27 de junio de 2012

X - Los reflejos del corazón


El carro de dos ejes y con cubierta de madera avanzaba tirado por dos caballos sobre el gran puente que salvaba el río. No muy lejos, se veía una peña sobre la que se perfilaba un enorme torreón, y a sus pies un pueblo.
- Torre Odón - anunció la comerciante. Iba sentada sujetando las riendas, vestida con un traje blanco y gris de mangas anchas y falda larga. Se había recogido el pelo en una coleta alta y el flequillo con un par de horquillas.
A su lado, Meikoss observaba el paisaje. Las enormes praderas se mecían al viento. Los árboles, ya casi desprovistos de hojas, se alineaban a lo largo del caudaloso río. La peña de Torre Odón rompía el horizonte y muy a lo lejos, a varias jornadas de camino, prácticamente oculta por las nubes, se divisaba la cordillera Krimeica, componiendo una hermosa estampa invernal.
- ¿Pararemos allí? -preguntó Meikoss.
- Sí. Es un cruce de caminos. Hay bastantes fondas y posadas. Debemos descansar allí. Una vez empecemos a subir las montañas no habrá muchos refugios.
Meikoss abrió la cortina que tenía a su espalda y que daba al habitáculo del carro.
- Vamos a parar en un pueblo. Llegaremos en una hora. ¿Cómo está nuestro paciente?
- Le ha subido la fiebre y parece que tiene pesadillas - dijo Eliel. Estaba de rodillas al lado de la improvisada cama que habían podido preparar en el angosto carruaje.
Adriem, apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor, se removía, empapado en sudor. Eliel escurrió una toalla en un caldero que tenía al lado y se la colocó en la frente a Adriem-. Temo que no pueda aguantar hasta Nara.
- Deberá hacerlo.
- No lo entiendo, ¿por qué cada vez está peor?
- Por desgracia el único que podría respondernos ahora es él.

25 de junio de 2012

Eidem, mapa en proceso


Esta última semana y la presente está siendo bastante intensa. Estoy mudando el estudio (ya pondré fotos cuando esté montado) y entre el ir y venir de cajas y muebles, he tenido algo de tiempo para ir avanzando en el mapa de Eidem.

Hacía mucho que le debía al continente un mapa a la altura, no sólo de la revisión de las novelas, sino también del juego de rol.

Aun no es una versión terminada, queda mucho trabajo por hacer, pero ya se comienza a vislumbrar la morfología de las tierras de este continente donde se desarrolla la saga de Eraide en sus tres primeros libros.

13 de junio de 2012

IX - La furia de la derrota


La débil luz del crepúsculo entraba, con tonos grises y anaranjados, a través de las ventanas de la sala. En el centro, observando cómo el sol se iba ocultando entre las nubes y el mar, un hombre de cabello cano y corto degustaba un buen vino. Se atusaba su cuidada barba mientras sus cansados ojos azules no dejaban de mirar el ocaso del astro rey desde su sillón. Esperaba sin esperar nada. Sencillamente se deleitaba con la puesta y con el sonido del péndulo del enorme reloj, que, en su elaborada caja de madera de marquetería, marcaba impasible las horas.
La jornada había sido dura, y ese remanso de paz era el bálsamo que curaba las heridas del día. Tal vez debiera seguir leyendo aquel libro. Llevaba ya cinco años leyéndolo. Acarició la cubierta del tomo, que estaba en la mesita, donde también se hallaba la botella de vino. «La cazadora de sueños. Hechos y fundamentos de Neferdgita» Pasó los dedos por el título y suspiró. Los libros de historia le gustaban, pero aquél se le resistía.
Un escalofrío le recorrió la espalda. El reloj se detuvo. ¿Tocaba darle cuerda ya? Lo había hecho el día anterior, puede que se hubiera estropeado o... tal vez fuera un signo de mal agüero. Interrumpiendo sus cavilaciones, alguien llamó a la puerta.
- ¿Quién es? Le dije a Reinald que no me molestaran - dijo con desgana..
- Soy yo, padre.
Su desgana desapareció al oír esa voz. Si algo podía privarlo de su rato a solas, era una visita de su hijo.
- Adelante, pasa. - Y se ajustó el sobrio batín de invierno para levantarse.
Se abrió la puerta y Meikoss entró. Pero detrás de él, medio en sombras, había una mujer que se había quedado esperando en el umbral.
- Buenas tardes, Meikoss, me alegra ver que vienes a hacerle una visita a tu viejo padre.
- Buenas tardes, padre. Siempre tengo un rato para que me cuentes cómo te ha ido el día. Aunque lamento que esta vez sea una visita interesada.
- Por lo que veo, vienes acompañado. Dile a tu amiga que pase - dijo guiñándole un ojo a su hijo.
- No es lo que piensas, padre. Sólo es una conocida.
Eliel entró por la puerta.
- Con permiso.
- Es Ariadne Eliel Van Desta, hija del marqués de las tierras de Hannadiel. Éste es mi padre, lord Jeffel Sherald, consejero del canciller Hendmund - Y Meikoss lanzó una mirada de duda a Jeffel.
El consejero del canciller se quedó durante un momento pensativo. La Marca de Hannadiel… había leído algo sobre esas tierras pero no recordaba muy bien el qué. Se dio cuenta del silencio con el que se quedó observando a la doalfar, que se estaba tornando incómodo, y reaccionó para solventar la situación apartando aquellos pensamientos.
- Sed bienvenida, señorita Van Desta. Espero disculpe mi vestuario, pero no esperaba visita.
- No tiene que disculparse, Lord Sherald. Soy yo quien lamenta tener que visitarle a horas tan intempestivas.
- Bien, pues - dijo ofreciéndoles asiento -, cuénteme qué quiere de mí.

