Los restos del tren estaban diseminados a lo largo de más de un kilómetro de vías cuyos carriles habían quedado retorcidos. La fría mañana había revelado con más claridad el caos de madera y hierros retorcidos que, según las primeras investigaciones, habían sido ocasionados por la rotura en uno de los bogie. La circulación había sido cortada y un par de grúas ayudaban a levantar los esqueletos desfigurados de los vagones que ya habían sido examinados minuciosamente lejos de cualquier mirada curiosa. Varios guardias rastreaban cada centímetro del vagón de primera clase en el que parecía, se había originado el fallo mecánico, para disgusto de los representantes de la compañía del ferrocarril que demandaban airadamente a dos oficiales de alto rango la celeridad en las investigaciones para la puesta en marcha de la línea lo antes posible. Pero sus quejas caían en oídos sordos pues el hecho de que en el vagón sobre el que se estaban centrando las investigaciones, algunos de los muertos presentaban extrañas heridas y cortes que no eran propias de los hierros retorcidos por el impacto al volcar. A parte de un doalfar kresáico que no venía listado en el acta de pasajeros.
Melisse, acompañada de un capitán de la Guardia Urbana, accedió al vagón con sumo cuidado de no entorpecer la labor de los agentes ni tropezar. Caminar por el pasillo inclinado era sumamente difícil. Al llegar al lugar donde yacían varios cadáveres no pudo evitar taparse la boca y la nariz con una de las mangas de su hábito para evitar el penetrante olor que venía de los cuerpos que se hallaban sobre sendos charcos de sangre. Un nudo se le hizo en el estómago al ver los múltiples cortes y desgarros que presentaban, en la mayoría de los casos, dejando sus tripas al aire.
- Comprenderá que esto es muy inusual, priora - le comentó el capitán - Procure no tocar nada, se lo ruego.
- Si, no se preocupe, Henry, se lo agradezco mucho. Sólo me tomará un momento. - apoyó la mano en el pecho - La diosa Alma los acoja.
- No quiero disgustarla con detalles, pero parece que quien fuera que hizo esto se ensañó con ellos cuando aún no se había producido el accidente. Lo extraño es que salvo el doalfar ninguna de las víctimas presenta heridas de autodefensa. Es como si estuvieran inconscientes o drogados cuando les asesinaron - A diferencia del resto, el capitán lucía bordado las iniciales G.U. en plateado y un par de líneas negras en su hombro derecho que le correspondía por rango. Era un hombre de mediana edad, con unas pronunciadas entradas y canas en los aladares. Un bigote corto perfilaba sus finos labios, enmarcados en un rostro anguloso y algo severo.
- ¿Ya tienen alguna pista? - No podía dejar de mirar aquellos cuerpos desfigurados - ¿Nadie ha visto nada?
- Me temo que poco por ahora. Los pocos supervivientes de los otros vagones que han podido testificar no oyeron nada antes del accidente - se rascó la cabeza pensativo - La única pista que tenemos fuera del tres es que localizaron al revisor al que le correspondía este trayecto, muerto en los baños de personal de la estación oeste del sector tres.
Para alivio de la priora, entre las víctimas, no estaba a la novicia kresáica, por lo que podría haber sobrevivido pero no quería preguntárselo directamente al oficial. No tardaría en presentarse por allí el Servicio Secreto Imperial a meter las narices y no quería que supieran aun de la joven - Haré cuanto esté en mi mano por ayudaros. Es sólo cuestión de tiempo que aparezca aquí algún delegado del gobierno cuestionando la capacidad de la guardia del sector o algo peor...
- Tengo a todos mis hombres trabajando en ello y ya me he ocupado de que los burócratas no metan las narices por el momento pero... ¿qué puede hacer al respecto?
Merise sacó de un bolsillo de su hábito una pequeña caja de madera que contenía dos tizas - Le pediría que sus hombres me dejaran un poco de espacio, capitán.
El capitán se quedó observando aquellas tizas que tenían un peculiar color plateado. Merisse sabía que el argentano, una mezcla basada en plata usada para trazar runas, era un material poco familiar para aquel que no hubiera dedicado su vida a la magia.
- Insisto, Henry. Necesito concentración aunque puede quedarse usted. Sólo será un momento - dijo tomando una de aquellas tizas de argentano con suma delicadeza, pues eran extremadamente caras.
