1 de junio de 2016

Eraide 3x05: Ni tan siquiera un recuerdo

La noche se cerraba sobre la ciudad cuando Milenne entró en la habitación. A esa hora ya tendría que estar de vuelta en el trabajo, pero otros asuntos apremiaban más.Cerró la puerta de la destartalada estancia y echó el cerrojo para que no la molestasen. Con paso acelerado se dirigió a su escritorio y tiró de él hacia delante. Tanteó hasta toparse con una pequeña palometa que, al aflojarla, hizo saltar un resorte dentro del mueble. Abrió el cajón y levantó la tapa del doble fondo para así extraer una caja, y sacó de ella varios documentos con diversas anotaciones. Había visto antes al hombre al que despidió el delven, solo tenía que recordar dónde e informar lo antes posible al SSI. Uriel se había dejado atrapar, no le cabía duda al respecto. Eso significaba que algo tramaba y tenía que ser muy importante si estaba dispuesto a correr el riesgo de que lo ejecutasen.

Se detuvo cuando la puerta se abrió súbitamente. Estaba segura de que había echado el cerrojo, pero al hombre que vestía una túnica austera, similar a la de un monje, parecía no importarle.


Has visto al delven, ¿verdad? —le cuestionó sin más preámbulo.
Sí... Estaba en el puerto, tal y como dijiste. —Cerró la caja de los documentos y se apoyó en la mesa, cubriéndolos de miradas indiscretas.
Antes de informar al servicio secreto, creo que deberías contarme lo que has visto. Mi... socia está muy interesada en los movimientos de Uriel. —Cerró la puerta tras de sí y una desagradable sensación de amenaza se cernió sobre ella—. ¿Qué has averiguado?

1 de abril de 2016

Eraide 3x04: Sueños

Una campana tañía, invadiendo con su timbre cada recoveco de aquel lugar mientras el cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados. A través de enormes ventanales, la luz, que se filtraba entre los árboles, dotaba a aquel pasillo de cierto aire de irrealidad, sombrío y gélido en contraste con el bello parque que se intuía en el exterior.
Avanzaba con paso torpe, tratando de seguir el ritmo del adulto que la llevaba de la mano. La campana dejó de sonar cuando traspasaron la puerta que había al final de aquel pasillo, y su chirrido, que hizo eco en el silencio que imperaba en aquel lugar, provocó que un escalofrío recorriera cada rincón de su ser. Estaba muy asustada y tiró de la mano hacia atrás, pero solo consiguió que la que la sujetaba lo hiciera con más fuerza, obligándola a entrar.
Ante ella, un aula en la que había dos personas más esperándolos, cuyas sombras se proyectaban contra las paredes, con formas que le recordaban a monstruos. Un hombre elegantemente vestido, con traje y sombrero de ala, que miraba a través de una de las ventanas dándole la espalda. Apoyado en la mesa del profesor se encontraba otro, con unas gafas redondas que cubrían su mirada y una sonrisa siniestra que se dibujó deformando su cara, y que le hizo inconscientemente apretar la mano de quien la trajo.
El hombre del sombrero se giró y saludó, pero era incapaz de ver su rostro, oculto por las sombras que arrojaba el contraluz de la ventana.
Hola —dijo con una voz muy suave—. No tengas miedo, pequeña.
Su custodio tiró un poco de ella hacia delante, hasta conseguir que la niña diera unos pasos más. Ni aquella voz afable la calmaba y notaba cómo le temblaban las piernas, hasta tal punto que pensaba que se iba a desplomar contra el suelo.
No te preocupes —prosiguió el hombre del sombrero—. Tu tutor nos ha contado tu historia y venimos a darte un nuevo hogar.
Ella no dejaba de mirar al hombre que desde la mesa del profesor la observaba. Su sonrisa enmarcaba unos dientes inmaculados.
Sé que no soy exactamente como un padre, nunca he tenido hijos, pero quiero que me consideres como tal. A partir de ahora, tanto la gente que me acompaña como yo te cuidaremos. —Se acercó a uno de los pupitres, donde hasta hacía un momento hubiera jurado que no había nadie. Era incapaz de verla bien, pese a que estaba a pocos metros, tan sólo distinguió que era más o menos de su estatura y que su pelo lacio era blanco y largo.
El hombre siguió hablando:
Ella también va a venir con nosotros. Nunca has tenido una hermana, ¿verdad?
Negó con la cabeza mirando a aquella figura. El sol casi había desaparecido y el aula iba quedando lentamente engullida por las sombras.
Pues a partir de ahora será tu hermana, ¿qué te parece? —El hombre se acercó hasta ella, se puso en cuclillas y le extendió la mano—. Me llamo Harald, ¿y tú?
Le miró, pero no se atrevió a hablar.
Ha sido una desgracia lo de tus padres, ningún niño debería perderlos, pero el mundo es cruel. El centro no puede mantenerte, espero que lo entiendas. Sin embargo, te prometo que me encargaré personalmente de que no te falte de nada. El estado te cobijará de aquí en adelante y a cambio le servirás.
El hombre se puso en pie y, desde su perspectiva, le pareció un gigante. Una desagradable sensación de vértigo le revolvió el estómago y un solo pensamiento ocupaba su mente. «Huye». Pero era incapaz de dar un paso, atrapada en aquel lugar donde las sombras invadían cada rincón.
Vas a ser muy valiosa, ya lo verás. Y mientras yo esté aquí todo irá bien, pequeña.
Sus labios, sin pensarlo, articularon una frase:
¿Y cuando no estés? ¿Qué pasará?
La noche se cernió por completo. Tan oscura que sólo dos cosas se podían apreciar: la mirada del hombre cuyos ojos le resultaron inquietantes y familiares, además de la sonrisa de aquel que llevaba gafas, el cual se acercaba hacia ella enseñando unos dientes afilados.
Que él te devorará.
No podía moverse, solo ver cómo aquellas fauces se cernían sobre ella y la mordían en el brazo, triturando su carne y sus huesos. Ya no podía ver, solo sentir el dolor de su cuerpo consumido por aquella bestia.
Dolor...