6 de junio de 2012

VIII - El sueño de un caballero


El dirigible surcaba los cielos acompañado del ronroneo de los motores. Abajo, entre las nubes, se divisaba el mar de Loto como una especie de cielo invertido. Desde uno de los ojos de buey, Eliel admiraba aquel extraño paisaje. Adriem descansaba en uno de los dos camastros del camarote.
El viaje había sido tranquilo, y pese a que nos les dejaban salir de allí, la comida y el trato por parte de la tripulación habían sido bastante buenos.
- No sé por qué nos tienen encerrados aquí - preguntó a Adriem, mientras miraba el firmamento - Me gustaría ver el paisaje desde un lugar mejor.
- Supongo que el capitán no quiere que una bonita doalfar se pasee por una nave llena de rudos marineros que pasan semanas sin ver una mujer - respondió Adriem sin molestarse en abrir los ojos.
- Gracias, Adriem.
Él se incorporó al oír aquel extraño e inesperado agradecimiento.
- ¿Gracias? ¿A qué viene eso?
 Eliel se dio la vuelta.
- Por lo de bonita - dijo con la cara sonriente. Adriem se ruborizó un poco.
- Yo no he dicho eso.
- Sí lo has dicho. Has dicho «bonita doalfar» y creo que no hay otra por aquí - dijo mientras se acercaba al camastro. Se sentó a su lado y lo miró con expresión divertida - No pareces el tipo de persona que suele decir piropos a la ligera, así que me siento muy halagada.
Adriem desvió la mirada y se puso en pie, incómodo ante los comentarios de la doalfar.
- ¿Y tú qué sabrás? - dijo casi para sí mismo.
- Lo siento, señor guardia - contestó Eliel sonriendo.
Ella se quedó mirándolo. Le divertía la timidez de aquel humano y en el fondo le reconcomía un poco la conciencia, pero estar allí tantas horas con alguien que casi no hablaba se hacía muy aburrido. Sin duda era atrac- tivo, pero lo ignoraba todo en lo tocante a la etiqueta y las relaciones sociales... Su tutora del templo ya lo habría suspendido varias veces.
- Ven, deberías ver esto - dijo el humano mirando hacia fuera.
Eliel se levantó y se acercó a él. A través del ojo de buey se veía que, entre las nubes, el mar se acababa en un cabo, sobre el que se extendía una ciudad. Sobre una isla había un gran castillo de piedra. Por las calles adoquinadas de la ciudad, las personas y los carros parecían diminutos. Un tren salía de una estación, arrastrando los vagones.
A lo lejos, en el horizonte, hacia el Norte, una cordillera enmarcaba las llanuras y praderas, donde se podían distinguir pequeños pueblos.
- Eso parece Dulack - afirmó Adriem, pues, pese a que nunca había estado allí, le habían hablado muchas veces de aquella ciudad que tenía un castillo sobre el mar, famosa por su puerto franco, donde los marineros y los dirigibles no tenían que pagar impuestos por las mercancías.
- El templo donde estudio está tras aquellas montañas, y más allá, mi hogar - dijo, claramente excitada ante la cercanía de aquellos lugares tan familiares.
- Sólo espero que no nos pongan muchos problemas en la aduana para entrar en la ciudad. Si fuéramos mercancía sería más fácil.
- No te entiendo.
 - Nada.Tú reza a Alma para que nos facilite el papeleo.
La verdad es que la doalfar nunca supo si lo decía en serio o si se estaba mofando.
Un pequeño golpe, debido a alguna turbulencia, sacudió el paquete con los libros, que estaban en un estante. Eliel, asustada por si alguno se había dañado, corrió a recogerlos.
- El paquete se ha roto - dijo algo contrariada - Habrá que arreglarlo cuando estemos en tierra.
- Todos los libros son muy gordos - comentó Adriem observando el formidable grosor de los tres tomos - Bueno, excepto ese rojo. Es muy pequeño, parece que se va a ca...
Casi se cayó por el hueco roto del paquete, pero Eliel lo cogió antes de que llegara al suelo. Adriem se acercó y la ayudó, pero no pudo evitar la curiosidad de leer el título del que asomaba, pese a que Eliel trataba de ocultarlo con el cuerpo.
- Diario de lady Eraide. Vaya, parece bastante antiguo.
- ¡Esto es secreto, no deberías verlo!
- Vale, vale - dijo sonriendo- . Tampoco me interesa.
Eliel remendó como pudo el paquete y lo volvió a anudar.
- Ni yo sé de qué tratan estos libros. Me prohibieron que los viera nadie. Ni siquiera yo.
- Demasiado secreto para un simple diario, ¿no?
- Tal vez.
 El guardia se levantó y se asomó al ojo de buey.
- No tardaremos en aterrizar.