Esta vez, y para su satisfacción, el capitán ordenó a sus hombres que abandonaran el vagón y, pese a la presencia del capitán, pudo concentrarse en trazar las runas por el suelo justo en mitad del pasillo pero sin acercarse a los cadáveres.
- No hace falta que me acerque, con saber por donde pudo pasar el asesino me bastará - le fue comentando para que no se preocupara - Es un conjuro bastante sencillo, nos dirá que tipo de presencias anduvieron por este vagón. Todos dejamos una impronta, una huella - fue realizando los trazos con una precisión milimétrica - por eso he de escribirlas. Es el lugar quien nos lo ha de revelar.
- Por aquí ha pasado mucha gente, dudo que sirva de mucho. Aunque no seré yo quien la cuestione en temas rúnicos.
- Tiene mucha razón, pero vamos a intentarlo - guardó de nuevo la tiza en su caja y contempló el entramado de runas que se mezclaban unas con otras. Para cualquier inexperto, un galimatías sin sentido.
Apoyó una mano sobre el centro y se concentró, dejando que su éter fluyera a través de los trazos que, uno a uno, se fueron iluminando con un fulgor azul. Da igual cual fuera la superficie, cada línea se grababa con total claridad. Ante los dos se fueron proyectando fantasmas azulados con una forma vagamente humana que caminaban de un lugar para otro. El ambiente estaba muy deteriorado y apenas se podría entrever la marca que habían dejado los sucesos de aquel vagón.
Gente que parecía salir, que charlaba, los propios guardias inspeccionando el tren. Todas las imágenes se amontonaban con mayor o menor claridad hasta que ante los ojos de Merisse dos fugaces espectros corrieron hacia ella, atravesándola, hacia el fondo del vagón. El primero era extraño, muy débil, incompleto, con un color algo rojizo que nunca antes había visto; pero el segundo espectro fue lo que le llamó poderosamente la atención. Oscuro, frío, vacío y cuya forma recordaba más a la de una bestia con fauces y garras que caminaba encorvada que difícilmente hubiera cabido por aquel estrecho pasillo.
Trató de agarrar a la primera figura pero esta cayó. Tras unos segundos golpeó con violencia una de las paredes y le apreció escuchar como rugía pese a que no había sonido alguno. A su llamada otras bestias más pequeñas surgieron de cada recoveco o esquina y comenzaron a atacar a los espectros de la gente que estaba en los compartimentos. No pudo seguir adelante, notó, pese a que sólo veía haces de luz, como se le revolvía el estómago y tuvo que romper el hechizo. Las runas se consumieron dejando un leve rastro de luz que se desvanecería por completo poco a poco.
Se giró asustada y pálida. El capitán apenas habría visto algunos brillos pero al verla la cara preguntó: - ¿Qué... qué sucede?...
- Aun estaban conscientes… cuando…
Lo que ella acababa de ver tenía una presencia mayor que ninguna criatura que había visto en su vida... y la violencia de como había descuartizado aquellos cuerpos que tenía ante sí le obligó a salir del vagón corriendo si no quería acabar vomitando.
- ¡He de irme! - dijo aguantando las náuseas. Tenía que encontrarlo, aquel ser no podía andar suelto por la ciudad - ¡Gracias Henry!
El capitán no tuvo tiempo ni de despedirse de ella y vio como apresurada subía a la calesa que le había traído hasta allí. Se rascó de nuevo la cabeza y salió del vagón donde sus hombres aún miraban cómo se alejaba aquel carruaje a bastante velocidad, botando entre los adoquines de la calzada que salvaba las vías. Se bajó del vagón y dio unas palmadas para llamarles la atención.
- ¡Venga, que no os pagan por estar aquí parados! ¡Hay mucho que hacer! - dijo con voz potente devolviendo a cada uno a su puesto. Hablaría más tarde con la hija de su buen amigo, pero mientras, el tiempo corría y no tardaría en tener de nuevo allí a los agentes de la compañía, a los técnicos del la estación, los burócratas y, Alma no lo quisiera, a los molestos agentes del SSI.
La vieja comisaría necesitaba reparaciones urgentemente. Para la gente que trabajaba allí, las goteras y las paredes desconchadas se habían convertido en un compañero más. Hacía años que la junta había prometido una rehabilitación del edificio, pero los guardias del sector seis daban por supuesto que esas obras no se realizarían hasta que no se les cayera el techo encima.
