No sé cómo, pero siempre tienes razón.

- Es que tengo muchos años de experiencia.

- Lo dudo, eres más joven que yo.

Dythjui le sonrió, volviendo a su expresión jovial. - Eso nunca me lo has preguntado.



Adriem se detuvo ante la puerta de la habitación de Eliel. Abajo se oía aún algo del bullicio del comedor. Se tomó unos instantes, y con los nudillos dio unos suaves golpes. Pasaron los segundos y nadie respondió.

Se acercó con cautela. Tras la puerta distinguió el sonido de lo que parecían sollozos. Apartó la cara, tomó aire y, decidido, abrió la puerta sin más preámbulos.

La habitación estaba casi a oscuras, pues las cortinas tapaban las ventanas. La doalfar se sentó rápidamente en la cama, de espaldas a la puerta, asustada por la irrupción de aquel humano.

- No te he dado permiso para entrar - dijo frotándose los ojos.

Adriem no sabía qué hacer. Nunca se le había dado bien tratar con las personas, y mucho menos cuando lloraban.

- Ni elea kotto tain eima (Sólo te pido que me escuches un momento) -dijo al final.

- Einomase so ikai (No quiero oírte, vete) - Y la doalfar se estremeció al darse cuenta de que aquel humano le había hablado en doalí. Se giró de golpe para confirmar que era aquel guardia de Tiria el que había pronunciado aquellas palabras en su idioma.

Adriem prosiguió en tírico. Llevaba demasiado tiempo sin practicar y le costaba mucho encontrar las palabras.

- ¿Tanto te sorprende?

- ¿Cómo es que alguien como tú...? 

- ¿Te refieres a cómo un vulgar guardia de ciudad sabe tu idioma? Es sencillo, mi madre era kresaica. - Adriem se llegó hasta las ventanas y miró a través de ellas - Ella me enseñó cuando era pequeño. 

- Por eso no eres ciudadano imperial - le miró con los ojos abiertos por la sorpresa pero aun empañados en lágrimas.

Él se limitó a sonreír comprendiendo por qué lo sabía la novicia doalfar - Dythjui… - suspiró el nombre de la acusada.

- ¿Cómo es que acabó en el imperio? - dijo la doalfar, interesada. 

El guardia se apoyó contra el marco de la ventana y finalmente se volvió hacia Eliel. 
"Bajo el mismo cielo" - 2007 - grises de Delfina Palma

- Era sirvienta de una familia doalfar, como debe de ser la tuya. No vivía mal. Sus padres, así como sus abuelos, trabajaron para aquellos nobles ganándose honradamente el pan. Pero un día, un estudiante que venía de Krimeis, una provincia del norte del imperio, que buscaba aprender cosas sobre las casas nobiliares doalfar, se enamoró de ella. - tragó saliva y prosiguió con el relato - Mantuvieron su relación en secreto tanto tiempo como pudieron, pero al final se descubrió y, pese a que aquel estudiante humano era respetado por los doalfar, su relación supuso un escándalo para la familia para la que trabajaba mi madre. Entendían que los comunes se relacionaran entre ellos, por supuesto, pero aquel hombre era un imperial y, por lo tanto, se sintieron traicionados. Al final, mi madre tuvo que huir con mi padre a Krimeis.

- Y allí naciste tú, ¿verdad?

No pudo evitar sonreír. - Yo fui la causa de que no pudieran ocultar durante más tiempo su relación.

Tras un pequeño silencio en el que ella no supo qué decir, Adriem se fue hacia las cortinas y abrió una de golpe, dejando que los rayos de sol penetraran en la habitación. La doalfar se sintió cegada por aquella repentina luminosidad a la que sus ojos se habían desacostumbrado.

- Será mejor que dejes que entre la luz. De lo contrario, nunca se te secarán las lágrimas. En unas horas deberás partir y has de descansar cuanto puedas. Si vas con esa cara pensarán que te he tratado mal.

Ella sonrió y agachó la cabeza entre sus rodillas, acurrucándose en la cama – No, Adriem, no me has tratado mal. - sus ojos claros posaron su mirada sobre él - ¿Puedo pedirte un favor?

- Claro. El que quieras.

- No tengo sueño. Quédate conmigo un rato más.

