Una
campana tañía, invadiendo con su timbre cada recoveco de aquel
lugar mientras el cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados. A
través de enormes ventanales, la luz, que se filtraba entre los
árboles, dotaba a aquel pasillo de cierto aire de irrealidad,
sombrío y gélido en contraste con el bello parque que se intuía en
el exterior.
Avanzaba
con paso torpe, tratando de seguir el ritmo del adulto que la llevaba
de la mano. La campana dejó de sonar cuando traspasaron la puerta
que había al final de aquel pasillo, y su chirrido, que hizo eco en
el silencio que imperaba en aquel lugar, provocó que un escalofrío
recorriera cada rincón de su ser. Estaba muy asustada y tiró de la
mano hacia atrás, pero solo consiguió que la que la sujetaba lo
hiciera con más fuerza, obligándola a entrar.
Ante
ella, un aula en la que había dos personas más esperándolos, cuyas
sombras se proyectaban contra las paredes, con formas que le
recordaban a monstruos. Un hombre elegantemente vestido, con traje y
sombrero de ala, que miraba a través de una de las ventanas dándole
la espalda. Apoyado en la mesa del profesor se encontraba otro, con
unas gafas redondas que cubrían su mirada y una sonrisa siniestra
que se dibujó deformando su cara, y que le hizo inconscientemente
apretar la mano de quien la trajo.
El
hombre del sombrero se giró y saludó, pero era incapaz de ver su
rostro, oculto por las sombras que arrojaba el contraluz de la
ventana.
—Hola
—dijo con una voz muy suave—. No tengas miedo, pequeña.
Su
custodio tiró un poco de ella hacia delante, hasta conseguir que la
niña diera unos pasos más. Ni aquella voz afable la calmaba y
notaba cómo le temblaban las piernas, hasta tal punto que pensaba
que se iba a desplomar contra el suelo.
—No
te preocupes —prosiguió el hombre del sombrero—. Tu tutor nos ha
contado tu historia y venimos a darte un nuevo hogar.
Ella
no dejaba de mirar al hombre que desde la mesa del profesor la
observaba. Su sonrisa enmarcaba unos dientes inmaculados.
—Sé
que no soy exactamente como un padre, nunca he tenido hijos, pero
quiero que me consideres como tal. A partir de ahora, tanto la gente
que me acompaña como yo te cuidaremos. —Se acercó a uno de los
pupitres, donde hasta hacía un momento hubiera jurado que no había
nadie. Era incapaz de verla bien, pese a que estaba a pocos metros,
tan sólo distinguió que era más o menos de su estatura y que su
pelo lacio era blanco y largo.
El
hombre siguió hablando:
—Ella
también va a venir con nosotros. Nunca has tenido una hermana,
¿verdad?
Negó
con la cabeza mirando a aquella figura. El sol casi había
desaparecido y el aula iba quedando lentamente engullida por las
sombras.
—Pues
a partir de ahora será tu hermana, ¿qué te parece? —El hombre se
acercó hasta ella, se puso en cuclillas y le extendió la mano—.
Me llamo Harald, ¿y tú?
Le
miró, pero no se atrevió a hablar.
—Ha
sido una desgracia lo de tus padres, ningún niño debería
perderlos, pero el mundo es cruel. El centro no puede mantenerte,
espero que lo entiendas. Sin embargo, te prometo que me encargaré
personalmente de que no te falte de nada. El estado te cobijará de
aquí en adelante y a cambio le servirás.
El
hombre se puso en pie y, desde su perspectiva, le pareció un
gigante. Una desagradable sensación de vértigo le revolvió el
estómago y un solo pensamiento ocupaba su mente. «Huye». Pero era
incapaz de dar un paso, atrapada en aquel lugar donde las sombras
invadían cada rincón.
—Vas
a ser muy valiosa, ya lo verás. Y mientras yo esté aquí todo irá
bien, pequeña.
Sus
labios, sin pensarlo, articularon una frase:
—¿Y
cuando no estés? ¿Qué pasará?
La
noche se cernió por completo. Tan oscura que sólo dos cosas se
podían apreciar: la mirada del hombre cuyos ojos le resultaron
inquietantes y familiares, además de la sonrisa de aquel que llevaba
gafas, el cual se acercaba hacia ella enseñando unos dientes
afilados.
—Que
él te devorará.
No
podía moverse, solo ver cómo aquellas fauces se cernían sobre ella
y la mordían en el brazo, triturando su carne y sus huesos. Ya no
podía ver, solo sentir el dolor de su cuerpo consumido por aquella
bestia.
Dolor...