Oficiales, detenidos, abogados... ese espacio era un hervidero de gente. A Adriem, cuando llegó por primera vez a ese barrio de Tiria, lo asustó mucho, pero poco a poco se fue acostumbrando. ¿Por qué se había hecho guardia? Nunca pensó que fuera por vocación, pero era un trabajo bien pagado, su título de esgrima le daba una plaza segura y, qué demonios, le gustaba sentirse útil.
Fue avanzando por ese familiar ambiente saludando a sus compañeros. Era un lugar de locos, pero había acabado apreciándolo en la rutina del día a día.
Entró en un despacho que había al fondo, donde rezaba la palabra “CAPITÁN”. Estaba poco iluminado y una pequeña planta intentaba dar un toque de vida a todo aquel follón de papeles y archivadores. Sentado había un hombre de unos cuarenta años. Tenía una cuidada barba, y pese a su edad, lucía el pelo corto sin una sola cana. El capitán Lobretti era bastante estricto, pero sus hombres le guardaban mucho respeto, y se contaban muchas leyendas de sus años de servicio cuando era sargento.
- Pase sargento - dijo y aspiró un poco de su pipa.
- Buenas tardes, capitán. ¿Me había llamado?
- Si. Se que era su día libre pero necesito hablar con todos para reajustar las rondas de los próximas días. He tenido que destinar a parte de los agentes al sector cinco para que refuercen la zona, están como locos tras el accidente.
- Esta mañana he oído lo que se rumorea ¿Tan grave a sido?
- Bastante - dijo recostándose sobre el respaldo - Más de cincuenta víctimas. Era el expreso que venía de Zirna y habían varios extranjeros. Está siendo un infierno diplomático, había hasta un par de kresáicos, aunque uno lo siguen sin localizar.
- El… el expreso de Zirna… - Era el tren en el que viajaba la doalfar. Sería ella quien les falta y debería de comentar que la había encontrado, pero tendría que reconocer que no la llevó directamente a comisaría. Aun eso, tal vez debería de comentarlo…
Interrumpiéndolo en sus cavilaciones, el capitán le extendió una hoja con un calendario.
- Pero no le he traído aquí para hablar del accidente, ya se están encargando en el sector cinco de ello. Por la perdida de personal me temo que en dos días deberá de hacer una nueva ronda nocturna con Makien.
- Pe..., pero señor - tartamudeó Adriem. Sabía que no tenía derecho a réplica, pero el tener que levantarse temprano tras la guardia de anoche no mejoraba su ánimo ante otra noche en vela.
- No hay peros que valgan, a cambio a parte de hoy tendrá mañana de permiso para que descanse. Tenemos que hacer un esfuerzo entre todos para suplir la falta de personal. Así que mañana por al atardecer le quiero aquí con los ánimos bien altos ¿entendido?
- Si, señor - no había más opción así que cogió la hoja con el nuevo calendario para las dos próximas semanas donde le aguardaban largas caminatas y tener que lidiar con borrachos y vagabundos.
Adriem recordó que tenía su propio motivo de visita.
- Capitán, ¿se sabe ya algo de la promoción a teniente? Se que no es un buen momento pero quisiera saber si ya se ha decidido algo.
El hombre suspiró de una forma que enseguida interpretó como malas noticias - No creo que su promoción vaya a ser tenida en cuenta pese a que he redactado una carta muy favorable sobre sus servicios estos dos años, pero me temo que van a optar por Loras. Lo siento.
- Creo que entiendo los motivos. - Un nudo se formó en su garganta. Llevaba mucho tiempo trabajando sin tomarse ni un solo permiso para sacar punto para la promoción... Una mezcla de decepción y rabia le hizo apretar los puños.
- No se puede hacer nada, el mando siempre va valorar mucho el hecho de la ciudadanía y usted…
No dijo nada, tan sólo se limitó a tragar saliva reprimiendo sus emociones.
- Mire hijo, si de verdad quiere un ascenso de rango, debería de plantearse hacer el servicio militar. Sin la ciudadanía no podrá ascender más allá de sargento y son tres años tras los que luego podrá recuperar su puesto en la guardia, a parte de optar al rango que allí haya conseguido. ¿Tiene familia en la ciudad o muchas amistades? Se que es duro…
- No señor, pero ya vine a esta ciudad con la intención de quedarme. Con hacer bien mi trabajo debería de bastar.