1 de marzo de 2016

Eraide 3x03: A veces sólo podemos esperar

Si las noches resultaban ajetreadas en la ciudad de Hazmín, las mañanas eran un hervidero de gente. Aquella urbe parecía que nunca descansaba,como si su bullicio quisiera rivalizar con el silencio del desierto que la rodeaba. Distribuidos por las islas, había varios zocos y mercados donde se apelotonaban los transeúntes entre los puestos de frutas y artesanía, salpicados por el polvo que cubría el suelo y ajusticiados por el implacable sol que teñía de oscuro la piel de los habitantes de aquel lugar.Sin duda, esto era algo que a Fearghus no le afectaba demasiado, pues, como la de cualquier delven, su tez ya era morena de por sí. Abriéndose paso entre el gentío, a veces con amabilidad, otras con la justa rudeza, avanzaba siguiendo las instrucciones que le había dado Uriel.

Dos calles más y a la izquierda, detrás de unos puestos y una tienda de alfombras, un pequeño callejón. —Repetía las palabras para sí mismo, identificando cada una de las directrices—. En la entrada, cerca, habrá un par de hombres, tal vez tres. Tendrán aspecto rudo.

Efectivamente, vio dos hombres a un lado, de complexión fuerte y luciendo varias cicatrices. Fearghus las observó en la distancia. Eran en su mayoría de cuchillo por la forma y la disposición, así que producidas probablemente en reyertas. Si con lo de rudos Uriel se refería a «fuera de la ley», aquellos tipos con túnicas largas y desgreñadas barbas encajaban en la descripción.

Se echó el pelo hacia atrás con los dedos, pues el sudor que empapaba su frente le molestaba, y con un largo suspiro se dirigió hacia el callejón. —Vamos allá.

No se había acercado a diez metros de la entrada cuando uno de los hombres le salió al paso:—¡Eh! ¡Delven! ¿Dónde crees que vas?

Fearghus, sin perder su habitual flema, echó la cabeza un poco hacia atrás tratando de evitar que el aliento a licor barato le alcanzara.

—¿No es evidente? —Señaló hacia el interior—. Voy hacia allí.

—Es una lástima, pero este paso está cerrado. 

Fearghus detectó cómo el hombre echaba una mano por debajo de su amplia manga. Seguramente estaría empuñando un cuchillo.

—Pues parece abierto... —respondió el delven—. Verás, estoy buscando a alguien y esa es la dirección que me han dado.