Sonrió y asintió. - Sólo una hora más, esta noche tengo guardia.

- Gracias.

Esa sonrisa, pensó. Sólo por verla sonreír merecía la pena todo aquello. La iba a echar de menos.



De por sí las patrullas solían ser aburridas por aquella vieja zona del canal. A esas horas de la inminente madrugada hasta los rateros se habían ido a dormir. Para colmo su compañero había tenido que irse lo que, aunque no era reglamentario pues siempre debían ir por parejas, tampoco era la primera vez que se cubrían el uno al otro en alguna urgencia.

Bostezó abiertamente y miró el reloj de cadena que portaba en el bolsillo del pantalón. Su compañero se retrasaba y había tenido que empezar solo. Se pasó la mano por el pelo corto y rubio, y se dio unos golpecitos en su cara de facciones bien marcadas, como todos los hombres provenientes del noroeste. - ¡Maldito Adriem, deja de escaquearte! - espetó sabiendo que salvo las aguas del canal nadie le iba a oír. Pero vio que se equivocaba, pues unos metros más adelante, una figura olisqueaba el aire como si tratara de percibir algún aroma.

- Eh, chiquilla, ¿te has perdido? - su aspecto era realmente peculiar. Tal vez se tratara de alguna excéntrica o, quién sabe, puede que se vistiera así "para satisfacer algún fetiche de alguien" - Es tarde, no es seguro que andes sola por las calles - Aquella jovencita vestida de bufón se le quedó mirando con unos ojos intensos, enfatizados por el maquillaje. No sabía qué pensar, era muy extraña, y al acercarse notó una desagradable sensación que empezó a recorrerle el cuerpo y no pudo evitar relentizar su paso y acercarse con cautela.

- He perdido a alguien, pero seguro que tú me puedes ayudar - abrió los ojos exageradamente con la expresión propia de una psicópata ante lo que Makien detuvo sus pasos, intimidado por aquella chiquilla que no le llegaría ni al hombro. 

- Bueno... ése es mi trabajo. - Notó como su voz se entrecortaba atenazada por una tensión que le recorría el cuerpo. Su mano se posó sobre la porra dispuesto a desenfundarla. 

La chiquilla vestida de arlequín se acercó a él dando pequeñas zancadas de puntillas. Quiso reaccionar poniéndose a la defensiva, pero notó como su cuerpo se había paralizado por completo y no pudo hacer nada cuando ella posó sus manos sobre sus sienes y le miró directamente a los ojos mientras la presión iba aumentando hasta el punto de que parecía que iba a taladrarle la cabeza.

- ¿Dónde está? Todo este lugar huele a ella - se relamía ante el dolor - Dímelo. Tú sabes dónde está esa muñeca inútil. Si hace falta te lo sacaré de la cabeza a la fuerza.

Su vista se iba nublando por el dolor. "¿De quién hablaba? Puede que fuera la chica que encontró Adriem…" Escuchó una risa de satisfacción de la bufona justo en ese mismo instante para después sentir un fuerte crujido que lo sumió en la oscuridad.

Idmíliris. por Aitor I. Eraña

Adriem había llegado al barrio del canal bajo donde debía comenzar la guardia, pero no había dado con Makien. Se había quedado más de la cuenta con Eliel y tenía que encontrar a su compañero pero llevaba una hora dando vueltas por las calles de la zona oeste y no había ni rastro.

- Te estaba buscando. - la voz tras de sí, donde hacía un momento no había nadie, le hizo pegar un salto, asustado y con la mano sobre la porra. Se giró presto y encontró a su compañero.

- Makien, al fin te encuentro. ¿Dónde te habías metido? Te he buscado por todo el sector - dijo recuperando la compostura - ya está todo arreglado, la chica está bien, muchas gracias por cubrirme, te debo otra.

- De eso mismo te quería hablar. Han denunciado la desaparición de la doalfar, así que sería mejor ir a por ella y llevarla a comisaría.

Adriem se quedó perplejo de que se supiera de ella tan pronto. - Comprendo. Vaya, ha de ser importante la chica si ya han denunciado su desaparición. ¿Crees que se habrá escapado de casa? - se rió mientras caminaba. Menuda carrera se habría tenido que dar para llegar hasta allí.