- Por desgracia este mundo no funciona así, son las leyes que hay - dijo, volviendo a mirar los papeles que tenía encima de la mesa-. Aunque no me gustaría tener que prescindir de usted, ahora hay buenas oportunidades en el ejército. Recapacite y háblelo con sus conocidos, si toma cualquier decisión sepa que tendrá una carta de recomendación por mi parte.
- Capitán, yo... lo pensaré. - dijo abatido. No era mucho lo que tenía en aquel lugar que lo ligara, pero sabía que a aquellos que optaban a la ciudadanía los enviaban a las fronteras a los puestos más duros. Sea como fuere, antes tenía que encargarse de Eliel, luego… puede que hiciera de nuevo la maleta.
- De acuerdo, ahora retírese.
- Sí, señor. - Dicho esto, saludó militarmente a la espera del saludo del capitán y abandonó el despacho cuando éste repitió el gesto.
En el centro del sector nueve se hallaba una enorme plaza redonda, con una fuente de tres pisos, de mármol, decorada con sirenas y motivos marinos, rodeada por modestas casas de ladrillo, antiguas, de dos o tres alturas y tejados muy inclinados. Allí, todos los martes y jueves se montaba el gran mercado que tomaba el nombre de la plaza, Albast. Era una zona en la que vivían principalmente mawlers. Pese a que la ciudad pretendía ser un ejemplo de la coexistencia de todas las culturas y razas, era inevitable la formación de guetos. Todos vivían cerca de sus semejantes, formándose núcleos diferenciados por raza, clase social o el oficio al que pertenecían sus gentes.
Si alguien buscaba silencio y tranquilidad, el mercado de Albast no resultaba el lugar más indicado. Era uno de los más famosos de Tiria, la gente de casi todos los sectores iba a comprar y buscar oportunidades que en los comercios de su barrio no podían encontrar. El tumulto hacía muy difícil andar. A veces Dythjui tenía la sensación de que aquella marea de gente la iba a arrastrar. En esos momentos odiaba ser tan bajita.
Con una mano sujetando su bolso para evitar que nadie tuviese la tentación de quitárselo, y con la otra agarrando la falda, que en algún momento se había querido enganchar en algún sitio, buscaba un puesto de embutidos. Pensó que hubiera sido mejor ponerse pantalones.
- ¡Pescado de Puerto Roana! ¡Pescado fresco de ayer mismo! - gritaba una mujer entrada en carnes y sudorosa, vestida con un delantal manchado.
- ¡Dulces, dulces! ¡Frutas caramelizadas! - anunciaba un hombre delgado y de avanzada edad.
- ¡Señorita! ¡Acérquese, compruebe la calidad de mis telas! - Una joven de rasgos sureños, probablemente de la ciudad de Hazmín, la invitaba a tocar algunos de los paños que tenía en el tenderete.
Los anuncios de los mercaderes creaban un caos a veces insoportable. Los olores de los puestos de comida se mezclaban con las especias y el propio olor de la gente. Dythjui sólo quería comprar cecina. Luego iría a por queso y algunos retales para unos remiendos. Y daba igual lo que pasase alrededor. Haría eso y no se entretendría. Ese mercado tenía muy buenos precios, pero tener que moverse a codazos era agotador.
Pero además de aquel incómodo tumulto, había algo más que molestaba a Dythjui. Hacía rato que se sentía observada. Algo la alertaba de que la seguían. Era imposible saberlo con certeza entre tanta gente. Pero ella lo sabía.
Procuró centrarse en las compras e ignorar aquella desagradable sensación. Compró la cecina, el queso y encontró unos retales a muy buen precio. Se fue abriendo paso entre la multitud y se dirigió hacia la estación de ferrocarril del sector. Ir andando desde allí hasta el sector nueve implicaba una caminata de más de una hora, por lo que era conveniente usar el transporte público.
Andaba a un ritmo tranquilo y sin fijarse en nada en particular. Pero a la vez lo observaba todo. A veces algo se movía en el rabillo del ojo, centraba la vista y ya no estaba allí. «Persiguen a esa doalfar. No es descabellado que nos estén vigilando>>. Nada podía hacer salvo aparentar normalidad.
