El dirigible surcaba los cielos acompañado del ronroneo de los motores. Abajo, entre las nubes, se divisaba el mar de Loto como una especie de cielo invertido. Desde uno de los ojos de buey, Eliel admiraba aquel extraño paisaje. Adriem descansaba en uno de los dos camastros del camarote.
El viaje había sido tranquilo, y pese a que nos les dejaban salir de allí, la comida y el trato por parte de la tripulación habían sido bastante buenos.
- No sé por qué nos tienen encerrados aquí - preguntó a Adriem, mientras miraba el firmamento - Me gustaría ver el paisaje desde un lugar mejor.
- Supongo que el capitán no quiere que una bonita doalfar se pasee por una nave llena de rudos marineros que pasan semanas sin ver una mujer - respondió Adriem sin molestarse en abrir los ojos.
- Gracias, Adriem.
Él se incorporó al oír aquel extraño e inesperado agradecimiento.
- ¿Gracias? ¿A qué viene eso?
Eliel se dio la vuelta.
- Por lo de bonita - dijo con la cara sonriente. Adriem se ruborizó un poco.
- Yo no he dicho eso.
- Sí lo has dicho. Has dicho «bonita doalfar» y creo que no hay otra por aquí - dijo mientras se acercaba al camastro. Se sentó a su lado y lo miró con expresión divertida - No pareces el tipo de persona que suele decir piropos a la ligera, así que me siento muy halagada.
Adriem desvió la mirada y se puso en pie, incómodo ante los comentarios de la doalfar.
- ¿Y tú qué sabrás? - dijo casi para sí mismo.
- Lo siento, señor guardia - contestó Eliel sonriendo.
Ella se quedó mirándolo. Le divertía la timidez de aquel humano y en el fondo le reconcomía un poco la conciencia, pero estar allí tantas horas con alguien que casi no hablaba se hacía muy aburrido. Sin duda era atrac- tivo, pero lo ignoraba todo en lo tocante a la etiqueta y las relaciones sociales... Su tutora del templo ya lo habría suspendido varias veces.
- Ven, deberías ver esto - dijo el humano mirando hacia fuera.
Eliel se levantó y se acercó a él. A través del ojo de buey se veía que, entre las nubes, el mar se acababa en un cabo, sobre el que se extendía una ciudad. Sobre una isla había un gran castillo de piedra. Por las calles adoquinadas de la ciudad, las personas y los carros parecían diminutos. Un tren salía de una estación, arrastrando los vagones.
A lo lejos, en el horizonte, hacia el Norte, una cordillera enmarcaba las llanuras y praderas, donde se podían distinguir pequeños pueblos.
- Eso parece Dulack - afirmó Adriem, pues, pese a que nunca había estado allí, le habían hablado muchas veces de aquella ciudad que tenía un castillo sobre el mar, famosa por su puerto franco, donde los marineros y los dirigibles no tenían que pagar impuestos por las mercancías.
- El templo donde estudio está tras aquellas montañas, y más allá, mi hogar - dijo, claramente excitada ante la cercanía de aquellos lugares tan familiares.
- Sólo espero que no nos pongan muchos problemas en la aduana para entrar en la ciudad. Si fuéramos mercancía sería más fácil.
- No te entiendo.
- Nada.Tú reza a Alma para que nos facilite el papeleo.
La verdad es que la doalfar nunca supo si lo decía en serio o si se estaba mofando.
Un pequeño golpe, debido a alguna turbulencia, sacudió el paquete con los libros, que estaban en un estante. Eliel, asustada por si alguno se había dañado, corrió a recogerlos.
- El paquete se ha roto - dijo algo contrariada - Habrá que arreglarlo cuando estemos en tierra.
- Todos los libros son muy gordos - comentó Adriem observando el formidable grosor de los tres tomos - Bueno, excepto ese rojo. Es muy pequeño, parece que se va a ca...
Casi se cayó por el hueco roto del paquete, pero Eliel lo cogió antes de que llegara al suelo. Adriem se acercó y la ayudó, pero no pudo evitar la curiosidad de leer el título del que asomaba, pese a que Eliel trataba de ocultarlo con el cuerpo.
- Diario de lady Eraide. Vaya, parece bastante antiguo.
- ¡Esto es secreto, no deberías verlo!
- Vale, vale - dijo sonriendo- . Tampoco me interesa.
Eliel remendó como pudo el paquete y lo volvió a anudar.
- Ni yo sé de qué tratan estos libros. Me prohibieron que los viera nadie. Ni siquiera yo.
- Demasiado secreto para un simple diario, ¿no?
- Tal vez.
El guardia se levantó y se asomó al ojo de buey.
- No tardaremos en aterrizar.