- Vamos a donde la hayas dejado y la dejamos a la vez que fichamos. - la tez de su compañero estaba inusualmente pálida.

- Sí, claro. ¿Tan dura ha sido la patrulla sin mí? Tienes mala cara.

- Estoy mejor que nunca - asintió con una sonrisa que no acabó de parecer natural.

Adriem se dirigió con paso decidido a través de las callejuelas de aquel sector casi abandonado. Hacía algún tiempo, el sector seis fue muy próspero y daba trabajo a cientos de familias, pero la apertura de los nuevos sectores industriales más allá de las antiguas murallas, el once y el catorce, habían sumido la zona en el declive, palpable por la cantidad de edificios en ruinas y vagabundos. 

Bajaban por un callejón solitario, cuando Adriem formuló una pregunta que hacía rato le rondaba la cabeza:

- Tengo una duda, Makien. ¿Quién te ha dicho que era una doalfar? Ni siquiera la viste y yo no te mencioné su raza cuando te pedí el favor.

- Eh ... ¿No? ¿Estás seguro? - dijo deteniendo sus pasos, extrañado. - Vaya...

- Bastante seguro de ello. ¿Estás seguro que es la misma chica? 

No se había dado cuenta, pero le había dado la espalda a su compañero cuando el zumbido de una porra hizo que Adriem diera un instintivo paso al frente, lo que le permitió esquivar la porra de su compañero por escasos centímetros. Se giró asustado echando mano de su propia arma.

- Es una lástima, Adriem, te convendría ser más confiado. - sonrió Makien lanzando un segundo golpe.

Adriem encajó la guarda de la porra sobre la de su compañero y la hizo resbalar, apartando el arma hacia un lado para abrir la guardia y dar un par de largos pasos hacia atrás con seguridad.

- ¡¿A qué viene esto, Makien?! ¡¿Qué te crees que estás haciendo?! - la adrenalina recorría su cuerpo y notaba como le temblaba el pulso.

- ¡Dime dónde está la doalfar y puede que salves tu miserable vida!

- No... no te lo voy a decir. - Entornó la mirada y se fijó en los gestos del que creía su compañero. Algo no le cuadraba. La forma de moverse, su mirada, algo no estaba bien.

- ¿Quién eres? Te pareces mucho a Makien, pero no eres él.

Su cara se deformó en una desquiciada sonrisa - Vaya, eres un buen observador -dijo acercándose poco a poco, mientras Adriem daba pequeños pasos hacia atrás manteniendo la distancia sin bajar la guardia, apuntando con su arma a la garganta de su adversario.

En ese momento la figura de Makien empezó a deformarse como si de un espejismo se tratara, adquiriendo la forma de una arlequín que le miró fijamente con sus intensos ojos azules.

- ¿Qué...  qué demonios?

- No andas descaminado, humano - dijo con una amplia sonrisa - Idmíliris es mi nombre, no necesitas saber nada más, salvo que has de correr.

- ¡¿Qué has hecho con Makien?! - Algo no iba bien. Sentía el peligro pero también cómo sus músculos se tensaban involuntariamente presos por algo más. Su cuerpo empezaba a percibir un peligro que su mente se negaba a creer. 

De todo lugar donde hubiese proyectada una sombra comenzaron a surgir unas runas azules que fueron dándoles forma hasta convertirlas en una criaturas encorvadas de aspecto reptiliano y amenazante que emergían del suelo hasta alcanzar el metro y medio. Su cuerpo surcado por sinuosas líneas azules eran la única referencia de su forma, además de unas garras y dientes serrados, terriblemente afilados, en unas fauces que siseaban. 

Vio sin poder moverse como se acercaban lentamente. Hasta entonces nunca había visto una invocadora, sólo había escuchado historias de shaman de las tierras del este, mas nunca había imaginado que fueran algo así. Los humanos hacía tiempo que habían abandonado aquellos rituales en pos de la ciencia pero, en aquel momento, la única ciencia que tenía a su disposición Adriem era una simple porra de madera lacada y un sable de guardia. 


- Creo que no me has oído bien… ¡Corre! - Las sombras se movían nerviosas, esperando las órdenes de su ama que se relamía excitada por el miedo de su presa - Muy bien, mis niñas. ¡Vamos a jugar!

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