Ya en la estación, se dirigió al andén tras comprar el billete. <<Un escudo con veinticinco dinares>> pensó con un suspiro de resignación; cada día era más caro. Seguro que en la compañía de transportes lo achacaban a la inflación, el aumento de costes del carbón o más de cien excusas ingeniosas. Cómo se notaba que para moverse por Tiria no había otra opción que el ferrocarril si no tenías dinero para una calesa.
Vio a unas lindas jovencitas, muy acicaladas, probablemente hijas de algún burgués, que movían sus caderas con ritmo y mostraban orgullosas su busto y su cuidado cabello. Dythjui las observó alejarse con aquel movimiento que casi hipnotizaba.
Absorta en el contoneo de las dos bellas muchachas, la casera se olvidó de aquella desagradable sensación. A no mucha distancia, de dentro de los canalones de desagüe, dos pequeños ojos azulados la observaban. Olisqueando el ambiente la pequeña criatura de oscuridad avanzó guareciéndose de la luz directa y de cualquier mirada con increíble agilidad hasta pararse a escasos centímetros de la casera, olisqueándola, pero en el momento que la tocó la criatura se esfumó sin dejar rastro.
Dythjui se giró sorprendida, pues había notado algo en la pierna, pero no vio nada. Ante lo que se encogió de hombros y esperar al ferrocarril.
"Pequeñas sombras" Ilustración de Aitor I. Eraña |
Tener que estar allí, escondido para servir como enlace para Idmíliris, lo aburría. Zir-Idaraan llevaba ya una semana en Tiria, días antes de la venida del tren, metido en aquel antiguo reloj, saliendo solo a la calle a primeras horas de la mañana para comprar algo de comida, sirviéndose de una capucha para taparse y no llamar la atención de nadie. Esperar... Esperar y controlar a aquella insensible criatura capaz de sacarte los intestinos mientras hacía un chiste sobre ello. Aquella noche se estaba retrasando. A lo mejor la búsqueda de alguna pista sobre la doalfar no había sido tan fructífera como ella auguraba. Tiria era una ciudad grande, llena de recovecos. Encontrar a alguien allí no era una tarea ni rápida, ni fácil.
Se puso tenso al advertir una presencia a su espalda, que no podía ser otra que la arlequín. Apareció sin hacer ruido, como siempre.
- Te has retrasado treinta y cinco minutos – dijo observando las agujas del reloj que se transparentaban a través del cristal de su esfera.
Ella sonrió, contoneándose hasta él con paso grácil.
- Es fácil saberlo, viviendo en un reloj. Debe de ser aburrido. - bostezó sonoramente.
Zir-ldaraan intentó disimular el enfado que le produjo el comentario, pero supo que no pasó inadvertido cuando ella ensanchó su sonrisa por lo hiriente de su chiste.
- Ve al grano. - Que su única conversación fuera con los comentarios irreverentes de aquel ser no ayudaba a mejorar su estado de ánimo. Casi prefería estar sólo.
- Sólo puedo usar a mi sombras más pequeñitas para no llamar la atención de los sacerdotes de la Santa Orden – algunos ojos brillaron en la oscuridad y el doalfar acertó a ver una de esas escurridizas criaturas que parecían tener la forma de un renacuajo, aunque del tamaño de un gato - No hay muchas novedades por el momento, pero antes o después daré con el rastro de su esencia, es inconfundible. - dijo contrariada - Como ves, estoy siendo sutil.
- Si a lo del tren lo llamas sutileza creo que no tienes muy clara la palabra. Sigue así y no tardaremos en tener a las autoridades de la ciudad tras nosotros, así que afánate porque si volvemos con las manos vacías más vale que tengas un buen truco. - El tiempo apremiaba y cuanto más tardaran las posibilidades de que se les escapara de la ciudad eran mayores.
- Hay una cosa – dijo tras reflexionar unos momentos – una de mis niñas parecía haber encontrado un débil rastro pero he perdido el contacto con ella. Creo que se desconvocó, pero no se quién podría haber hecho tal cosa.
Zir comenzó a deslizar el dedo por el pomo de su sable que representaba la cabeza de un lobo. - ¿Runas sacras de la Santa Orden? Es lo único que se me ocurre.
- No tengo ni idea – se frotó la nariz con orgullo – Ya sabes que la magia para mí es algo natural, no necesito escribir tediosas runas como hacéis vosotros. - hizo unos gestos parodiando la escritura con cara de aburrimiento. - Sois como niños jugando con una cerilla.