—Dudo que haya nadie allí que quiera verte. —Trató de acercarse por el flanco de Fearghus sacando el cuchillo, pero no le dio tiempo. Este había dado un paso atajando su movimiento y con un giro muy sutil había sujetado su muñeca girando la hoja hacia él. La gente de alrededor no apreciaba nada y seguía moviéndose, ajena. Pero el compañero que protegía la entrada hizo el ademán de acercarse.

—Yo de ti le diría a tu amigo que no hiciera ninguna tontería si no quieres un nuevo ombligo —le susurró entre dientes.

1 de febrero de 2016

Eraide 3x02: La ciudad de las mentiras



Muy lejos de las frías montañas de Noraik-Ard, al sur del Imperio, entre el océano y las inhóspitas tierras Arene, donde el río Jarein se ramificaba antes de desembocar dando origen a un grupo de fértiles islas. Sobre sus tierras aún se erigían restos de los primeros asentamientos que databan de hace miles de años. Incluso antes de su caída ante el Imperio, cinco siglos atrás, habían albergado una rica ciudad comercial pero que, a día de hoy, sucumbía a las mafias y el contrabando. Sobre las ruinas de antiguos templos y bibliotecas se levantaban casinos y burdeles; esa era la realidad de la ciudad de Hazmín. Pequeñas casas encaladas de apenas tres o cuatro alturas, cuyos tejados y terrazas cubrían pequeños patios, que a su vez se mezclaban mediante retorcidas callejuelas y oscuros callejones. Un complejo laberinto donde un hombre podía encontrar cuanto deseara... o tal vez no. Pero nadie hablaría nunca sobre ello.

Comercio, contrabando, trata... Cualquier cosa se movía bajo la permisiva administración del gobernador. Pero de entre todos, había un lugar de sobra conocido donde satisfacer cualquier inquietud, por deshonesta que esta fuera: «La Gata con Botas».

Era el lugar más exclusivo, donde se reunían hombres ricos y poderosos para distraerse del mundo que los rodeaba entregándose a los placeres en la privacidad de dicho local.

Aquel palacete cuya silueta recortaba la noche reflejada en numerosos estanques y rodeado de un exuberante jardín, en otros tiempos fue una de las residencias del virrey de aquella región sometida, cuya existencia como país independiente fue breve, al caer bajo el yugo del Imperio apenas veinte años después de su escisión de la antigua Galdabia durante la Guerra de las Lágrimas. A día de hoy no era más que una provincia medio desértica, de valor estratégico pero alejada del resto del mundo. Exótica porcelana traída de oriente, mobiliario trabajado por los mejores ebanistas de Arqueís, mosaicos y pinturas que sugerían escenas de naturaleza; nada estaba al azar en aquel lugar destinado a crear un ambiente relajado en sus salones de la planta baja. En las habitaciones tampoco se daba cuartel a la improvisación, y en una de ellas, ricamente adornada con tapices que evocaban días de caza, sobre una gran cama con dosel, esperaba el señor Russel, el dueño de uno de los bancos más importantes del país. Un hombre entrado en carnes, que se podían vislumbrar fácilmente bajo el batín que llevaba como única prenda. Sudaba copiosamente, en parte por el calor de la estancia pese al gran ventilador del techo, y por otro lado por la bella señorita que acababa de salir del baño.


1 de enero de 2016

Eraide 3x01: Niebla, cenizas y nada



La niebla devoraba el paisaje bajo la luz mortecina del mediodía que tímidamente conseguía atravesarla. Las figuras recortadas de los árboles, retorcidos y sin hojas debido al rigor del invierno, emergían de los neveros, creaban fantasmagóricas siluetas que encogían los corazones de los soldados con su frío abrazo en la lejanía.

¿Dónde acababa el cielo? ¿Dónde empezaba la tierra? No se podía aventurar. Sólo las pisadas de los infantes y los caballos sobre el terreno enfangado daban un ápice de vida a aquel infierno helado de las montañas altas de Noraik Ard.

Tras sus pasos quedaban jornadas atravesando cumbres nevadas y las penurias de marcha a través de aquella tundra, donde, en nombre de la Confederación de Tribus de Kresaar, habían desprovisto a las pequeñas aldeas por donde pasaban de víveres, telas y animales. Difícilmente podrían sobrevivir a lo que quedaba de invierno aquellas gentes, pero todo era en nombre de la seguridad de las tierras frente al imperial invasor. Era la ironía de la guerra.