- Ya tienes un punto por el que seguir, así que mueve el culo de aquí.
Boceto desechado |
Sabía que ella odiaba estar a sus órdenes tanto como Zir estar encerrado en ese reloj.
- Ahora necesito pensar en cual será la mejor forma de sacarle de aquí sin levantar sospechas.
Zir se sentó al lado de la gran ventana desde la que se veía la ciudad, y abrió su bolsa para sacar algo de comida.
- Eso es cosa tuya, lo mío es la caza. - añadió la arlequín.
Se volvió a quedar solo en la oscuridad, con un trozo de pan duro y algo de jamón como sus compañeros en aquella soledad sobre esa ciudad llena de gente. Tanto aburrimiento le hacía pensar demasiado y esos pensamientos siempre le llevaban a ella. Sophia.
Dythjui estaba barriendo la entrada de la posada cuando vio llegar a Adriem a lo lejos. Venía con la cabeza gacha e inmerso en sus pensamientos. El estilo inconfundible de andar del sargento de la guardia, pensó. Siguió con su quehacer esperando a que llegara a su altura.
- No ha sido una buena tarde – comentó el guardia haciendo hincapié sobre algo obvio para la casera.
- Te hace falta divertirte. ¿Cuándo fue la última vez que saliste de fiesta? - tuvo la precaución de poner el palo de la escoba entre él y la puerta para evitar que se escabullera dentro de la posada eludiendo la conversación, como solía hacer.
- Hace diez meses... creo - dijo Adriem con cara de no importarle la conversación observando el palo que, cual alabarda de la guardia, le bloqueaba el camino.
- Ummm... cierto, ya me acuerdo. Esa fiesta en la que te pasaste casi toda la noche en un rincón, mientras yo ligaba más que tú, cosa nada difícil, por cierto, porque con lo calladito que eres... - dijo dándole unos golpecitos con el palo de la escoba en el hombro.
- Ya - sonrió ligeramente incómodo - Nunca se me ha dado bien.
- Lo que tienes que hacer es buscarte una novia. Alguien que te cuide un poco y que te apoye, que yo sólo soy tu casera, y no tengo por qué estar viendo tus caras largas todos los días.
***
//Año 492 E.C.
Un beso bajo un árbol en la pradera de atrás del colegio. Una sensación que recorrió su cuerpo. Un abrazo tan eterno como breve, lleno de un aroma indescriptible. Labio con labio. Y luego apoyada sobre su pecho, acariciando su pelo. La contempló como si fuera la primera vez que la veía y sintió que, si apartaba la mirada, la echaría de menos.
***
- Yo sé qué me conviene y qué no - respondió a la defensiva mientras apartaba el palo de la escoba con la mano.
- Tranquilo. No he dicho nada. No te enfades. - parecía que no estaba para bromas y que le había dado en un punto doloroso.
Se quedó unos momentos contemplando a Dythjui visiblemente enfadado. Pero se dio cuenta de que no era con ella con quien se sentía molesto, sino consigo mismo. Relajó la miradaa sabiendas de su error, y se disculpó:
– Lo siento Dyth, estoy un poco cansado, eso es todo. No quería responderte de ese modo… – se dirigió hacia la puerta.
- Ah, esta noche jugaremos un rato a Mahoc después de cenar. Podrías quedarte un rato, estaremos “todos”. - le dijo restando importancia a su brusca reacción y haciendo una referencia velada a la doalfar. A ver si así lo animaba.
El guadia no se giró, sino que continuó como si no hubiera escuchado nada, o tal vez como si no hubiera querido escuchar.
- ¿Por qué sigo teniendo tan poco don de gentes después de tanto tiempo? Da igual cuantos años pasen – murmuró Dythjui para sí. Miró al cielo, estaba encapotado pero no daba la sensación de que fuera a llover. Suspiró y siguió barriendo la entrada.
***
//Año 496 E.C.
- ¡¿Cómo que te vas a Tiria?! - Exclamó Esmail dando un paso hacia atrás sorprendida ante la afirmación de Adriem.
- Lo siento mucho Esmail, pero no quiero quedarme más tiempo aquí. Me gustaría que vinieras conmigo. - dijo tragando saliva y reuniendo valor para enfrentarse a la joven mawler.
- ¿A qué viene eso? - su cara reflejaba a la perfección que no conseguía entender el por qué de aquella decisión tan repentina.
- Desde que mi padre murió hace una temporada no he encontrado ningún trabajo en esta ciudad. Los ganaderos no quieren gente, porque está siendo un año ha sido muy malo y no quiero ser pescador. La gente me ha dado la espalda desde hace tres años y esta situación me está asfixiando. Necesito alejarme un poco y empezar de cero.
- ¿Por qué no haces el trabajo de tu padre? Tienes que darte tiempo y coger una rutina. Verás con el tiempo como la gente te va aceptando de nuevo. Tu problema es que te has aislado - alegó la mawler.
- No quiero ser bibliotecario. - el salón de la vieja casa de madera y piedra estaba repleto de libros cubiertos de polvo. Ya nadie los leía y sólo eran para el joven una pesada carga que le recordaban la muerte de su padre - Además, en Tiria las cosas son mejores, hay muchos trabajos y oportunidades. Allí podré hacer mi propia vida, sin prejuicios. No he de soñar con un mañana, he de hacerlo realidad. - la agarró por los hombros con gentileza para reforzar su discurso - Casi toda la gente de nuestra edad se ha ido allí a trabajar y les ha ido bien. Con el tiempo haré fortuna y podré volver, para entonces todos ya me habrán olvidado.
- ¿Y yo qué? Adriem, vende la casa de tu padre y compremos una para los dos. Podemis, juntos, hacer una familia, construir algo. No tienes porque irte a la capital para eso. Me tienes a mí - dijo dolida. Sus ojos se empañaron en lágrimas. - Ese siempre ha sido mi sueño.
- ¿Y si no es el mío aún, Esmail? No quiero hacer ahora una familia, no quiero quedarme aquí. Ven conmigo y con le tiempo ya vendrá.
- No puedo abandonar ahora a mis padres. Me necesitan en la panadería, y lo sabes. Adriem, por favor, no me hagas elegir, quédate y construyamos algo juntos.
Pese a que sabía la respuesta de antemano no pudo evitar el enfado - Sabes que siempre quise hacer fortuna fuera de estos valles, conocer el mundo, que era mi sueño y ahora me estás pidiendo que renuncie a ellos. Dijiste que me apoyarías, que me querías tal y como soy. Mis sueños también son parte de mí pero ahora me pides que los abandone ¿Era todo mentira? No soy feliz aquí y necesito serlo para poder ser digno de ti… - se dio cuenta de que la estaba agarrando con demasiada fuerza y cómo ella apartaba la cara asustada. Nada había sido lo mismo desde lo de Claude... - Ya veo… - la soltó de los hombros y desvió la mirada. Ese dolor se había vuelto contra él. - No es ahora, hace tiempo que estoy solo.
- No, no es eso, Adriem, estás huyendo… Te niegas a tener una vida como los demás. - le reprochó clavándole la mirada - Ese tú el que tiene miedo, sigues siendo aquel niño y te da miedo madurar, tomar decisiones, como los demás. La gente no te ha dejado sólo, eso lo has hecho tu mismo encerrado en esa biblioteca. ¿Crees que en Tíria serás más feliz? ¡Hazlo! Pero no me digas que es por nuestro bien, has sido tú el que ha tomado la decisión.
- Así no tendrás que echarme encara que no tomo decisiones. Es suficiente... – no se atrevía a mirarla.
El silencio invadió en la estancia. La chimenea dejó de calentar y el ambiente se hizo opresivo.
- Adiós, Esmail.
***
El tragaluz de la buhardilla que era la habitación de Adriem dejaba entrar el resplandor de la luna, que ya estaba en cuarto menguante. Él estaba tumbado sobre la cama. Ni tan siquiera se molestó en quitarse la ropa. Sólo se había descalzado y tirado la cazadora al suelo. Con la mirada perdida, contemplaba el techo o tal vez más allá. Sus labios, casi con un susurro, dibujaron unas palabras:
-¿Acaso no soñamos con un mañana? Yo quería ser alguien importante, hacer algo grande con mi vida. Ser un héroe, como en las novelas que leía en la biblioteca de mi padre, alguien capaz de dejar un legado, una impronta en la historia. Quise dejar todo atrás y olvidar mi infancia...
Se agarró la cabeza y apretó los dientes. Se odiaba a sí mismo por sus propias decisiones.
- Entonces, ¿por qué me sigue doliendo el pasado?
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